En todas partes, el tejido de paz y de orden se está deshilachando. Los líderes de Rusia y Ucrania profundizan su retórica apocalíptica. La división entre sunitas y chiitas se agrava, mientras Siria e Irak derrapan hacia el caos . China hace sentir su peso en todo el Pacífico.
Soy uno de los docentes de alta estrategia de la Universidad de Yale, y les pregunté a mis colegas cuál es el significado de lo que está pasando. Charles Hill, legendario funcionario del Departamento de Estado antes de dedicarse a la docencia, me respondió lo siguiente:
«El «error categorial» de los expertos es decirnos que nuestro sistema anda bárbaro y que sigue su marcha sempiterna hacia un progreso y bienestar global aún mayor. Eso es como pasar por el cementerio y mirar para otro lado.
«La gran lección que enseña la historia de la alta estrategia es que cuando un sistema internacional establecido entra en fase de deterioro, muchos líderes actúan con indolencia y despreocupación, y felicitándose a sí mismos. Cuando los lobos del mundo huelen esto, por supuesto que empiezan a moverse para sondear las ambigüedades del sistema que envejece y así arrebatar de un tarascón los bocados más preciados.
«Lo que está haciendo Putin es eso. Hacia eso se encamina China en aguas de Asia. Y de eso se tratan los levantamientos en Medio Oriente: determinar qué fuerza político-ideológica será hegemónica en la región en el nuevo orden por venir.»
Y añadió: «El antiguo orden, alguna vez conocido como el «Siglo Norteamericano», se ubica dentro de la «era moderna», una era que parece estar apagándose después de más de 300 años. La era que la reemplace no será moderna y no será para nada agradable».
Cuando habla de orden moderno, Hill se refiere a un sistema de Estados que refrena los dos grandes vicios de las relaciones internacionales: el deseo de dominio regional y el deseo de eliminar la diversidad.
Según consigna la historia, las grandes potencias regionales generalmente se engullen a las naciones pequeñas, y los poderosos suelen tratar de imponerles su versión de la verdad a los pueblos menos poderosos.
Pero en los últimos siglos, los líderes civilizados se agruparon para contener esos vicios. Ya en el Tratado de Westfalia de 1648 las potencias dominantes intentaron establecer procedimientos y normas que garantizaran las fronteras nacionales y protegieran la diversidad. Los hegemonistas, como los nazis y los comunistas, desafiaron ese sistema, pero las otras potencias presentaron batalla.
Actualmente, ese sistema está nuevamente bajo asalto, pero no por parte de un único imperio, sino de un centenar de grandes y pequeños enemigos. Como argumenta Walter Russell Mead en un soberbio artículo en Foreign Affairs, la geopolítica está de vuelta y para vengarse.
Ya se trate de Rusia al apoderarse de Crimea o de China al reafirmar su poderío, los juegos de poder a la antigua están de moda otra vez. Mientras tanto, movimientos y pueblos premodernos intentan eliminar la diversidad étnica y religiosa en Egipto, Ucrania y otras partes.
China, Rusia e Irán tienen diferentes valores, pero los tres se oponen a este sistema de pluralismo liberal. Estados Unidos enfrenta el dilema de morir de mil heridas. No existe un único problema individual que demande recursos ingentes para enfrentarlo. No vale la pena gastar enormes sumas del Tesoro para estabilizar a Siria o defender a la Ucrania prooccidental. Pero conjuntamente, todos esos problemas menores tienen el potencial de socavar el sistema moderno. Ninguna dolencia menor que tenga un individuo merece el gasto de un tratamiento, pero la suma de muchos males puede costarnos la vida.
ImplosiónJohn Gaddis, otro gran profesor de alta estrategia, señala que hay que volver a las ideas de George Kennan del principio de la Guerra Fría, que según Gaddis siguen siendo relevantes para corregir esa mentalidad de «muerte por mil heridas». Para Gaddis, debemos contener esas amenazas hasta que hagan implosión.
El régimen de Moscú necesita de un mundo exterior hostil para mantener su estabilidad interna. Ésa es su debilidad. Si no nos comportamos de manera estúpida y si no tiramos demasiado de la cuerda, Gaddis dice que «podemos estar seguros de que el germen de autodestrucción de Putin tiene raíces más profundas que el nuestro».
Es una idea inteligente, pero no estoy tan seguro de que el tiempo nos juegue a favor. La debilidad de toda política exterior democrática es el problema de la motivación. ¿Cómo hacer que el electorado apoye la constante carga que implica defender el sistema liberal?
Si ya era casi imposible cuando enfrentábamos a un enemigo obviamente amenazador como la Unión Soviética, mucho peor es hoy, cuando el sistema es comido de a poco por un centenar de amenazas menores.
Los republicanos parecen haber abandonado la política de acuerdos globales que conforman el tejido de nuestro sistema, mientras que los demócratas recortan salvajemente el presupuesto de defensa que mantiene unido ese tejido.
Para colmo, hay gente dispuesta a morir por la Madre Rusia o por Alá, pero es mucho más difícil convencer a alguien de que muera por un conjunto de procedimientos pluralistas para proteger lugares remotos. Cuesta mucho que la gente acepte la imposición de sanciones y el daño comercial que causan.
El sistema pluralista liberal no nació por generación espontánea. Para preservar ese ecosistema ganado con tanto esfuerzo es necesario tejer alianzas aún más complejas, delimitar qué comportamientos son inaceptablemente disruptivos para el sistema y contar con herramientas creíbles de amenaza política, financiera y militar.
Un abrazo y una fiesta muy polémicosEl ex canciller socialdemócrata alemán Gerhard Schröder desató ayer la polémica en Alemania después de que se difundieran imágenes de su 70° cumpleaños, celebrado anteanoche, en San Petersburgo. En ellas, se lo ve abrazando efusivamente al presidente ruso, Vladimir Putin.
El abrazo entre Putin y Schröder fue duramente criticado en Alemania, al producirse el mismo día en que Estados Unidos y la Unión Europea (UE) decidieron imponer nuevas sanciones contra Rusia, en el marco del conflicto por Ucrania y cuando las relaciones entre Moscú y Berlín parecen atravesar su peor momento.