La verdad sobre la ignominia sale a la luz. Hace apenas dos meses y medio, el Tsahal perpetraba la masacre genocida más brutal desde Sabra y Chatila. La administración Olmert, y sus principales dirigentes: Livni, Barak -presentados ahora como «moderados» en comparación al gobierno que se avecina- siempre insistieron en que el comportamiento de sus tropas se ajustaba a las leyes de la guerra. Pero hace unas semanas los alumnos de la Escuela Militar Isaac Rabin de Tivón asistieron a una confesión, que ha sido publicada ayer por el diario israelí «Haaretz». Esperaban escuchar las anécdotas y la experiencia de los veteranos de la Operación Plomo Fundido contra los terroristas de Gaza. El testimonio de la matanza sin nombre, del pillaje y de la brutalidad sin tasa que oyeron les dejó sin aliento.
El asado 13 de febrero el auditorio del Instituto Académico Isaac Rabinestaba a rebosar de novatos ansiosos por escuchar las vivencias de la guerra, finalizada sólo unas semanas antes. En el estrado, pilotos y soldados de infantería se disponían a dar una charla en un curso preparatorio para el servicio militar –obligatorio en Israel-. Lo que oyeron a continuación no lo olvidarán nunca. El primer testimonio lo dio el jefe de un escuadrón de infantería, que habló del asalto a una vivienda para tomar posiciones elevadas en la ocupación de un barrio. "Había una casa con toda la familia entera dentro, los llevamos a una habitación. Más tarde, salimos de la casa y entró otro comandante con la orden de desalojar a la familia para montar un puesto de vigilancia desde allí (…) Dejó a la familia irse y les dijo que salieran por la derecha. La madre y sus dos hijos no entendieron y se fueron por la izquierda”, explicó el mando, y su mirada se hizo más sombría. ”El francotirador que estaba apostado en el tejado no había recibido la orden de dejarlos irse, e hizo lo que se supone que tenía que hacer", dijo, ahorrando explicar la secuencia que dejó a la madre y dos pequeños cuerpos inertes y ensangrentados en el asfalto. Luego, en un tono que denotaba una extraña mezcla de justificación y arrepentimiento, añadió: "No creo que se sintiera mal, estaba haciendo lo que se le había ordenado que hiciera. Todos pensábamos que la vida de los palestinos era mucho menos importante que las de nuestros soldados". "En Gaza hicimos cosas que diez días antes nos hubieran parecido horribles y que en aquellos momentos, con los bombardeos y viendo a los compañeros heridos, nos parecían normales", prosiguió un soldado, como queriendo soltar un lastre demasiados días incrustado en las entrañas. "Cuando entrábamos en una casa debíamos tirar la puerta y empezar a disparar dentro y subir piso a piso. Yo a eso le llamo asesinato. En cada piso, identificábamos a una persona y le disparábamos, yo me preguntaba: ¿cómo puede esto tener sentido?". Otro jefe de escuadrón confesó cómo el comandante de la compañía "ordenó que se disparase y matase a una anciana palestina que caminaba por una carretera a unos cien metros de la vivienda que la compañía se había incautado", lo que calificó de "asesinato a sangre fría". Algunos militares intentaron poner freno a la orgía de sangre, pero fue demasiado tarde. Un soldado aseguró que, después de que un jefe de escuadrón discutiera con su comandante sobre la permisividad del código de actuación y éste fuera cambiado, otros militares del mismo rango se quejaron y dijeron: "Deberíamos matar a todos en el centro de Gaza. Todos aquí son terroristas". El director del curso de Tivón, Dani Zamir, confesó al diario Hareetz el estupor que los testimonios dejaron entre los quintos. "Esperábamos tener una discusión sobre la guerra, en la que oiríamos experiencias personales y lecciones para los soldados, pero nos quedamos absolutamente conmocionados". Zamir puso en conocimiento las confesiones del jefe del personal del Ejército, y de allí a una cadena de filtros hasta que se ha ordenado abrir una investigación penal dentro del Tsahal. El diario Hareetz atribuye los hechos a la "desconexión entre los comandantes de los batallones y sus oficiales superiores", pero tal explicación es poco consistente. En los edificios que las tropas del Tsahal utilizaban como base de operaciones estaban claramente escritas las consignas que la tropa utilizaba como grito de guerra: "No tolerancia, venimos a aniquilar", "Muerte a los árabes". Multitud de testigos han relatado cómo los soldados israelíes cometían actos de pillaje y vandalismo sólo por placer: defecaban en el interior de las lavadoras, dejaban los excrementos en la nevera, destruían ordenadores, muebles, televisiones, electrodomésticos… Los palestinos que han podido volver a sus hogares han encontrado álbumes de fotos llenas de saliva y cosas peores. No es posible que los mandos no oyeran los mensajes incendiarios de los rabinos militares, exhortando a “atacar sin piedad”, ni que ignoren la filiación política de extrema derecha de la mayoría de los jóvenes que hoy se alistan en el Tsahal. Y desde luego de ellos han salido las órdenes de bombardear viviendas, mezquitas, mercados, escuelas, hospitales. De ellos ha salido la orden de rociar Gaza con fósforo blanco, de reducir la franja a una tumba de escombros, a un monumento al holocausto. ¿Quieren hacernos creer que esto han sido sólo ejemplos del desenfreno de soldados descontrolados a los que hay que ajusticiar ejemplarmente para que el nombre del Tsahal quede a salvo?. Nunca. Las manos blancas han de responder por los crímenes de los esbirros, por el asesinato de 1400 palestinos –la mitad de ellos civiles, mujeres y niños-. Han de sentarse en un banquillo y ser juzgados en el Nüremberg de Gaza.