Tras una efímera embriaguez de victoria, la otra superpotencia, EEUU, comprobó muy pronto que el mundo “post Guerra Fría” desbordaba los estrechos límites de su dominio.
El mundo actual, las grandes tendencias que lo definen, sigue siendo deudor de un gigantesco terremoto global vivido hace treinta años, cuyas consecuencias fueron saludables para los pueblos y se revolvieron contra los grandes centros de poder mundiales.
La mañana del 13 de agosto de 1961, los berlineses se encontraron con un muro que partía en dos su ciudad. El régimen de la República Democrática Alemana movilizó todos sus recursos para construirlo en una sola noche.
Comprender este hecho exige remontarse hasta 1945. Tras su derrota en la IIª Guerra Mundial, Alemania es un país dividido y ocupado por las potencias vencedoras. Las zonas norteamericana, británica y francesa se unifican para dar lugar a la República Federal Alemana. Mientras, la ocupada por la URSS conforma otro Estado, la llamada “Alemania Oriental”.
Berlín, la histórica capital alemana, está en pleno centro de la zona soviética, pero a su vez está también divida en una zona norteamericana y otra soviética.
Entre 1949 y 1961, hasta 3,5 millones de berlineses, un 20% de la población, abandonan la parte oriental para pasar a la occidental. Huyen de la miseria y el fascismo.
La única manera de que Moscú y la nomenklatura germana contengan esta hemorragia es… encerrar a su propia población. Esta es la razón de que se construyera el muro, cuyos 160 kilómetros rodeaban por completo Berlín Occidental.
Alemania se convirtió en el escenario privilegiado de la disputa entre las dos superpotencias. EEUU acantonaba 200.000 soldados en la Alemania Federal, y la URSS ocupaba la parte oriental con 400.000 militares soviéticos.