Yemen se está cayendo a pedazos. El presidente y el primer ministro del pequeño país en el extremo sur de la Península Arábiga, cedieron ante la presión de los rebeldes insurgentes hutíes, y renunciaron a sus puestos a finales de enero. Durante meses los hutíes habían sitiado el distrito gubernamental de Saná, forzando, finalmente, la salida de los jefes de Estado. Desde entonces, el país se encuentra en caída libre: las instituciones gubernamentales, así como la policía y los poderes judiciales han dejado de funcionar casi por completo. En lugar del orden público, ahora reinan el caos y la anarquía.
Países occidentales como los EE.UU., Gran Bretaña y Alemania cerraron sus embajadas allí hace aproximadamente un mes. La Oficina Federal de Relaciones Exteriores instó a todos los ciudadanos alemanes a abandonar Yemen. En su página web afirma que en todo el país existen «riesgos significativos por conflictos internos, conflictos tribales, manifestaciones masivas y actos de terrorismo».
Los hutíes reclaman el poder
Para discutir cómo afrontar el problema en conjunto, se reúnen este lunes (09.03.2015) los ministros de Exteriores de la Liga Árabe en El Cairo. Soluciones simples serán difíciles de encontrar: la tribu de los hutíes, perteneciente a los chiitas zaidíes, provocó un levantamiento en contra del gobierno durante meses. En un principio los hutíes se oponían a un proyecto de constitución que preveía una división federal del país, lo cual les habría quitado el acceso al mar. Sin embargo, poco a poco, comenzaron a presentar demandas cada vez más radicales, que iban más allá de su objetivo original. «Comenzaron a tener aspiraciones de dominio sobre todo el territorio yemení», explica un estudio de la Fundación de Ciencia y Política de Berlín.
Sin embargo, los hutíes actualmente tampoco están en condiciones de gobernar el país. La falta de transparencia, la pobreza, y sobre todo la corrupción, han socavado la lealtad de los ciudadanos al poder central en Saná. Por ello es que la toma de poder de los hutíes fue, en gran medida, sólo simbólica. Sin embargo, sus lemas se pueden leer en banderas esparcidas por todo Saná: «Dios es grande», «muerte a Estados Unidos», «muerte a Israel», «condena a los judíos» y «victoria al Islam».
El mayor oponente de los hutíes es la organización terrorista «Al-Qaeda en la Península Arábiga» (AQAP), cuyos combatientes se han asentado principalmente en el sur del país. Este grupo radical es responsable de numerosos secuestros e impulsó los ataques terroristas en París en enero pasado. En una edición de su revista de Internet llamó al asesinato de uno de los dibujantes de «Charlie Hebdo».
Irán expande su búsqueda de poder
Los ministros de Exteriores de la Liga Árabe también discutirán sobre Al-Qaeda, aunque su principal objetivo es llegar a un acuerdo sobre cómo proceder respecto a los hutíes. Y es que la tribu es considerada cercana a Irán, y los ministros sospechan que, por medio de la expansión de los hutíes, Irán intentará seguir consolidándose como potencia hegemónica en Medio Oriente. «Yemen ahora está bajo la influencia de Irán y es considerado miembro del ‘eje de resistencia’ al que pertenecen Siria, el Hezbolá en el Líbano y los militantes chiíes en Irak», asegura la revista de Internet Al-Monitor.
A finales de enero el ex presidente parlamentario iraní, Ali Akbar Nateq Nuri, expresó que «ahora vemos que nuestra revolución se está trasladando a Yemen, el Líbano, Irak y Siria», según lo citó la revista digital. Este y otros comentarios de políticos y clérigos iraníes demuestran que el conflicto original en Yemen hace tiempo que dejó de ser un problema local, adquiriendo dimensiones internacionales. Por lo tanto, hay mucho más en juego que tan sólo una reclamación desenfrenada de una pequeña minoría religiosa. Esta situación ha alertado a los vecinos sunitas de Yemen. «Hay un acuerdo internacional de que el golpe de Estado de los hutíes tiene que ser rechazado», dijo el ministro de Exteriores saudí, el príncipe Saud al-Faisal, la semana pasada.
Negociaciones como única opción viable
Lo que nadie sabe es cómo afrontar el problema. La guerra en Siria ha demostrado que un contraataque militar no es la opción. Al igual que con Siria, los líderes árabes deben temer un enfrentamiento armado en Yemen, y por ende con Irán. Pero también una intervención indirecta, como sucedió en Siria mediante el apoyo a los opositores al régimen de Assad, probablemente descartada. Esto no ha llevado más que a la expansión de grupos yihadistas como «Estado Islámico» (EI).
Así, la única opción viable es negociar. De particular importancia será la actual discusión sobre el programa nuclear en Irán. Si se llega a un acuerdo en este tema, probablemente se relaje la situación en toda la región. Este fue el mensaje del ministro de Exteriores estadounidense, John Kerry, en su viaje a Riad, la semana pasada. «Un acuerdo podría restarle algo de presión a la competencia de armamento nuclear que hay en la región y contribuirá enormemente a la promoción de paz aquí y en otros lugares», aseguró Kerry.
En el pequeño Yemen se hace visible la complejidad del juego de poder político en que está sumido Medio Oriente. Los conflictos de los países individuales están estrechamente vinculados y la experiencia de los últimos cuatro años ha demostrado que, en caso de ser posible, estos sólo podrían solucionarse por medios pacíficos.