«Portugal, España. Italia y Grecia. Ford y Kissinger tenían motivos de sobra para estar preocupados. La inesperada revolución militar democrática en Portugal había evolucionado en muy pocos meses hacia un bonapartismo aparentemente pilotado por el Partido Comunista. En España acababa de morir Franco. En Italia, un partido comunista algo distanciado de Moscú ya superaba el treinta por ciento de los votos. En Grecia, la dictadura de los coroneles acababa de derrumbarse.»
Portugal se asentó y desués de él todas las demás piezas del ombligo euromediterráneo. A los griegos los dejaron sueltos con sus trampas entre clanes (Karamanlis-Papandreu) puesto que ya se adivinaban graves problemas en los Balcanes. Italia, importantísima, siguió siendo un magnífico laberinto. Y la vigorosa España dio la sorpresa. La OTAN aseguró el flanco, el Mercado Común se amplió, la URSS desapareció, las empresas alemanas vendieron más coches, frigoríficos y lavavajillas que nunca, y los europeos del sur fueron felices y comieron perdices durante treinta años, comprando a crédito y ajenos a toda obligación luterana. (LA VANGUARDIA) EL CONFIDENCIAL.- Del Rivero sabe que ningún Gobierno con dos dedos de frente aceptaría convertir a Pemex en la prima donna de ese complejo industrial que es Repsol, y por eso masculló el acuerdo con la mexicana tras el adelanto electoral anunciado a finales de julio por Zapatero. Pero sobre todo, tras comprobar el día 31 de ese mismo mes que no había prórroga automática del mastodóntico crédito, y que por lo tanto había que renegociar con una banca canina a la que le traen sin cuidado los conglomerados industriales, como es santo y seña en el Santander desde que el viejo Don Emilio salió escaldado de las crisis de los años 80. Algo que sin duda explica por qué estamos donde estamos EL PAÍS.- La revisión de la estructura impositiva es una de las consecuencias ineludibles del proceso de saneamiento de las finanzas públicas acometido en aquellas economías avanzadas más afectadas por la crisis económica. Desde luego debería serlo también en España. A los incrementos del IVA y, en general, en las figuras impositivas indirectas, las que de forma fundamental y con independencia de la renta de los sujetos pasivos gravan indiscriminadamente el consumo, debería acompañar una subida no menos explícita en la imposición directa, acentuando la progresividad y, muy particularmente, las dirigidas a las rentas y riquezas más elevadas Opinión. La Vanguardia Y Mao preguntó por España Enric Juliana En 1975, el equilibrio mundial dependía en gran medida de Portugal, España, Italia y Grecia. En el 2011, tras de treinta años de consumo a crédito, la línea de fractura vuelve a pasar por los mismos países. Gerald Ford le dice a Mao Zedong, presidente del Partido Comunista de China: "Nos preocupan mucho Portugal, España, Italia y Grecia. Hay que reforzar el ombligo euromediterráneo porque esa puede ser una de las zonas de expansión de la URSS". Mao, contrario al expansionismo soviético desde la muerte de Stalin, hace una breve pausa y responde como un viejo mandarín al corriente de todos los asuntos del globo. Responde con lentitud porque ya está muy enfermo. Tabaquismo. Problemas cardiacos y pulmonares. –Pero ustedes no condenaron nunca a Franco. –Es verdad, no le condenamos, pero apoyaremos al rey Juan Carlos y conseguiremos que España entre en la OTAN, replica Ford. –Sería bueno –vuelve a responder Mao– que España pudiese entrar en el Mercado Común. ¿Por qué no lo acepta la Comunidad Económica Europea? Llegados a este punto, tercia el secretario de Estado Henry Kissinger, señalando que la mayoría de los países europeos son aún reticentes. Pekín, 2 de diciembre de 1975, doce días después de la muerte del general Franco en Madrid. Segunda visita de un presidente de Estados Unidos a la República Popular China, después del primer viaje de Richard Nixon en 1972. Objetivo: la Gran Pinza. La obra maestra de Kissinger. EE.UU. ha perdido la guerra de Vietnam, el país asiático más amigo de la URSS, y China, que está comenzando a madurar como potencia, ya no acepta el paternalismo prepotente de los comunistas rusos. El diálogo citado pertenece al memorando oficial norteamericano, desclasificado el año 2000. Portugal, España. Italia y Grecia. Ford y Kissinger tenían motivos de sobra para estar preocupados. La inesperada revolución militar democrática en Portugal había evolucionado en muy pocos meses hacia un bonapartismo aparentemente pilotado por el Partido Comunista. Las colonias portuguesas en África habían sido liberadas y se aproximaban a la órbita soviética. En España acababa de morir Franco. En Italia, un partido comunista algo distanciado de Moscú ya superaba el treinta por ciento de los votos y en la eterna Democracia Cristiana, bajo la tutoría del Papa Pablo VI, comenzaban a surgir voces a favor de un cierto pacto entre católicos y comunistas. En Grecia, la dictadura de los coroneles acababa de derrumbarse en 1964 tras la insensata invasión de la isla de Chipre. Un político conservador protegido por Francia pilotaba una gradual democratización de la que había sido excluida la monarquía por su complicidad inicial con la dictadura militar. Aunque España era un grandísimo interrogante, la principal preocupación de Kissinger era Portugal. El primer ministro Vasco Gonçalves, coronel de ingenieros que había redactado el manifiesto revolucionario, promovía la reforma agraria, la nacionalización de la banca y la instauración de una decimotercera paga. Kissinger estaba a punto de promover la fractura definitiva del ejército y el enfrentamiento de las unidades apostadas en el norte con la guarnición de Lisboa, controlada por el teniente coronel Otelo de Saraiva Carvalho, el jefe militar más izquierdista. El embajador de Estados Unidos en Lisboa, Frank Carlucci, le frenó. Con el apoyo del general Vernon Walters, subdirector de la CIA, le dijo que repetir la carnicería de Chile en Portugal, con España en coma, podía ser una gran locura. Carlucci no era un pacifista. Había participado en 1961 en la caída y posterior liquidación del líder revolucionario congoleño Patrice Lumumba. Había conspirado en Tanzania contra Julius Nyerere, demasiado amigo de los rusos, y había ayudado al general Walters a chequear en 1964 la recién inaugurada dictadura brasileña del general Castelo Branco. Carlucci era un cualificado profesional de la guerra fría. Pidió tiempo a Kissinger para lograr, con la ayuda de los socialdemócratas alemanes y del Vaticano, el afianzamiento del socialista Mario Soares, líder moral de un parlamento recién elegido, que los militares revolucionarios se empeñaban en tutelar. Le salió bien. Portugal se asentó y después de él todas las demás piezas del ombligo euromediterráneo. A los griegos los dejaron sueltos con sus trampas entre clanes (Karamanlis-Papandreu) puesto que ya se adivinaban graves problemas en los Balcanes. Italia, importantísima, siguió siendo un magnífico laberinto. Y la vigorosa España dio la sorpresa. La OTAN aseguró el flanco, el Mercado Común se amplió, la URSS desapareció, las empresas alemanas vendieron más coches, frigoríficos y lavavajillas que nunca, y los europeos del sur fueron felices y comieron perdices durante treinta años, comprando a crédito y ajenos a toda obligación luterana. Compren, compren, compren. Hipotequen, hipotequen. Y olviden las penas del pasado. Nadie les advirtió que la Reforma protestante tiene prohibido estirar más el brazo que la manga. LA VANGUARDIA. 4-9-2011 Opinión. El Confidencial Un patriota anda suelto Carlos Sánchez Hannah Arendt lo llamó ‘colapso moral’. La pensadora alemana acuñó este término para referirse a la sociedad europea, y, en particular, a la germana, que miraba para otro lado cuando millones de ciudadanos -convertidos previamente en apátridas- eran desplazados hacia el Este para su exterminio. La expresión hizo furor en su día. Y recientemente la utilizó el primer ministro británico para describir los sucesos de este verano en Londres. Cameron aplicó el término colapso moral para explicar el comportamiento de quienes atacan la convivencia ciudadana sólo para hacer daño, para desestabilizar. Sin un objetivo claro o mínimamente articulado. Probablemente, como diría, Andy Warhol, en busca de quince minutos de gloria. Los incidentes de Tottenham no se dirigieron contra los grandes propietarios o los banqueros que alimentaron la burbuja financiera, sino contra pequeños comerciantes que viven en el mismo barrio que los indignados y que, por lo tanto, sufren las mismas miserias. Arendt vinculó esa conducta a la expresión ‘banalidad del mal’, y así subtituló su imprescindible libro sobre el criminal nazi Eichmann, ahorcado por el Estado de Israel tras ser secuestrado en un suburbio de Buenos Aires. Luis del Rivero sabe de puentes y de regadíos como nadie desde sus tiempos de Ferrovial, pero su aventura equinoccial sobre Repsol, como la denomina Bernaldo de Quirós, sólo demuestra que la banalidad del mal existe. También en el mundo económico. El murciano tiene un problema de 4.908 millones con los bancos sólo por la operación Repsol, y otro de 11.194 millones (dos billones de pesetas) si se incorporan las deudas totales del grupo Sacyr, y, como Nerón, está dispuesto a incendiar Roma para salvar sus reales. Sabe que no lo tiene fácil. Pero como buen hijo de militar ha decidido tirar por la calle de en medio -presionado por los acreedores- para escapar del desastre con el silencio cómplice de ese lumbreras que es Miguel Sebastián, que todavía no se explica por qué Zapatero (que anda escamado y ya no está para este tipo de guerras) no le hizo en su día ministro de Economía. Del Rivero sabe que ningún Gobierno con dos dedos de frente aceptaría convertir a Pemex en la prima donna de ese complejo industrial que es Repsol, y por eso masculló el acuerdo con la mexicana tras el adelanto electoral anunciado a finales de julio por Zapatero. Pero sobre todo, tras comprobar el día 31 de ese mismo mes que no había prórroga automática del mastodóntico crédito, y que por lo tanto había que renegociar con una banca canina a la que le traen sin cuidado los conglomerados industriales, como es santo y seña en el Santander desde que el viejo Don Emilio salió escaldado de las crisis de los años 80. Algo que sin duda explica por qué estamos donde estamos, que diría Ortega. La sustitución de un modelo industrial heredado del franquismo por otro que acabó por convertir el sistema eléctrico (con Javier de Paz como embajador plenipotenciario) en objeto del deseo de los señores del ladrillo, ha hecho el resto. Sólo así se justifica la presencia de Sacyr en Repsol. El pelotazo de los Entrecanales en Endesa o el asalto de Florentino a Iberdrola. No ha sido ajeno a este movimiento desesperado del murciano la propia debilidad de un Brufau en horas bajas por la debacle de los socialistas del PSC, que ni mandan ya en Cataluña ni tendrán influencia alguna en Madrid a la vuelta del 20-N. Hasta Fainé (wait and see) se enteró de la que se le venía encima prácticamente por los periódicos y cuando todo el pescado estaba vendido. Cerebro en la sombra Hete aquí, sin embargo, paradojas de la política, que un hombre cercano al PP, como es Nemesio Fernández-Cuesta, aparece ahora como clave para Brufau. El antiguo secretario de Estado de Energía en tiempos de Aznar es el cerebro en la sombra del giro copernicano que ha dado la petrolera desde el descubrimiento de los yacimientos de Brasil. Repsol está volcada en actividades de exploración y producción de hidrocarburos, y eso pasa, necesariamente, por aumentar las inversiones aún a costa de moderar el reparto de dividendos. Al frente de esa división está Fernández-Cuesta, el flotador al que se agarra Brufau para sobrevivir. Sin duda con buen criterio, toda vez que la supervivencia de la compañía (demasiado pequeña en un sector muy concentrado) pasa por aumentar la producción, particularmente en los yacimientos de la cuenca de Santos, cuya explotación es muy costosa debido a la enorme profundidad en que se encuentran los hidrocarburos. El asalto a Repsol no tendría nada de particular si Pemex y Sacyr lanzaran una opa sobre el 100% de Repsol, pero ocurre que los dos socios están tiesos, y por eso han decidido usar de forma torticera la ley retorciendo el espíritu del legislador. Mientras los mexicanos quieren quitarse de encima una competidor en Latinoamérica (Repsol posee importantes yacimientos no sólo en Brasil, sino también en el Golfo de México o Venezuela), la constructora pretende meterle mano a la caja -vía dividendos- para poder pagar a los bancos. Pero como no hay suficiente caja, todo pasa por desguazar la compañía. Por ejemplo, desprendiéndose de su 31% en Gas Natural. Del Rivero esgrime que mucho upstream pero poco parné, y en verdad que la cotización de Repsol no recoge el valor de los importantes yacimientos; pero para recoger hay que sembrar, y el tiempo se le echa encima al murciano. Repsol, además, no está para sacarles las castañas del fuego a los gestores de Pemex, mosqueados con Brufau por el desinterés mostrado en la privatización de algunos pozos de petróleo en Tabasco. Aunque bien es cierto que les quedan dos telediarios ante el avance imparable de ese partido-Estado que en su día fue el PRI. La operación es, en todo caso, el último as que le queda bajo la manga a Del Rivero a la vista de que su compañía está con respiración asistida después de ruinosas operaciones como la ampliación del canal de Panamá. Y ya ni siquiera Nin -el capo de la Caixa con permiso de Fainé- se le pone al teléfono para sacar un conejo de la chistera antes de que el 21 de diciembre expiren los créditos. Y muchos menos Rajoy, que no quiere saber nada de lobbys y de conspiradores profesionales. Qué tiempos aquellos en que todo estaba por hacer. De Murcia al cielo. Cuando Loureda, Riezu y Del Rivero montaron Sacyr con 40 millones de pesetas (12 millones el murciano). Ahora no puede colocar su paquete en Repsol ni siquiera, según algunos, con la ayuda de Agag, buen amigo de Javier de Paz, y con quien ha colaborado en algunas operaciones; y mira que lo ha intentado. Con los rusos, con los indios, con los emiratos… Rien de rien. La operación tiene pocos visos de salir adelante, pero ilustra hasta qué punto el país se ha puesto en manos de patriotas que para salvar su cuenta de resultados están dispuestos a agujerear un proyecto industrial (como sucedió en Endesa). Y todo ello con el nihil obstat de Sebastián, que en lugar de poner pie en pared, habla de forma vacua y con medias verdades de mantener la españolidad de la marca (¿qué pasó con Cepsa?), pero sin aclarar si eso pasa porque una compañía constitucionalmente pública como es Pemex pueda decidir la política de inversiones en el extranjero o el posicionamiento estratégico de Repsol. Sebastián y Del Rivero, en todo caso, demuestran que la historia es circular. El ministro conspiró con el murciano para apartar a FG de la presidencia del BBVA, y ahora rinde sus últimos favores. Y ya hay quien piensa que acabará sus días como su amigo Taguas, que después de abrir la Moncloa al ‘ladrillo’ ha acabado siendo presidente de la patronal. Es lo que tiene vivir en un país con una democracia consolidada y a prueba de escándalos. En este juego de patriotas no faltan Abelló y Carceller, peleados con Del Rivero en Sacyr, pero que no le hacen ascos al desguace de Repsol si cae la pasta. En una palabra, el célebre toma el dinero y corre se impone, aunque ello suponga el reforzamiento del enemigo íntimo. Al menos hasta que el próximo Gobierno juegue al nacionalismo y obligue al triunvirato de Sacyr y a la propia Pemex a sacar sus manos de Repsol. No lo va tener fácil. Los muñidores andan estos días desplegando su talento. EL CONFIDENCIAL. 4-9-2011 Editorial. El País Repartir los costes La revisión de la estructura impositiva es una de las consecuencias ineludibles del proceso de saneamiento de las finanzas públicas acometido en aquellas economías avanzadas más afectadas por la crisis económica. Desde luego debería serlo también en España. A los incrementos del IVA y, en general, en las figuras impositivas indirectas, las que de forma fundamental y con independencia de la renta de los sujetos pasivos gravan indiscriminadamente el consumo, debería acompañar una subida no menos explícita en la imposición directa, acentuando la progresividad y, muy particularmente, las dirigidas a las rentas y riquezas más elevadas. En algunos países -EE UU, Francia, Alemania, Portugal- han sido algunas personas representativas de las mayores fortunas las que han tomado la iniciativa de asumir una contribución al respecto. Lejos de ejercicios de masoquismo, constituyen posiciones consecuentes con las crecientes tensiones sociales y el elevado riesgo de desafección que la distribución de los costes de esta crisis, y del correspondiente saneamiento financiero público, está originando. No quieren renunciar precisamente a ser ricos, sino que quieren serlo con las garantías de cohesión y estabilidad social necesarias que han caracterizado la evolución de las principales economías europeas en las últimas décadas. Entienden que, sin integración europea, con la moneda única amenazada, la viabilidad de muchas empresas es menor. Son también conscientes de que el desmantelamiento de la capacidad financiera de los Estados, consecuencia de la simultánea severidad de la crisis y de algunas propuestas de saneamiento fiscal, socava las propias posibilidades de acumulación privada a largo plazo: sin un ritmo suficiente de inversión pública la rentabilidad de las inversiones privadas se debilita. También para los más ricos, más vale avanzar cesiones en la distribución de la renta y de la riqueza, especialmente en aquellos países donde la regresividad ha sido la nota dominante en los últimos años, que enfrentarse a crisis fiscales de calado. Así lo están entendiendo Gobiernos de distinto signo político en la Unión Europea, con la excepción del volátil Silvio Berlusconi, que en apenas pocas semanas se ha desdicho de sus intenciones iniciales de recaudar más con cargo a los que más tienen, anunciadas cuando comunicó las reducciones de gasto público. En España no han tenido lugar hasta el momento iniciativas similares a las de esos potentados de otros países. Eso no significa que el Gobierno tenga que esperar a ello. Ha sido en nuestro país donde, en la larga etapa de expansión económica que concluyó en 2007, la presión fiscal sobre las rentas más elevadas se ha atenuado en mayor medida, así como las que gravitan sobre el beneficio de las sociedades. Este Gobierno, además de reducir la progresividad fiscal, eliminó el impuesto sobre el patrimonio. También es la economía española una de las que soporta un gasto público relativo al PIB inferior al de las más avanzadas de Europa. El otro de los rasgos que nos diferencia y debería obligar a su rápida corrección es un fraude fiscal superior al promedio y una excesiva facilidad para que los que incurran en delitos de esa naturaleza apenas los purguen. Entre el ejemplo italiano y el alemán, también en este ámbito conviene alejarse de quien sigue manteniendo el mayor volumen de economía sumergida de Europa. EL PAÍS. 4-9-2011