Tras la suspensión durante seis horas de los servicios de Whatsapp, Facebook e Instagram, las acciones de las empresas de Zuckerberg cayeron en bolsa. El magnate de Facebook vuelve a ser objeto de debate tras el escándalo de Cambrigde Atlántica.
Los sueños idílicos del capitalismo nos proponen cada cierto tiempo la imagen propagandística de un “hombre brillante” que por medio de sus propios logros pasó de ser un estudiante desconocido a amasar fortunas gracias a sus adelantadas ideas e invenciones.
De nada sirve, contra los defensores del Sueño Americano, colocarles ante el espejo de las estadísticas reales de la auténtica pesadilla. Por cada actriz que llegó a Hollywood desde un pueblo remoto y a costa de Dios sabe qué, miles de Holly Golightly se quedaron en la estacada. Pero cuando nos adentramos en el mundo de las nuevas tecnologías, la propaganda se vuelve todavía más viralizable.
Porque sí que es cierto que en un mercado global milimétricamente repartido, es necesario abrir nuevos nichos de negocio para poder entrar en el top ten de los grandes emprendedores. Es entonces cuando el sueño americano, tan estadísticamente poco alentador, por una vez entre millones de proyectos fracasados e ideas plagiadas por el capital monopolista, aparece un caso donde la propaganda se adapta al caso real ¡Dios bendiga América!
La historia no es nueva. En los ochenta el legendario gigante IBM fichó a la pequeña compañía de Bill Gates para resolver un estándar lo bastante general que fuera posible incluir en todas sus computadoras. Mucho más meritoria fue la historia de Steve Jobs. Así que fue entonces cuando alentaron a las nuevas generaciones de programadores con aquel cuento de “tuvieron una idea, la desarrollaron en un garaje y acabaron cotizando en el Nasdaq”, poco menos. Algo así como el grupo de Rock&Roll que a base de conciertos en bares y maquetas grabadas literalmente en un garaje acaba en la MTV. Con el permiso y la preselección de las discográficas.
Pero ¿qué pasa cuando estos hombres brillantes se separan tan sólo un bit de aquellos intereses para los que fueron ensalzados, protegidos y vitoreados por la revista Time?. En el caso de Steve Jobs se lo cargaron tres veces, las dos primeras le robaron su propia empresa y a la tercera murió. Bill Gates ya se quejaba en la prensa a finales de los noventa porque no encontraba manera de obtener buenas relaciones políticas. En la campaña de George Bush (padre), Microsoft hizo importantes donaciones económicas, esperando que los republicanos aflojaran un poco la correa de las leyes antitrust que le habían caído encima. En vista del poco éxito obtenido, hicieron cuatro años después buenas donaciones a la campaña electoral de Clinton, obteniendo la misma indiferencia. En su caso, “portándose bien” y haciendo lo que esperan de él, el filántropo de Gates ha podido continuar como “nuevo rico” sin meterse en camisas de once varas acaparando hasta donde le dejaron acaparar. Pero por muchos vídeos surreales que el negacionismo trumpista ponga en circulación, nunca será del club de los que verdaderamente mandan.
Mucho más complicada es la situación actual en la superpotencia, si es que alguna vez sus peleas internas no fueron tan salvajes como un magnicidio o un autoataque de falsa bandera. En la época dorada de los millenials, por fin hubo forma de conseguir el sueño dorado de la CIA o la KGB: Con la llegada de Internet, la capacidad para rastrear información personal sobre gustos o tendencias se hizo posible. Fue entonces cuando todo el establishment de la superpotencia aplaudió, vitoreó y ensalzó como prodigios a los nuevos programadores de las modernas Redes Sociales. Al aparecer un nuevo mercado, aparece otra vez la posibilidad de repartir nuevos capitales, razón por la que entran en el juego nuevos ricos como Zuckerberg.
Quizá debería Zuckerberg reflexionar sobre las quejas de Bill Gates cuando la legalidad anti trust se adaptó tan rápido y de forma tan sutil a las nuevas circunstancias para impedir que un don nadie pudiera acaparar un sector del mercado del software. Cuando ya había otros sectores monopolizados en esa época (sin ir más lejos Oracle con las bases de datos). Tampoco le vendría mal al magnate del Facebook acordarse del destino tan horrible que sufrió Steve Jobs tratando de hacer valer los derechos de su creatividad. Aunque Zuckerberg es diferente y sus asuntos son diferentes. El escándalo de Cambridge Analytica ya nos revelaba que sus infraestructuras de datos fueron utilizadas con fines políticos. La empresa que obtuvo datos de Facebook en 2010 y más tarde fue utilizada por Trump en su campaña. Es entonces cuando te empiezas a meter en camisas de once varas. Deberías saberlo, Mark.
No podemos saber hasta qué punto ni en qué direcciones se mueven los intereses últimos del capital monopolista norteamericano para dar lugar a ciertas confrontaciones. O en qué medida el control del capital alcanzado por las sociedades de Zuckerberg, o la propia información que controlan, puede empezar a ser molesto a quién y por qué. Lo que sí sabemos es que los que verdaderamente mandan en el mundo no suelen aparecer en las noticias y forman un club cerrado en el que no puedes entrar de forma tranquila y democrática “por tus propios méritos”. Así que la historia se repite y lo que ayer valía para salir en el Time, mañana puede volverse un escándalo en tu contra.
De un tiempo a esta parte Zuckerberg anda teniendo que dar explicaciones de todo lo que hacen sus empresas. Las mismas instituciones que hasta antes de ayer promovieron que sus empresas hicieran todo lo que hacen, ahora le preguntan sagazmente sobre el comportamiento de sus programas y el uso de los datos. La prensa da un giro de 180 grados para empezar a decir que Instagram es pernicioso para los adolescentes (¿esto no lo sabíamos hace diez años? ¿por qué no dicen nada de TikTok?). En este escenario tan convulso, de pronto, un misterioso ataque cae como un proyectil sobre las redes de la compañía de Zuckerberg. En jornada laboral según el huso horario al otro lado del atlántico, hasta seis horas quedaron suspendidos exclusivamente los servicios de Facebook, Instagram y sobre todo Whatsapp: muy utilizado para mensajería interna a nivel laboral. Caen las acciones y se anuncian pérdidas mientras los memes de Zuckerberg se viralizan y Twitter o Telegram salen completamente indemnes del susto. Cualquier estudiante de computadoras sabe que los servicios de DNS (el famoso listín de internet) no caen así como así. Más sospechoso es que caigan de una forma tan selectiva (afectando sólo a los servicios de una compañía). Gigantes mucho más grandes han caído de la noche a la mañana. Recordemos a los Lehman Brothers. En el veloz mundo de Wall Street y en los sectores que captan altas tasas de ganancia como el de las nuevas tecnologías, las dentelladas de los lobos son más despiadadas. No sabremos como acabará el carismático programador de origen hebreo, lo que sí sabemos es que si hace falta que salga volando del sitio al que le dejaron llegar, todo su imperio puede ser recolocado o reabsorbido, una versión oficial nos será contada sin sentimentalismos y a nadie le dará demasiada pena su caída como para hacer alguna pregunta capciosa.