Si alejas los ojos del campo operatorio, el bisturí acabará cortando lo que no debe. Para extirpar un problema sanitario es imprescindible la investigación, tanto de laboratorio como epidemiológica. Son los ojos que permiten ver el problema, y verlo correctamente. Este es el papel de los grandes centros de investigación Biomédica en España, el CNIO (Centro Nacional de Investigación Oncológica dirigido por Mariano Barbacid), el CNIC (Centro Nacional de Investigación Cardiovascular dirigido por Valentín Fuster) y el CIEN (Centro de Investigación de Enfermedades Neurológicas). Estos han dejado, junto al Instituto de investigación Carlos III, de pertenecer al Ministerio de Sanidad.
Algunos dicen que es un error searar la investigación de la práctica clínica. Y lo es, claro. Es obvio que bajo estas decisiones existe una valoración no explícita de la gestión de los tres grandes patronatos y el instituto Carlos III. Un balance imprescindible de conocer porque no se trata de mantener con enormes presupuestos centros que no den resultados. Eso sería lo primero a conocer. Y en segundo lugar, hay que conocer al servicio de qué nuevos intereses se vincula entonces. Los ojos pasan a desconectarse del músculo. ¿Quién va a orientarles hacia dónde mirar? ¿Qué músculo va a activarse ahora con la información que den? El Ministerio de Innovación y Ciencia de Cristina Garmendia asume el mando. Y el presupuesto, claro. Se ha nombrado a Carlos Martínez Alonso, Secretario de Estado de Investigación, como presidente de los patronatos de investigación en sustitución de Bernat Soria. En la propia trayectoria de Bernat Soria podemos ver su compromiso directo con la práctica clínica. Sus investigaciones sobre células madre encerraban la doble condición de ser punteras a nivel mundial y de su compromiso con las asociaciones de enfermos diabéticos, sus principales beneficiarios. La biografía de Carlos Martínez nos ofrece otro perfil. Un brillantísimo científico, doctor en químicas, que empezó trabajando en el campo de la inmunología, cuya trayectoria es una sucesión de ascensos a altos cargos en las más afamadas instituciones y sociedades científicas europeas, con más de 400 artículos publicados. Según consta en su biografía, en 1992, como director del Departamento de Investigación Biomédica del CSIC firmó un acuerdo con una multinacional farmacéutica que supuso, según los medios, “una nueva forma de hacer y financiar ciencia de calidad”. Luego, ha trabajado para importantes comités de la UE y para el Comité de la OTAN (en el estudio de señales intercelulares). Ha sido premiado por las farmacéuticas Du Pont (año 2000) o Lilly (2004), además de ser Premio Rey Jaime I, Fundacion Carmen y Severo Ochoa o ser nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alcalá de Henares. Y últimamente, ha sido una pieza fundamental de la estructura científica española. Fue uno de los científicos españoles de primera línea que elaboró el Pacto de Estado por la Ciencia, fue nombrado presidente del CSIC en 2004 (120 centros, 2500 investigadores y un presupuesto de más de 700 millones de euros). Y, finalmente, en 2008 saltó a ocupar el puesto de Secretario de Estado de Investigación en el Ministerio de Cristina Garmendia. Bien seguro que la investigación biomédica española dará un salto. El problema es quién se va a beneficiar. ¿Qué base industrial propia, nacional, tiene para rentabilizarlo y qué conexión directa con la práctica clínica se va a establecer? Alejar ambas no parece un buen comienzo.