Las elecciones que han llevado a Donald Trump a la presidencia de EEUU expresan la agudización del declive norteamericano. Con una superpotencia sumida en la división y el desconcierto. Y que tiene tantos problemas fuera -en el plano internacional- como dentro -frente a la sociedad norteamericana-.
El ajustado resultado electoral refleja una profunda división que recorre de arriba a abajo toda la sociedad norteamericana. En la burguesía monopolista estadounidense sobre el camino a seguir para contener un imparable declive imperial. En el conjunto de la sociedad con un enfrentamiento que no va a hacer sino agudizarse.
Estados Unidos es la única superpotencia, el mayor explotador mundial y la principal fuerza de agresión y guerra para mantener su hegemonía planetaria. Sin embargo la crisis ha acelerado el declive de su hegemonía hasta unos niveles difíciles de imaginar hace ocho años. Y está en retroceso ante el avance de los países emergentes del Tercer Mundo y la lucha de los pueblos, y su incapacidad para evitar las últimas derrotas en Irak y Afganistán.
En 1960, EEUU suponía el 39,8% del PIB mundial, ahora apenas representa el 22,7%. Mientras que el peso de los países del Tercer Mundo, encabezados por China y otros países emergentes como Brasil, India, o Sudáfrica, han pasado del 15% al 27% del PIB mundial en las últimas dos décadas.
Estados Unidos tiene que gestionar su declive en unas condiciones cada vez más difíciles
Son los efectos del declive imperial, y la ausencia de una alternativa clara en la burguesía norteamericana (tras el fracaso tanto de Bush y la incapacidad de Obama para revertirlo) lo que ha permitido la irrupción y el triunfo de una alternativa como Trump que muy pocos esperaban.
Al mismo tiempo, se ha agudizado la fractura interna. Para mantener el avance del imperio, se ha “triturado” a una parte de la sociedad norteamericana que formaba parte de los “satisfechos”.
Imponiendo una “reforma laboral global” que ha rebajado salarios y condiciones de vida y trabajo. No solo a las minorías, tradicionalmente excluidas, también a la clase obrera y la clase media blanca, pilar de la estabilidad del sistema.
Hillary Clinton, presentada como la candidata “progresista”, ha sido el mejor activo de la campaña de Trump. Es un representante “puro” de los intereses de Wall Street, de la corrupción del stablishment y de las políticas que han empobrecido a buena parte del pueblo norteamericano.
Y esta división no va a hacer sino agudizarse. Buena parte de la clase obrera blanca ha votado a Trump frente a lo que Clinton significa. Pero Trump no solo no va a poder satisfacerlos, sino que inevitablemente va a agudizar su empobrecimiento y exclusión, con una superpotencia que cada vez tiene más achicado su espacio en los mercados mundiales ante avance de los países emergentes y la pérdida de peso en la economía mundial. De ahí que el discurso racista y las proclamas contra la inmigración cumplan un papel de control social para impedir que los trabajadores blancos puedan unirse en sus reivindicaciones con las minorías de negros o hispanos.
En el exterior, EEUU pierde peso frente al avance de países emergentes. En el interior, tiene cada vez mayores dificultades para unir y cohesionar a la sociedad norteamericana.
Habrá que esperar para ver cómo se concreta, y qué significa, la “línea Trump”. Su actuación como presidente nada va a parecerse a las bravuconadas de la campaña. Su primer discurso como presidente ha sido conciliador, ofreciendo “acuerdos justos a todos los países”, sobre la base de aceptar la primacía norteamericana. Y remarcando la necesidad de “superar la división” en el seno
Anónimo dice:
Y si en vez de dos hubiera mas lineas dentro de la burguesia norteamericana