«Su desafío es admirable. El problema es que su comentario suscita la misma cuestión que él desea que desaparezca: ¿cómo de vulnerable es España a la crisis de la zona del euro?», se pregunta el diario en un comentario, que recuerda que «algunos inversores piensan que España es Irlanda, sólo que en sumas mayores».
El FT recuerda que Esaña sufrió una burbuja inmobiliaria, que sus cajas de ahorro están en una situación difícil que han llevado al Banco de España a recomendar recapitalizaciones y fusiones, y que el problema de Irlanda no fue la incapacidad para conseguir dinero, sino la incapacidad de sus bancos de refinanciar sus deudas. "¿Podrían afrontar los bancos españoles un problema similar?", cuestiona el FT, que cita a Barclays Capital para afirmar que España necesita 73.000 millones de euros en los primeros cuatro meses de 2011 para hacer frente a su deuda soberana y la deuda bancaria. (EL ECONOMISTA) EL CONFIDENCIAL.- Si la economía lograra recuperar el empleo, el futuro de las pensiones estaría asegurado a pesar del envejecimiento de la población, del deterioro de la relación entre cotizantes y pensionistas, que es el principal argumento utilizado por los defensores de la reforma de la seguridad social. Tanto más cuanto que en nuestro país el porcentaje que representa el gasto en pensiones sobre el PIB es sensiblemente menor a la media de la UE y que nada justifica que las pensiones deban ser sostenidas exclusivamente por las cotizaciones. El problema de las pensiones es un invento, una campaña organizada para recortarlas EL PAÍS.- La mera presunción de que la economía de Estados Unidos todavía ocupa la posición dominante que tuvo en 1945 tiene que haber hecho que los europeos serios lo nieguen con la cabeza y que a los chinos les dé la risa. ¿Aún no sabe Washington que su mando sobre la economía global se ha ido escabullendo tristemente durante los últimos 25 años? ¿Podrá asumir alguna vez el hecho de que ahora es solamente un actor principal en el escenario de la economía mundial y no el gran gorila? Opinión. El Economista Financial Times: “Zapatero es muy valiente o muy estúpido” El "Financial Times" afirma hoy que el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, es "muy valiente o muy estúpido" al decir que los especuladores que atacan a la economía española perderán hasta la camisa. "Su desafío es admirable. El problema es que su comentario suscita la misma cuestión que él desea que desaparezca: ¿cómo de vulnerable es España a la crisis de la zona del euro?", se pregunta el diario en un comentario, que recuerda que "algunos inversores piensan que España es Irlanda, sólo que en sumas mayores". El FT recuerda que España sufrió una burbuja inmobiliaria, que sus cajas de ahorro están en una situación difícil que han llevado al Banco de España a recomendar recapitalizaciones y fusiones, y que el problema de Irlanda no fue la incapacidad para conseguir dinero, sino la incapacidad de sus bancos de refinanciar sus deudas. "¿Podrían afrontar los bancos españoles un problema similar?", cuestiona el FT, que cita a Barclays Capital para afirmar que España necesita 73.000 millones de euros en los primeros cuatro meses de 2011 para hacer frente a su deuda soberana y la deuda bancaria. El diario reconoce que "éste no es el escenario para un rescate", pero indica que "los inversores están menos preocupados por el hecho de un eventual rescate español que por el coste del mismo". Grecia, Irlanda y Portugal "son desafíos serios, pero manejables", pero en el caso de España un plan de rescate estaría en torno a los 420.000 millones de euros, señala el FT, que "lo que estiraría casi hasta la ruptura la capacidad financiera de la UE". En este contexto, este diario considera que "el desafío del señor Zapatero no es sólo manifestar, sino demostrar que España puede seguir adelante por sí misma; de lo contrario su comentario sólo se añade al estruendoso diálogo de sordos entre los líderes políticos europeos y los mercados financieros". Ese diálogo ha servido para tender "una alfombra roja para los especuladores", añade el "Financial Times". Esta situación, afirma el diario en otro editorial, "sería cómica, sino fuera tan seria", ya que "cada vez que la zona del euro redescubre su determinación y encuentra una política para enterrar la crisis de la deuda soberana logra que la situación empeore". El diario advierte de que la crisis bancaria y de deuda puede extenderse por toda Europa, y constata que el contagio de la crisis soberana "difícilmente puede ser contenida ya en estos momentos". Es un error pensar que la zona del euro puede aislar ahora a España y si la situación de liquidez española empeora otros países con altos niveles de deuda pueden ser los siguientes, se señala en el editorial, en el que se considera que el gran error fue limitar el tamaño del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera. "Al no hacer este Fondo lo suficientemente grande para que nunca tuviera que ser utilizado, la zona del euro no tiene ahora un instrumento creíble con el que contener el contagio", concluye. EL ECONOMISTA. 27-11-2010 Opinión. El Confidencial El cuento de las pensiones Pedro Montes Gobierno, Banco de España, instituciones financieras, organismos internacionales, universidades, servicios de estudios, mercenarios economistas de toda laya… Todos concluyen que si no hay una reforma de las pensiones para reducirlas el sistema es inviable. Reconocen que por el momento el sistema está cubierto (todavía arroja superávit), pero les preocupa el futuro. Y si bien aparecen discrepancias en cuanto a la fecha en que sobrevendrá la crisis de la seguridad social, 10, 15, 20 años, en otra cuestión no caben dudas: o hay reforma o el futuro de las pensiones corre peligro. En mi opinión, está razonable y solventemente demostrado que si la economía lograra recuperar el empleo, es decir, no mantenerse en una crisis permanente, el futuro de las pensiones estaría asegurado a pesar del envejecimiento de la población, del deterioro de la relación entre cotizantes y pensionistas, que es el principal argumento utilizado por los defensores de la reforma de la seguridad social. Tanto más cuanto que en nuestro país el porcentaje que representa el gasto en pensiones sobre el PIB es sensiblemente menor a la media de la UE y que nada justifica que las pensiones deban ser sostenidas exclusivamente por las cotizaciones. El problema de las pensiones es un invento, una campaña organizada para recortarlas. Y sorprende, por expresarlo de este modo tan ingenuo, que habiendo tantas incógnitas sobre el futuro y funcionando el sistema sin ninguna planificación, al albur de los mercados y los intereses inmediatos, sólo las pensiones entren en las preocupaciones del futuro. En los próximos años inmediatos, pues, según los propios reformadores, no hay porque inquietarse por un desajuste de la Seguridad Social. En el futuro, si por fin se supera la crisis, según algunos analistas a los que les doy la razón, tampoco. El problema se reduce al futuro para el caso de que la crisis se prolongue indefinidamente y el paro se mantenga durante muchos años en sus altos niveles actuales. Y para cualquiera que se ponga hacer extrapolaciones de población y económicas se encontrará con la sorpresa de que tampoco hay problema de las pensiones. La razón es muy simple. Cuando los “expertos” pronostican el futuro negro de las pensiones se basan en extrapolaciones de los derechos actuales de los trabajadores y en las condición pasadas del empleo. Como es sabido, la pensión de cada trabajador se determina en función de los años cotizados, pero si ocurre que la crisis sigue golpeando con fuerza, los futuros pensionistas tendrán bastantes menos años de cotización acumulados y sus pensiones serán significativamente más bajas que en la actualidad. Por otra parte, es sabido que es preciso un número mínimo de años de cotización, el llamado período de carencia, para adquirir el derecho a pensión, y es bastante probable que muchos trabajadores a partir de ahora no alcancen por las condiciones del mercado laboral ese mínimo, por lo que no serán pensionistas en el futuro. Ha ocurrido ya con muchos inmigrantes, que después de haber cotizado regularmente en los años pasados, su contribución ha tenido un efecto nulo en cuanto a generar derechos de pensión, una vez que han tenido que abandonar el país empujados por la desesperanza de encontrar un puesto de trabajo. Si cupiera decirlo brevemente, han pagado para nada y nos hemos aprovechado de ello. La conclusión inmediata es que tampoco habrá un problema de pensiones en el futuro si la crisis económica perdura. Habrá entonces una crisis generalizada, la situación social y económica será desoladora, la descomposición de la sociedad adquirirá tintes dramáticos, pero no serán las pensiones el único ni el principal problema, puesto que será el conjunto de las relaciones sociales y económicas las que serán insostenibles. Todo estará abierto entonces a conmociones de todo tipo, a salidas que hoy se presentan impensables: una sociedad en crisis abierta buscará alternativas desesperadas cuyos resultados son una incógnita pues dependerán de la relación de fuerzas entre las clases sociales, pero en todo caso el tema de la crisis de las pensiones quedará subsumido en la crisis general. Los que auguran la insostenibilidad del sistema actual de las pensiones no sólo se equivocan sino que yerran el tiro sobre los problemas reales de la economía española. No es descartable que mientras se obsesionan con lo que ocurrirá dentro de muchos años con las pensiones tengan que ver hundirse la economía en los próximos tiempos: la cadena parece imparable: Grecia, Irlanda, el turno le toca a Portugal y luego… Se podría pensar que se está aprovechando la crisis y su secuela más dramática, el paro, para una nueva ofensiva sobre las pensiones. No es así. Que nadie sea mal pensado y vea intereses de por medio en este tema. Los reformadores son genuinos altruistas, benefactores sociales, instituciones y personas recorridos por la preocupación máxima de garantizar a todos una pensión suficiente en el futuro. EL CONFIDENCIAL. 27-11-2010 Opinión. El País Todos con el paso cambiado Paul Kennedy Ahora que, de momento, el ruido ha cedido y el polvo se va posando sobre los dos controvertidos debates del mes pasado -el debate doméstico norteamericano sobre la nueva fase de expansión cuantitativa de 600.000 millones de dólares puestos en circulación por la Reserva Federal y las discrepancias que, en paralelo, surgieron en el G-20 de Seúl a propósito de la manipulación de divisas- tal vez sea posible pensar con más sangre fría sobre las implicaciones de ambos asuntos y sobre su conexión. Pero primero parémonos a considerar por qué se producía tanta polvareda en torno a estas dos rencillas, la una sobre la nueva "expansión" (un término encantador y reconfortante) de bonos del Tesoro por parte de Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, y la otra sobre las turbulencias en la reunión del G-20 respecto a quién estaba distorsionando más los tipos de cambio de sus monedas, si China, Estados Unidos o el resto del mundo. El debate interno norteamericano sobre la sabiduría de la Reserva Federal al hacer un intento más de reavivar la moribunda economía doméstica es tan claro que no necesitamos malgastar aquí mucho tiempo con él. Los defensores de la expansión cuantitativa arguyen que solo la Reserva Federal y el Tesoro norteamericanos tienen las herramientas para reactivar el bajo crecimiento nacional; algunos comentaristas, como el economista Paul Krugman, hubieran preferido un paquete de estímulos mucho mayor. Sus oponentes, mayormente republicanos, pero todos y cada uno de ellos conservadores en lo fiscal, están alarmados ante el insólito modo en que el régimen Geithner-Bernanke quiere salir de la depresión norteamericana: imprimiendo billetes, con la vana esperanza de que este estímulo llevará a la creación de más puestos de trabajo, luego a más crecimiento, luego a más ingresos por impuestos y luego a presupuestos más equilibrados. La separación entre ambos campos domésticos es existencial: o bien uno cree que el dar a la renqueante economía norteamericana un "impulso" keynesiano tiene muchísimo sentido, o uno piensa que eso es derrochar a cántaros el dinero. Una de estas dos posiciones, lógicamente, resultará ser buena, y la otra mala. Ahora podrían serlo cualquiera de las dos. La QE2 (o segunda expansión cuantitativa) es catastrófica o sensata. La misma lógica puede ser válida, o quizá un poco menos, a propósito de la airada polémica internacional que tuvo lugar en Seúl a propósito de los efectos de la "expansión" de esos 600.000 millones de dólares por parte de la Fed norteamericana en su economía mientras este país es, para bien o para mal, y en situación decadente, el banco de la última reserva, y mientras el dólar, aunque también en declive, es la principal divisa de cambio del mundo. Ese debate de Seúl tiene que haber sido contemplado por cualquier persona imparcial como "un diálogo de sordos". El presidente Obama y el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, mantuvieron hasta el final que esta descongestión monetaria era un paso necesario para estimular la recuperación norteamericana; y, una vez lograda esa recuperación, el mundo, seguramente, seguiría su ejemplo. La mera presunción de que la economía de Estados Unidos todavía ocupa la posición dominante que tuvo en 1945 tiene que haber hecho que los europeos serios lo nieguen con la cabeza y que a los chinos les dé la risa. ¿Aún no sabe Washington que su mando sobre la economía global se ha ido escabullendo tristemente durante los últimos 25 años? ¿Podrá asumir alguna vez el hecho de que ahora es solamente un actor principal en el escenario de la economía mundial y no el gran gorila? Sin embargo, en el debate sobre la manipulación de las divisas, Estados Unidos seguramente plantea un argumento correcto de inicio. Cualquier banquero o comerciante del mundo afirmaría que China está utilizando sus masivas reservas de capital para controlar el tipo de cambio del yuan; este está lentamente en alza, pero solamente al ritmo que Beijing estima que es bueno para sus intereses. De este modo, las exportaciones chinas están devaluadas, lo que no solo distorsiona el comercio entre Estados Unidos y China, sino que obliga a Japón, Corea del Sur, Brasil y Sudáfrica a andar a la rebatiña, mediante manipulaciones de moneda similares, para que sus propios comercios sigan siendo competitivos. Los chinos están haciendo trampas y en consecuencia los superávits de su comercio crecen de manera grotesca. Así que la respuesta de Washington es la de meter más y más dólares en el sistema, con el argumento de que necesita echar leña a una economía doméstica plana. Tal vez se estimule realmente a su economía, pero el otro efecto es el del envío de billetes de dólares norteamericanos al extranjero, y en tan gran cantidad que el valor de cambio del dólar está obligado a decaer. Por supuesto, el dólar volverá a subir. Una estúpida crisis en Oriente Medio (Irán ataca a Israel o Israel ataca a Irán), una acción desquiciada de Corea del Norte o una crisis financiera en otro país de la UE siempre provocará una notable aunque pasajera subida del dólar, pero la tendencia a largo plazo es descendente, debido tanto a los continuos déficits como a la renuencia de otras naciones a tener tantos dólares. El sistema monetario internacional guiado por EE UU desde 1944 se está destruyendo lentamente. No es una sorpresa. Un país con solo el 4,5% de la población mundial y el 20% del producto bruto no puede cargar permanentemente con el peso de que su moneda esté representando el 80% o el 60% de las reservas de divisas del mundo. Lo que solía ser visto por muchos como una ventaja desleal ahora puede resultar ser una carga. Más pronto o más tarde va a suceder lo que los economistas califican como una "convergencia" entre el poder de impacto real de EE UU en el mundo (o sea, su parte del producto global total) y su artificialmente alta parte de los valores de cambio internacionales. Durante un largo periodo, muchas naciones dentro de la órbita política estadounidense aceptaron la artificialidad de la posición del dólar. Se trataba de aliados como Reino Unido, Japón, Alemania, España o Corea. Pero no hay ningún indicio de que las grandes potencias emergentes de hoy -Brasil, Sudáfrica, India- tengan la misma actitud deferente. En cuanto a China, nunca desfilará al mismo paso que EE UU. El asunto ahora es saber si EE UU, debido a su endeudamiento, desfilará pronto al mismo paso de China. Todo lo cual nos vuelve a llevar a la "expansión cuantitativa" de Bernanke. Desde un punto de vista doméstico, la actuación de la Fed puede haber sido útil y entraba dentro de sus competencias. Hace unos días, Jim O’Neill, el primer economista de Goldman Sachs, recordaba a los lectores del Financial Times que "la responsabilidad de la Fed es mantener alto al empleo y baja a la inflación, pero no a las monedas". El presidente Obama podría encontrar así un elemento bastante útil: las actuaciones de la Reserva Federal para estimular a la moribunda nación no están concebidas para debilitar al dólar, aunque probablemente lo hagan, mejorando así las exportaciones y asestando un golpe de refilón a las manipulaciones de China con su propia moneda. Al tiempo, la Casa Blanca puede decir que si el dólar se debilita no se le puede echar la culpa a ella. El problema es que, a pesar de su declive, EE UU es todavía un actor enormemente importante en la economía global, lo que significa que no solo tiene una gran capacidad de ayudar al mundo, sino además una terrorífica capacidad de dañar al sistema comercial universal mediante políticas egoístas y encerradas en sí mismas, como ya lo hizo en el periodo 1930-1934. Esas políticas no solo seguirían dañando a la economía norteamericana, sino que comenzarían a debilitar sus vitales aportaciones a la seguridad internacional. A largo plazo, ningún poder militar Número Uno puede mantener tan vastas obligaciones en el exterior si su economía se debilita en relación a otros Estados o naciones en alza. Por todas estas razones, a este autor le parece vital que Estados Unidos por un lado, y los demás actores principales mundiales por el otro, cesen en su disparate de desfilar a pasos diferentes y en direcciones diferentes. Ningún ejército de coalición ganó nunca una batalla con esa táctica. EL PAÍS. 27-11-2010