El récord de participación del 21-D -un 81,94% impensable hace años en unas autonómicas catalanas, y cinco puntos por encima de la ya espectacular cifra del 74,95% de 2.015- ha sido posible por la movilización de sectores del pueblo trabajador que tradicionalmente habían dado la espalda a los comicios catalanes.
Esta es una de las noticias más importantes que nos dejan estas elecciones -expresión de una tendencia que ya hizo acto de presencia el 27-S- que va a tener -más allá de los resultados- importantes repercusiones en el futuro político de Cataluña.
Al valorar los resultados del 21-D, primero hay que fijarse en los hechos, y despejar las mentiras y falsedades. Como las declaraciones de Marta Rovira, segunda de la candidatura de ERC, cuando afirma que “la mayoría ha votado por la república y por la independencia”.
La realidad es que las candidaturas independentistas han obtenido del 47,58% de los votos. Un porcentaje alto… pero inferior al 52,42% de quienes han votado a fuerzas que rechazaban explícitamente la independencia.
Los catalanes que han utilizado su voto para apoyar a candidaturas que dicen no a la independencia superan en casi 200.000 a los que han respaldado la ruptura.
¿Dónde está entonces la “mayoría independentista” que la que presumen Puigdemont o Marta Rovira?
El independentismo se ha visto favorecido por una ley electoral que penaliza el voto de las zonas con mayor presencia del pueblo trabajador, y sobreprepresenta el de las zonas rurales tradicional granero independentista.
Es esa ley electoral injusta la que permite a los independentistas tener mayoría absoluta de escaños en el parlament cuando no han conseguido, una vez más, rebasar el 50% de los votos.
En unas condiciones excepcionales, con una Generalitat intervenida por la aplicación del 155, con políticos independentistas presos y una parte del antiguo govern en Bruselas, el independentismo ha vuelto a enfrentarse a sus límites.
En unas elecciones donde ha aumentado el censo electoral, y más catalanes han ido a votar, los votos independentistas son -con el 94% escrutado- casi 20.000 menos que en 2.015.
Aunque conservan la mayoría absoluta, de conjunto han perdido 2 diputados, y ERC y la lista de Puigdemont -nuevo refugio de la ex Convergencia- se han mantenido sobre la base de devorar a las CUP, que ha perdido más de la mitad de los votos, pasando de 10 a 4 diputados.
Especialmente significativa es la victoria, en votos y también en escaños, de Ciudadanos, una fuerza política nacida precisamente en Cataluña hace poco más de diez años. Y que ha recibido un apoyo espectacular en las zonas obreras y con mayor presencia del pueblo trabajador, ante la desconfianza hacia las principales fuerzas de izquierda -como Catalunya En Comú o el PSC- producto de sus ambiguedades y traiciones al enfrentarse a los ataques de los proyectos de fragmentación.
Se abre un nuevo escenario en la batalla política que se desarrolla en Cataluña. Las fuerzas independentistas conservan una parte importante de su poder. Entre otras cosas porque se benefician de un régimen, construido durante cuatro décadas de dominio de la Generalitat, que sirve a sus intereses. Pero la movilización del pueblo trabajador, que rechaza una y otra vez los proyectos independistas, va a ser un actor político que ha venido para quedarse, y que nadie podrá despreciar.