La constitución del primer gobierno de coalición progresista de nuestra historia reciente ha cambiado sustancialmente el marco de la vida política nacional. Una nueva situación que ha sido impuesta por la lucha de la mayoría social progresista, que ha derrotado todos los intentos de la oligarquía y los centros de poder por impedirlo. Un nuevo marco que genera muchas mejores condiciones para conquistar demandas y exigencias populares, al tiempo que levanta barreras y frenos al proyecto hegemonista de saqueo y degradación.
Desde hace una década -cuando los centros de poder hegemonistas decidieron que España, junto a otros países del sur de Europa, iban a pagar las peores consecuencias de la crisis- nuestro país y nuestro pueblo han sido sometidos a un brutal proyecto de saqueo y degradación. Un proyecto que ha dado grandes saltos en los últimos años y que está lejos de haber finalizado. Las clases dominantes necesitan llevarlo mucho más allá.
Pero ante esta ofensiva -que ha generado y genera empobrecimiento, precariedad y recortes al 90% de la población- se han levantado enormes resistencias. Desde el 15-M a una infinidad de huelgas y luchas sindicales, desde las mareas contra los recortes, las marchas por la dignidad, al movimiento en defensa de las pensiones públicas, la lucha feminista, las movilizaciones de la España vaciada o la emergencia climática. Todas ellas son luchas populares contra diferentes efectos de una crisis que se ha descargado en las espaldas de las clases populares, y que ha concentrado la riqueza y el poder en menos manos.
Contra todos esos atropellos se ha levantado en respuesta un viento popular y patriótico que se ha plasmado políticamente en la permanente irrupción, desde 2016, de la posibilidad de un gobierno de progreso como alternativa al ‘gobierno de los recortes’ del PP. Si este gobierno, bajo cualquiera de sus formas, era o no posible ha sido y sigue siendo el centro de la vida política nacional.
El hegemonismo y la oligarquía han hecho todo lo posible para que un gobierno escorado a la izquierda no vea la luz: desde un «golpe de Estado» interno en el PSOE a un Sánchez empeñado en el «No es No» a Rajoy (2016), una repetición electoral en 2019 para “reconducir” los resultados del 28A, a las más recientes maniobras y presiones para hacer descarrilar la investidura en enero. Pero frente a ellas se ha levantado una corriente todavía más poderosa.
Este gobierno se apoya en los más de 11 millones de votos de izquierdas y progresistas sin contar las fuerzas independentistas. El PSOE es el partido más votado, pero existen más de cinco millones de votos a la izquierda de la socialdemocracia. Representan a amplios sectores sociales radicalizados en la lucha contra los recortes. E incluso al margen del carácter de las fuerzas que van a ocupar el gobierno, tanto el PSOE como Unidas Podemos, van a hacer sentir su influencia sobre el nuevo ejecutivo.
La obstinada y persistente lucha de las clases populares contra el saqueo y la degradación ha hecho posible el gobierno más a la izquierda de toda Europa. Esta es la saludable “anomalía española”.
No puede entenderse la constitución del nuevo gobierno, y los intentos para que no se formara, sin partir de aquí.
En estas condiciones, la mera constitución de un gobierno progresista de izquierdas, como el basado en el acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos, es -al margen de los severos límites que ya se les está imponiendo, o de las dificultades que se coloquen a su paso- una victoria que debemos celebrar. Abre una oportunidad para hace avanzar políticas a favor de la mayoría del pueblo.
anarkoÑ dice:
Todos los derechos que el gobierno pone sobre el tapete son relativos a un mejor sufragio de la vida de algunos… a costa de la vida de todos los demás. Desde la bajada de alquileres a las subvenciones por hijo, pasando por el cierre de casas de apuestas…, el verdadero leit motiv es de carácter ETNICISTA (mejor acomodar a la carne de cañón de la Agenda immigratoria, y guiños a sus tabúes, como es el haram del juego para las nuevas clientelas electorales islámicas ligadas a la subvenciocracia).