Decir que las viviendas tenían un valor de mercado en 1969 era una obviedad. Todo el mundo sabía que las casas y pisos se compraban y se vendían. Pero decir que la ciudad también iba a ser arrollada por semejante concepción mercantilista empezó a ser divulgado por el filósofo y miembro del partido comunista francés Henry Lefebvre. En su libro «el derecho a la ciudad», editado en España hace 40 años, describía perfectamente la realidad urbanística del boom del ladrillo, el urbanismo de los promotores.
Releer el derecho a la ciudad cuatro décadas desués, es leer las leyes que subyacen en el desarrollo de nuestras urbes, nuestras costas… en definitiva, el modelo del desarrollo urbanístico realizado hasta la actualidad. El urbanismo de los promotores que “conciben y realizan para el mercado, con propósito de lucro, y ello sin disimularlo”, explica el filósofo francés, “ya no venden alojamientos o inmuebles, sino urbanismo. Con o sin ideología, el urbanismo se convierte en valor de cambio”. Lejos queda ya el urbanismo científico del movimiento moderno, o incluso el urbanismo estatal, que decía buscar “mejorar la calidad de vida de sus habitantes”. Lefebvre desenmascara la sociedad de consumo y el papel que pasa a jugar el urbanismo en ella: “Una ideología de la felicidad gracias al consumo, y la alegría gracias al urbanismo adoptado a su nueva misión. Este urbanismo programa una cotidianidad generadora de satisfacciones”. El nuevo papel del urbanismo ya no es solo facilitar el consumo de los comercios que contiene, es ser consumido en sí mismo. Por ello, ya no solo se consume en los centros comerciales, sino que se consume la propia ciudad. Anuncios publicitarios describen la realidad como un cuento de hadas: Parly II “engendra un nuevo arte de vivir”, un “nuevo estilo de vida”. ¿A quién no le recuerdan a las famosas propagandas actuales de Polaris World o MarinaDor? Cuatro décadas después, Lefebvre sigue siendo una guía para entender el desarrollo urbanístico que ha sufrido España y que parece va a seguir arrollando todo lo que se le ponga por delante. Como plantea: “Todas las condiciones se reúnen así para un dominio perfecto, para una refinada explotación de la gente, a la que se explota a un tiempo como productores, como consumidores de productos, como consumidores de espacio.”