28 años después...

1981. Sí­ndrome tóxico: la epidemia olvidada (V)

Mientras una avalancha mediática ofrece a la población al culpable perfecto, empresarios aceiteros sin escrúpulos que por codicia han envenenado a la población, toma cuerpo la teorí­a de que insecticidas agrí­colas fueron la causa real del envenenamiento.

Julio de 1981. El número de muertos se eleva a cien y, según datos oficiales, el número de casos registrados desde que comenzó el síndrome tóxico es de 11.836, de los que 1.552 son reingresados. Suerada la fase inicial en el que domina el distress respiratorio y el exantema cutáneo, aparece un nuevo cuadro de trastornos neurológicos, musculares y trastornos venosos como las trombosis, principal causa de muerte. Los que no reingresan precisan atención ambulatoria permanente. Los médicos de cabecera están desconcertados. Criterios objetivos Tras haber descartado definitivamente el aceite adulterado a finales de junio, al Dr. Muro le quedaban por investigar tan sólo dos ingredientes de las ensaladas que las encuestas de afectados relacionaban con la enfermedad: tomates y pimientos. Inicialmente no eran sospechosos porque su piel cérea impide la penetración y facilita la eliminación de cualquier tóxico adherido a ella con el simple lavado del fruto, costumbre muy extendida. La solución al enigma estaba en su interior: “para que el tomate sea el tóxico no tiene que ser nada de lo que hemos vista hasta ahora, sino que tendría que ser un tóxico sistémico”. ¿Qué significa sistémico? “que, por ejemplo, para matar al escarabajo de la patata el insecticida se añade por la raíz, entra al tallo, por el tallo va a la hoja, de forma que cuando el escarabajo come la hoja muere”. ¿Qué otras características debía de tener dicho tóxico sistémico? A diferencia del Gobierno que insiste en culpar las anilinas del aceite a pesar de que no explican los síntomas, el Dr. Muro afirma que hay que buscar una sustancia muy agresiva y capaz de dañar todos los órganos y tejidos del cuerpo. Debía ser un producto nuevo o bien uno conocido empleado de una forma novedosa, ya que la enfermedad era desconocida hasta entonces. Y, el que a los dos meses persistieran los síntomas y aparecieran nuevos indicaba que era una molécula estable, compleja y afín a las grasas. Si fuera soluble en agua se eliminaría rápidamente por heces u orina. Nitrógeno, fósforo y azufre Muro trató de comprender cómo actuaba el tóxico a partir de los datos clínicos. La absorción del tóxico era intestinal. Desde el intestino delgado alcanzaba la circulación general y llegaba a pulmón. La alteración de los alvéolos pulmonares provocaba edema (acúmulo de agua), responsable de los síntomas respiratorios y la imagen radiográfica típica de las primeras fases de la enfermedad, y que las autoridades intentaron colar como una neumonía. Por las arterias llegaba a sus sitios de depósito y su posterior movilización desde estos provocará las alteraciones venosas y linfáticas propias de las recaídas. También se podía deducir las partes de la molécula por los efectos selectivos de sus metabolitos. Por ejemplo, uno de ellos actuaba como una sustancia aminada (nitrogenada) que no tenía en el cuerpo la enzima encargada de inactivarla, produciendo un insomnio prolongado, a veces de meses, característico desde el inicio de la enfermedad. Otra parte de la molécula inicial actuaba como un compuesto fosforado capaz de de alterar el equilibrio entre calcio y fósforo, dando lugar a tetania, trastornos de la coagulación y esqueléticos, tales como un llamativo crecimiento “de más de quince centímetros, en un plazo de dos, tres meses, y en personas de veintitantos años; es más, tenemos crecimiento en personas de más de cuarenta años, pese a estar en un estado de desnutrición”. Un tercer producto, que contenía azufre, era responsable de los trastornos de la piel y sus anexos como el exantema inicial, caida de pelo, depósitos en uñas, etc. El Dr. Muro y sus colaboradores llegaron a considerar más de 3000 tóxicos diferentes. Por exclusión concluyeron que el envenenamiento había sido producido por una mezcla que contenía cuanto menos tres productos, dos de ellos pesticidas organotiofosforados de última generación producidos por la casa Bayer, el fenamiphos (Nemacur) y el isofenphos (Oftanol). ¿enfermedad nueva? El Nemacur-10, prohibido en países como Francia o Alemania, tenía permiso para su experimentación en plantaciones españolas de tabaco desde 1978. Sólo unos meses antes del síndrome tóxico se había empezado a aplicar en plantaciones de tomates. El 11 de julio se recogieron muestras de los campos tratados con él y se estudiaron en el Instituto Nacional de Toxicología y el Centro Nacional de Alimentación y Nutrición de Majadahonda. Los experimentos demostraron que los animales tratados sufrían una bronconeumonía aguda de causa tóxica cuyo patrón microscópico encajaba con el de los primeros fallecidos. Pero aportan un dato mucho más relevante: “Cuando se administra por boca la suspensión de Nemacur-10 el cobaya muere al sexo día, mientras que si se alimenta con un pedazo pequeño del pimiento tratado a un cobaya, éste muere al segundo día. Parecía querer indicar esta experiencia que el Nemacur biotransformado en el vegetal es más tóxico que puro (…) ciertos vegetales tratados con Nemacur-10 dan lugar a una nueva sustancia más tóxica”. Efectivamente, en este hecho residía la respuesta a por qué se trataba de una enfermedad nueva: era la primera vez que seres humanos eran expuestos, no al insecticida original, sino a los productos de su biotransformación realizada por una planta, productos cuya composición se conocía sólo parcialmente. Los puerros y el secretario La confrontación de hipótesis no tardaría en cobrarse sus víctimas políticas. En agosto de 1981 el Dr. Muro descubrió e informó al entonces secretario de Estado para el Consumo, José Enrique Martínez Genique, de unos campos de puerros tratados en Toledo con Nemacur-10 a punto de ser comercializados. El secretario informó a los ministros de Agricultura y Comercio, quienes le respondieron, tras consultar a la jefatura agronómica de Toledo, que no existía tal huerto. Muro tuvo que dar los datos exactos de la localización del huerto para que su producción (valorada en 12 millones de pesetas) fuera paralizada. Martínez Genique fue cesado poco después, tras declarar a El País que la toxicidad del supuesto aceite tóxico no se había producido en el proceso de refino, tal y como pretendían ciertos sectores oficiales para explicar por qué en el Levante y Cataluña no había casos de síndrome tóxico a pesar de que se consumió dicho aceite. Era el preludio de lo que le iba a pasar a quien osara alejarse de la teoría oficial del aceite. El Dr. Muro y sus colaboradores visitaron cada semana los campos de puerros y tomaron fotografías. Gracias a eso, los puerros no se vendieron, acabaron pudriéndose en el sitio. A pesar de que Sanidad deniega al Dr. Muro constatar su teoría en muestras de fallecidos por el síndrome tóxico, la hipótesis de los pesticidas va a calar ante la incongruencia de la versión oficial del aceite, por lo que la actividad para acallarla va a multiplicarse hasta el juicio de 1987, llegando al asesinato. ¿Qué estaban tratando de ocultar? Lo abordaremos en un futuro serial. Hasta la próxima. Los chorizos de la vecina De ser cierta la teoría de Muro la prueba definitiva era la detección de pesticidas en leche de madres lactantes, rica en grasas. El País,16 de julio: El caso de la niña de dos meses hospitalizada fue puesto de manifiesto por una doctora de la residencia La Paz, quien en una reunión celebrada en el Ministerio de Trabajo, Sanidad y Seguridad Social informó que la niña debió contraer la enfermedad a través de la leche de la madre, ya que no se encuentra otra razón. En dicha reunión, la doctora protestó por el hecho de que la leche de la madre había sido enviada a uno de los centros de Majadahonda y no había sido analizada. ¿Por qué no se había analizado? Una posible razón nos la da el Dr. Antonio Muro Aceña, hijo del Dr. Muro, al relatar un caso previo silenciado en La Paz de una bebé de 20 días afectada que sólo tomaba leche materna: “¡Ya está!”, afirmó el médico, “¡Ya hemos descubierto el síndrome tóxico! Cogemos, ordeñamos a la madre, analizamos la leche y ya tenemos el producto del síndrome tóxico. Se saca la leche, analizan y ¿qué descubren? Descubren que lo único que tenía eran organofosforados. Pero claro, no les interesa y dicen que esto fuera: (…) Cuidado, porque ya se está diciendo (por aquel entonces) lo de los organofosforados y demás. Y dijeron: “Miren, pues esto no son; como dicen que son organofosforados y por el aceite no hemos encontrado los organofosforados, pues no son los organofosforados.” Oiga: ¿no será que no es el aceite? Porque la niña está tomando esto, y si la niña ha enfermado, no enferma del aire”. Volviendo a El País, en su edición del 24 de julio, en lugar de exigir los datos de laboratorio, nos remite a la siguiente versión: la madre de la niña no ingirió directamente aceite tóxico, sino que, tras dar a luz en La Paz, y ya en su casa, recibió la visita de una vecina quien la obsequió con chorizos que habían sido tratados con aceite desnaturalizado de colza. Esta es la razón (…) por la que la madre debió transmitir la intoxicación a la niña al amamantarla. Sin comentarios Nota: todos los entrecomillados en cursiva tomados de Pacto de Silencio (1988) ¿Margarina o razón de estado? Para dar base a la teoría del aceite adulterado, los médicos del Hospital Provincial de Madrid señalaron la similitud de los síntomas cutáneos del síndrome tóxico con una enfermedad acontecida en Holanda en 1960, cuya causa se atribuyó, en aquella ocasión, a un aditivo de cierta marca de margarina. Margarina y aceite, entre grasas parecía andar el tema. Sin embargo, Holanda brindó, 32 años después, una analogía un tanto más precisa con el síndrome tóxico que nos permite pensar en otra dirección: la razón de estado por encima de la salud. En octubre de 1992 un avión de las líneas aéreas israelíes se estrelló en un bloque de apartamentos de Amsterdam, matando a 43 personas y provocando en los siguientes años enfermedades extrañas a otras trescientas. Seis años tardó la compañía aérea israelí en reconocer que el avión trasladaba desde EEUU a Tel Aviv tres de los cuatro componentes para producir el gas neurotóxico sarín. La potencia de esta arma química, perteneciente a la familia de los organofosforados, la pusieron de manifiesto en 1995 los miembros de la secta Japonesa Aum Shinri Kyo. Con tan sólo unos gramos asesinaron a doce pasajeros e hirieron a unos cinco mil en el metro de Tokio. La investigación del accidente del avión, que un investigador holandés llegó a calificar "un rompecabezas en el que casi la mitad de las piezas se han perdido y la mayoría de las demás están rotas", la desinformación y el hermetismo israelí y la campaña de ocultamiento del gobierno holandés impidieron el tratamiento de los enfermos. Si tras la razón de estado holandesa se escondía el tránsito ilegal de sustancias químicas con objetivos militares ¿qué secreto escondía la razón de estado tras el síndrome tóxico?

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