David ha vencido otra vez a Goliat. El mito bíblico, que Israel protagonizó cuando era un pueblo ocupado, se ha vuelto ahora contra Tel Aviv, hoy reducida al papel de gendarme regional norteamericano. Ha sido el pueblo palestino quien ha conseguido un histórico triunfo político al ser admitido como Estado observador en la ONU. Se demuestra que los pueblos, aunque solo estén armados con una modesta honda, puedan poner en severos aprietos al imperio más poderoso.
Washington movió todos los hilos de su poder global. Israel bombardeó durante una semana el territorio palestino, provocando una nueva masacre con decenas de víctimas inocentes.
No les sirvió de nada. Sus balas reales y diplomáticas no pudieron evitar que el pueblo palestino conquistara una nueva trinchera.
Con audacia política, Palestina forzó la votación de su petición para ser admitida en la ONU como Estado observador, un estatus similar al que goza el Vaticano.
Y el resultado ha sido abrumador. Con EEUU e Israel –radicalmente opuestos a las pretensiones palestinas- sólo votaron siete Estados, concretamente la República Checa, Canadá, Panamá, Nauru, Palau, Micronesia y las Islas Marshall.
138 países apoyaron la reivindicación palestina. Y 41 se abstuvieron, entre ellos aliados tan estrechos de Washington como Reino Unido.
Esta es una victoria de los pueblos del mundo. Y una derrota del hegemonismo norteamericano y su peón local israelí.
La decisión de la ONU habilitaría a Palestina para formar parte de organismos como el Tribunal Penal Internacional. Lo que le permitiría formular denuncias contra Israel por crímenes contra la humanidad. Por ejemplo, en el asesinato con polonio radioactivo de Arafat, cuyo cadáver acaba de ser exhumado para buscar pruebas del magnicidio.
Washington encuentra cada vez más problemas en Oriente Próximo y Medio. Propició las “primaveras árabes” para sustituir los caducos regímenes dictatoriales por “democracias controladas” más estables. Pero ha abierto una espita por dónde se está filtrando las aspiraciones de independencia de los pueblos árabes.
Egipto –el único país musulmán que mantiene relaciones diplomáticas con Israel- es una de las claves de bóveda. No es lo mismo un Egipto firmemente alineado con Washington, como sucedía bajo Mubarak- que un Egipto gobernado por los Hermanos Musulmanes, que aunque no han roto con Washington sí mantienen una notable autonomía.
Es sólo el movimiento parcial de una pieza, pero su desplazamiento ha forzado un cambio en el tablero a favor de los palestinos y en contra de Israel y Washington.
Tel Aviv quiso “zanjar la cuestión” lanzando una sangrienta ofensiva militar contra Gaza, que provocó decenas de muertos. Pero las autoridades palestinas han respondido con una ofensiva diplomática que ha culminado con la histórica votación en la ONU.
Como bien nos recuerda la Biblia, todo el poder de Goliat nada puede hacer ante la astucia de David. Washington e Israel están sufriendo las consecuencias de ello. Mientras los pueblos del mundo celebramos la noticia.