Hay dos motivos por los que la figura de Lászlo Krasznahorkai no es un completo desconocido en el panorama cultural de nuestro país en nuestros días. Uno, y muy importante, es que la editorial Acantilado hace ya casi dos décadas que apostó por traducir al castellano al escritor húngaro, pese a que el autor era bastante desconocido en España y su literatura no era precisamente de esas de fácil acceso; si hay una literatura alejada de los estándares del bestsellerismo y de las historias sencillas, vivificantes y romantizadoras, el húngaro se lleva sin duda la palma. El otro motivo en que Lászlo Krasznahorkai es el guionista habitual de las películas del director húngaro Béla Tarr, autor de un cine tan poco convencional que ha acabado inevitablemente en el cajón de sastre de los “directores de culto”, o sea, para minorías. Lászlo Krasznahorkai no es sin embargo un desconocido en la literatura europea y su nombre ya llevaba sonando hace tiempo en las llamadas “quinielas” del Nóbel.
En su libro Danubio, el escritor italiano Claudio Magris (otro extraordinario candidato al Nobel), al atravesar la llanura húngara, pone de relieve cómo el territorio en el que se asienta la actual nación fue en tiempos pasados un solar en el que se han mezclado, estratificado y sucedido oleadas de invasiones y de estirpes distintas, hunos y ávaros, eslavos y magiares, tártaros y cumanos, jazigos y pechenegos, turcos y alemanes… En sus últimos siglos, la tierra húngara fue durante 150 años una provincia del Imperio Otomano, bajo dominio turco; luego fue “liberada” por los Habsburgo e integrada en el Imperio Austro-Húngaro, donde tras el “Compromiso de 1867, configuró el Imperio dual, regido desde Viena … Cuando éste fue derrotado en la primera guerra mundial, Hungría fue despojada de Transilvania, casi dos tercios de su territorio. El gobierno de la época colaboró con los nazis (600.000 de los 800.000 judíos que vivían en Hungría fueros asesinados en el plazo de dos meses). Tras la II Guerra mundial, el país cayó al otro lado del telón de acero y fue dominado por los soviéticos. En 1956 los húngaros se rebelaron contra la dominación soviética y fueron aplastados por los tanques de la URSS. El auténtico y verdadero “orgullo” húngaro nunca se asentó en una vistoria.
La palabra “desolación” traduce muy bien el espíritu de su obra

Traigo a colación todo esto, porque de algún modo resultaría imposible que este singular y ajetreado destino histórico no hubiera dejado una huella profunda en los espíritus más sensibles de Hungría, en sus artistas, en sus escritores, en sus cineastas…
La palabra “desolación” traduce muy bien el espíritu de lo que Lászlo Krasznahorkai trasmite en sus novelas y en sus guiones. Desolación, amargura, un cierto aire de catástrofe acontecida, cuyas secuelas han devastado a la gente, eso es lo que respira la literatura de este gran orfebre húngaro que lleva la literatura, como en su día lo hicieron Samuel Beckett o Thomas Bernhard, al límite de las posibilidades expresivas del lenguaje. Como estos, también Lászlo Krasznahorkai considera que el lenguaje ha sido vaciado de significado, que ha perdido su capacidad de decir y transmitir, y aun a pesar de ello, todavía es capaz de esculpir con él textos capaces de llevarnos al límite de la experiencia humana.
Nacido en Gyula, Hungría, en 1954, Lászlo Krasznahorkai, que antes que escritor pensó en ser músico, recorrió durante años el país después de estudiar en Budapest y ejerció diversas profesiones en pueblos y provincias, lo que se refleja de forma directa en muchas de sus obras, que transcurren en ámbitos rurales degradados y poblados por seres devastados, alcoholizados y atravesados por pasiones ruines y desquiciadas.
Es el guionista habitual de las películas del director húngaro Béla Tarr,
En España hoy, gracias a Acantilado, podemos tener acceso a sus novelas fundamentales: Melancolía de la resistencia (la primera que se publicó, en el año 2001), Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río (publicada por primera vez en 2005), Guerra y Guerra (2009), Ha llegado Isaías (2009), Y Seiobo descendió a la Tierra (2025), Tango satánico (2017, donde se inspira la majestuosa película de Béla Tarr), Relaciones misericordiosas (2023) y El barón Wenckheim vuelve a casa (2024). Aparte de estas obras, también es accesible una curiosa novela de Lászlo Krasznahorkai dedicada al último lobo extremeño (El último lobo).
En 1990 visitó Mongolia y China, y en 1992 emprendió un viaje en barco por el océano Atlántico. A su regreso, en 1994 recorrió Europa durante un año. En 1996 realizó una residencia de escritura en Berlín. Tras una estadía en bosnia, partió a Japón en 1997 y regresó a China un año después.
Hace unos años, cuando ya fue propuesto para el Nobel y le preguntaron cuál sería su reacción si se lo otorgaban, respondió con la misma frase que en su día pronunció Samuel Beckett: “una catástrofe”.

