"Vértigo" se ublicó por primera vez en Alemania en 1990 -hace ahora, pues, veinte años- con el título "Schwindel. Gefhüle" ("Mal de altura. Sentimiento"), cuando Sebald contaba ya 46 años. Dos años después publicaba "Los emigrados". En 1996, "Los anillos de Saturno". Y en 2001, "Austerlitz". Ese mismo año fallecía en un accidente automovilístico en Norwich (Gran Bretaña), donde residía desde hacía más de 30 años, ejerciendo como docente en la universidad de East Anglia. Desde entonces acá, su obra se ha erigido en uno de los pilares más destacados de la literatura europea contemporánea.En "Vértigo" -como en el resto de sus novelas- el narrador sebaldiano es, a su manera, una imagen inversa del "promeneur solitaire" (el paseante solitario) de la literatura romántica: ambos deambulan por paisajes y escenarios reconocibles, por ciudades y países reales; pero donde el viajero romántico descubría y se extasiaba ante el esplendor de la naturaleza, el sebaldiano se conmueve y espanta ante las huellas ostensibles de la destrucción; donde aquél encontraba escenarios en que inflamar su espíritu, el cronista sebaldiano encuentra sólo motivos para la desazón y una desconsolada melancolía. Los apasionados sueños románticos han dado paso a las pesadillas de un mundo cuya contemplación produce vértigo.En cuanto a su estructura, "Vértigo" responde a la concepción musical de una pieza en cuatro movimientos, que también hallamos en "Los emigrados" y "Los anillos de Saturno". Cada "movimiento" tiene su autonomía y su sentido pleno, pero los cuatro guardan asimismo un estrecho parentesco entre sí. En los cuatro asistimos a un "viaje" (tema y recurso sebaldiano por antonomasia). En los cuatro se deambula por el corazón alpino de Europa: las regiones alpinas de Italia y Suiza, el Tirol austriaco y el Allgau alemán. Y en los cuatro anida una reflexión recurrente sobre la memoria, el pasado, las dificultades de la evocación, las heridas del tiempo y las permanentes huellas del horror que deja, a cada paso, una civilización (la nuestra) marcada por el sello de la destrucción.El primer y el tercer texto son notoriamente breves y narran -en brillantes ejercicios de escritura concentrada- episodios de las "jornadas italianas" de Stendhal y de Kafka. Sebald se apoya en textos como "La vida de Henry Brulard" (Stendhal), o las cartas a Felice y los Diarios de Kafka, para elaborar poderosas síntesis de dos escritores que buscarton y no hallaron sosiego amoroso.En el segundo texto ("All´estero": en el extranjero), el narrador parte de Inglaterra, impulsado por una desazón interna, y viaja por Austria y el norte de Italia sin una intención precisa ni un norte claro. En el abismo de una mente atormentada, proclive a las alucinaciones, Sebald va hilando recuerdos, experiencias, hallazgos, evocaciones, hasta reconocer que ya no sabe si está "en la tierra de los vivos o en algún otro lugar". Quizá como en ningún otro texto Sebald manifiesta el malestar por su nacionalidad -le gustaría, dice, "haber sido ciudadano de un país mejor"- y su verdadera condición de expatriado -"o de ningún país en absoluto"-.Ese malestar se comprende mejor leyendo el último fragmento, "Il ritorno in patria" (El regreso a casa), crónica de su retorno a W. (Wertach), la aldea de los Alpes bávaros donde nació en 1944 y abandonó definitivamente en 1965. Ejercicio ejemplar de inmersión en un pasado hecho jirones, donde la lucidez es más poderosa que la melancolía, este texto cierra un libro en el que Sebald nos deja la sensación de que estos retratos, orlados en negro, contienen el germen de la literatura del siglo XXI.