Sobre el colapso del régimen de Al Assad en Siria

Un sátrapa fascista ha caído en Siria, pero ¿qué llenará su silla y qué centros de poder lo sostendrán?

Que el régimen de Bachar Al Assad que ha colapsado en Siria pertenezca al museo de los horrores de la Historia, al rincón del terror y del imperialismo, no excluye que lo que pretende sustituirle no tenga el mismo carácter, no sea tan o más tenebroso.

Las imágenes que nos llegan de Siria y de los sirios de la diáspora reflejan un torrente de emociones: alegría empañada por los horrores de catorce años de dolor, sufrimiento y guerra civil; esperanza y alivio ante los retratos destrozados del dictador; pero también miedo e incertidumbre ante lo que viene, ante unos «rebeldes» islamistas que también guardan un largo historial de atrocidades.

Lo que ha caído en Siria es un auténtico régimen fascista, sostenido mediante el terror y la represión, mediante la persecución policiaca de su población, mediante cárceles hacinadas de presos políticos y escenario habitual de indescriptibles torturas y ejecuciones sumarias.

Durante más de medio siglo, la familia Al Assad -primero el padre, Háfez al-Ásad, luego su hijo, Bachar- ha manejado con mano de hierro los destinos de Damasco. En la Guerra Fría, convirtiéndose en un apéndice y trampolín del poder de la socialimperialismo soviético en Oriente Medio, en una base de la influencia de la URSS en la región. Y en tiempos más recientes, manteniéndose en el poder gracias al sangriento apoyo del Kremlin de Putin, o de los ayatolás de Irán.

En 2011, y al calor de las «Primaveras Árabes» del norte de África, la superpotencia norteamericana decidió canalizar el más que justificado hastío de amplios sectores del pueblo sirio contra el corrupto y tiránico régimen de Al Assad para desatar una cruenta guerra civil que ha dejado un balance de horror y sangre: más de 300.000 muertos (algunas fuentes aseguran que el doble), cinco millones de de personas expulsadas de su país (de ellos, un millón en la UE y tres en Turquía), casi siete millones de desplazados internos.

Para derribar a un dictador que no era de su cuerda, Washington y sus aliados de la OTAN y las monarquías árabes del Golfo no dudaron en utilizar, financiar y armar a un amplio abanico de milicias opositoras, desde los grupos revolucionarios kurdos a los más sanguinarios grupos fundamentalistas, el Estado Islámico, Al Qaeda y otras ramificaciones.

Pero la dictadura de Al Assad y el Kremlin tampoco tuvieron escrúpulos a la hora de perpetrar los más horrendos crímenes de guerra para derrotar a sus enemigos. Hay abundantes pruebas del uso de armas químicas contra la población civil por parte del régimen de Damasco. En Siria fue donde la Rusia de Putin, auxiliando un sátrapa vasallo, actualizó y desarrolló la brutal «doctrina Grozni» aprendida en la guerra de Chechenia, ejecutando bombardeos masivos sobre la ciudad de Alepo.

Para derribar a un dictador que no era de su cuerda, Washington y sus aliados no dudaron en utilizar, financiar y armar a un amplio abanico de milicias opositoras, incluidas distintas ramas del Isis y Al Qaeda

“Cirugía plástica”. Kamal Sharaf (Yemen)

Nueve de cada diez sirios viven bajo el umbral de la pobreza mientras la corrupción permeaba como un cáncer el conjunto del Gobierno. Hasta el hermano del tirano, Maher Al Assad, se he enriquecido enormemente gracias al tráfico de captagón, la droga que asola Oriente Próximo.

Este es el odioso cóctel de opresión, autoritarismo y corrupción que ha hecho que -como en el caso del gobierno pronorteamericano de Afganistán- nadie salga defenderlo. Por eso ha caído a plomo, casi sin resistencia, en cuestión de días, cuando los aliados internacionales de Al Assad han dejado de asistir al régimen.

Por mucho que la propaganda del Kremlin -y de cierta izquierda adicta a repetir sus visión torcida e insidiosa- nos presente al gobierno de Al Assad como un bastión del laicismo frente a la barbarie yihadista, o como un pilar de estabilidad, este es el carácter criminal y fascista del régimen que ahora se ha derrumbado en Siria, y la razón del alivio que muchos sirios, dentro y fuera de ese país, sienten al ver caer las estatuas.

Pero que lo que ha colapsado en Siria pertenezca al museo de los horrores de la Historia, al rincón del terror y del imperialismo, no implica que lo que pretende sustituirle no tenga el mismo carácter, no sea tan o más tenebroso.

Por mucho que los fundamentalistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS), herederos del Dáesh y Al Qaeda intenten ahora borrar su pasado, mostrando un perfil más moderado y tolerante, basta con mirar a los talibanes de Afganistán para recordar qué ocurre con las libertades y derechos de la población se ponen en manos de fundamentalistas medievales, títeres a su vez de grandes potencias.

A poco menos de un mes de que Trump ocupe de nuevo el Despacho Oval, ensombreciendo aún más el horizonte de Oriente Medio, no es posible saber con claridad cuál será el destino inmediato de Siria.

Porque detrás de la amalgama de grupos armados que han derribado al régimen de Al Assad -además de HTS, el Frente para la Liberación Nacional, armados y financiados por Turquía y los grupos kurdos (hasta ahora) manejados por Washington- encontramos siempre, de una o de otra manera, la mano o la influencia de los EEUU.

Unos EEUU que junto a su gendarme israelí, están embarcados en una incendiaria escalada militar para rediseñar el mapa de Oriente Medio. Una cruzada hegemonista que comenzó en Gaza, perpetrando un genocidio que lleva ya más de 45.000 muertos; que continuó con la invasión y el bombardeo de Líbano; y que tiene ahora en esta «reactivación relámpago» de la congelada guerra civil siria una maniobra por la que Washington no sólo deja a Moscú sin un régimen aliado con el que desplegar su influencia en la región, sino que corta por la mitad al «Eje de la Resistencia» de Irán.

A poco menos de un mes de que Trump ocupe de nuevo el Despacho Oval, ensombreciendo aún más el horizonte de Oriente Medio, no es posible saber con claridad cuál será el destino inmediato de Siria.

Es posible que las distintas potencias «ganadoras» del colapso del régimen de Al Assad -junto a EEUU e Israel, Turquía, Arabia Saudí, Emiratos Árabes…- impongan un «pacto caníbal» entre los distintos grupos armados «rebeldes» para repartirse poder e influencia en un nuevo régimen sirio.

Pero también es posible que procedan a descuartizar y cuartear el país, con una republica alawita en la zona costera, un corredor proturco en la frontera otomana y un reducto kurdo en el interior desértico del país. Una ‘balcanización’ de Siria que mantenga a este desdichado país como un polvorín al que siempre se pueda prender fuego cuando los intereses del hegemonismo así lo precisen.

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