Como decíamos la semana pasada «todo indica que el «caso Bárcenas» ya ni siquiera va camino de convertirse en el «caso Rajoy», sino en el «caso España». No es casualidad la avalancha de corrupción desatada de golpe, sino que estamos ante un ataque del exterior directamente relacionado con los voraces planes de Washington y Berlín. Y, hoy por hoy, con todas las posibilidades abiertas.
Si por momentos parece alejarse la caída de Rajoy, la judicialización del caso ha colocado en la diana al ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, a través de los agujeros negros de la amnistía fiscal que habría permitido regularizar ilegalmente miles de millones al propio Bárcenas y a las tramas corruptas. ¿Es la suerte de la ruleta o estamos ante una ruleta trucada con números marcados?» ¿Un gobierno todavía más prohegemonista, con menos capacidad para resistirse a las nuevas exigencias de Washington y Berlín? ¿Esto es lo que se busca con la explosión del «caso Bárcenas»?»
Montoro, se ha venido significando como uno de los nódulos del sector más vinculado a una oligarquía nacional, y por tanto con intereses más enfrentados a las exigencias y proyectos del hegemonismo, ante los que ha mostrado más resistencia desde su puesto en el ministerio de Hacienda.
Tampoco es casualidad que la vinculación de la ministra de Sanidad, Ana Mato, con la trama Gürtel saltara horas antes de la delicada comparecencia de Rajoy ante el comité ejecutivo de su partido. Más cuando Mato, del entorno más cercano a Rajoy, era implicada por un informe de la policía de delitos financieros (UDEF) dependiente del ministerio del Interior.
¿Estamos ante movimientos para provocar una crisis de gobierno? ¿Con qué consecuencias políticas? La remodelación del gobierno, con la salida de Montoro, Mato y algún otro ministro, reforzaría de entrada a De Guindos, auténtico ariete del hegemonismo dentro del gobierno, que ha dado muestras sobradas de estar en sintonía con el FMI y Bruselas.
La ruleta con números marcados gira para eliminar “resistencias nacionales” y apoyos de Rajoy. Y las consecuencias políticas evidentes: un gobierno más prohegemonista y con mucha menos capacidad de resistencia frente a futuros –e inevitables- envites del hegemonismo.