SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Un polí­tico limpio

El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, estaba terminando su segunda y última intervención en la tarde del pasado martes, día 24, en el pleno del Congreso de los Diputados dedicado al debate sobre el estado de la nación cuando mediante una inflexión de voz en busca de un tono intimista dijo: “El presidente del Gobierno me echa en cara casos de corrupción y yo le digo, señor presidente, que lecciones de usted sobre corrupción ninguna. Yo soy un político limpio, ¡yo soy un político limpio, señor Rajoy! ¡Lo soy!”. Fue el momento de más emoción y sinceridad.

Las palabras sonaron como una declaración que incluía el sobrentendido de “a diferencia de otros, como usted, señor presidente”, que nunca pronunciado fue perceptible para todos los presentes. Marcaba el contraste, pedía respuesta, pero su recipiendario esquivó dársela en términos inevitables de “y yo también lo soy”. Luego, Pedro Sánchez se demoró en la mención a Bárcenas, describió su multifunción como gerente, ascendido a tesorero nacional del PP y senador, y conjeturó que su fortuna tenía las mismas fuentes que la financiación irregular del partido. Por eso, concluyó que jamás su interlocutor sería creíble en la lucha contra la corrupción.

Todo ello nos lleva a una necesaria excursión por la limpieza del político y su credibilidad. Porque la limpieza del político, su honradez, es condición necesaria que sea personal, pero circunscrita a ese perímetro no es suficiente. El político ha de responder también de la limpieza, de la honradez de su entorno, de sus colaboradores. En este terreno está vigente aquello de “yo soy yo y mis circunstancias” y la primera circunstancia es la del equipo humano adyacente. Nadie dudaba de Willy Brandt, pero aquel espía empotrado en su gabinete, Günter Guillaume, propició imparable su caída. La política es una tarea colectiva que no puede conjugarse solo en primera persona del singular y la designación del equipo de confianza es la primera prueba que quien la ejerce ofrece a sus electores. Sabemos además que ningún blindaje preserva de la corrupción, que incorruptible solo es el brazo de Santa Teresa.

En cualquier parte puede surgir un corrupto, desde las ONG más beneméritas hasta el Sacro Colegio Cardenalicio. Por eso hay departamentos de Asuntos Internos en la policía y los romanos acuñaron el corruptio optimi pessima. Quien se dijera sorprendido de verla aparecer en sus filas estaría confesando soberbia o ingenuidad. La diferencia reside en el trato que el dirigente político dispensa a la corrupción y a los corruptos, una actitud que va de la indulgencia a la incompatibilidad. Pero la indignación que ha prendido en la ciudadanía procede de observar cómo los rivales se instalan en el “y tú más”, como si la corrupción del adversario convalidara la propia, cuando la intolerancia mostrada ante ese fenómeno debería ser directamente proporcional a la cercanía, personal o partidaria, al mismo. De esa intransigencia nace la credibilidad, sin la cual ni en política ni en banca nada puede hacerse. Cuánto mejor para ganarla empezar por la confesión de las corrupciones en que cada uno se haya visto incurso y mostrar la reacción que se ha tenido ante ellas.

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