Fue nada menos que el editor jefe de la mítica Gallimard quien, en una entrevista, reconocía que el ecosistema literario dependía, y mucho, de la existencia y la salud de las pequeñas editoriales independientes, que son las que hacen entrar en el mercado a la mayoría de los nuevos valores y que, al no depender tanto de la comercialidad de sus productos, se atreven a correr más riesgos y a publicar a autores y obras nuevas y desconocidas. Y señalaba, ya hace unos meses, que esas editoriales son uno de los eslabones más débiles de la cadena del libro.
Esa debilidad, llamémosle congénita, se ve hoy agravada por un conjunto de factores, unos estructurales y otros coyunturales, que ponen en grave riesgo su futuro y configuran una situación de alerta que les afecta no sólo a ellas, sino también al ecosistema general del libro y, en última instancia, al universo al cual todo va destinado: el del lector.
Desde el verano acá, distintos miembros de la “cadena del libro” vienen poniendo encima de la mesa datos inquietantes sobre la situación general. Un librero canario reconocía en Líber que de la ingente cantidad de novedades que recibía semanalmente (cientos), un 50% no vendía ni un solo ejemplar y de otro 25% apenas si vendía uno. ¿Se publica un exceso de libros que, en realidad, no tienen destinatario? Otro librero de Madrid señalaba al comienzo del verano que el 85% de los libros que se publican no alcanzan a vender ni 50 ejemplares. ¿La mayoría de lo que se publica no tiene verdadero interés? En el estudio previo a la fusión de Penguin Random House con un gigante de la edición USA (que un juez de Nueva York acaba de tumbar) se hacía constar que tres de cuatro libros editados dan pérdidas.
La subida de los costes amenaza a las pequeñas editoriales
Todos estos datos parecen apuntar al hecho de que quizá se publican demasiados libros, libros que en realidad no interesan a nadie, o solo a un minúsculo número de personas, y que lastran con sus pérdidas a las editoriales.
¿Pero es este el gran problema? ¿Son las editoriales independientes responsables de esta irresponsable catarata de “libros fallidos”? En absoluto. Primero, porque son los megagigantes grupos editoriales los que ponen en el mercado la mayoría de esas novedades semanales. Y, segundo, porque las editoriales independientes hacen tiradas mucho más ajustadas a sus expectativas reales y seleccionan, normalmente con mucho más criterio, lo que publican, ya que en cada apuesta que hacen “les va la vida”.
El riesgo principal para su existencia, y para que puedan seguir desempeñando el insustituible papel que desempeñan, viene ahora mismo desde otra parte.
Lo mismo que la inflación se está comiendo los débiles recursos de las economías familiares, la exorbitante subida de costes en la industria del libro (con la subida del papel, las cartulinas, el transporte, etc.) empuja a las editoriales pequeñas a trabajar, como dicen los transportistas y los agricultores, “a pérdidas”. Algunas subidas, como la del papel, cuya escasez presiona aún más los precios, alcanza en algunos casos hasta el 30 y el 40%. Si, como afirmó en un reciente encuentro con editoriales independientes el presidente del Gremio de Editores de España, el margen de beneficio medio de la industria editorial es del 3,5% (antes de la subida masiva de costes), ¿a qué se reducirá ahora ese margen, si todos los costes suben dos dígitos? ¿Se resolvería la situación incrementando los precios de venta? ¿Pero esos incrementos no provocarían, a su vez, una caída de las ventas, en un contexto en que la inmensa mayoría de la población tiene que recortar sus gastos a consecuencia de una inflación y una política monetaria que ha disparado el precio de los alimentos, de los bienes de primera necesidad y de las hipotecas?
Pero a este factor (coyuntural ahora, pero con enormes posibilidades de convertirse en estructural, pues no se prevé que el papel, por ejemplo, retorne a los precios de antes de esta crisis) hay que sumar las “desventajas” que, de siempre, conlleva ser una pequeña editorial: la marginación a la hora de la distribución (muy pocos distribuidores llevan en sus catálogos los libros de las pequeñas editoriales independientes cuando visitan las librerías), la escasa visibilidad que la mayoría de las librerías (presionadas por los grandes grupos) ofrecen a los libros de las editoriales independientes, y el escaso o nulo eco que reciben por parte de los grandes medios de comunicación. Todo ello obliga a la edición independiente a tener que pelear en otras trincheras para conseguir que, incluso los más valiosos de su títulos alcancen la visibilidad suficiente para llegar a su público objetivo. Una pelea, a la que por otra parte están ya acostumbradas, pues así es cómo se han construido y levantado en todos los momentos de la historia.
Comprar los libros de estas editoriales es una decisión política
Aunque la industria del libro trata de mantener un “optimismo a prueba de bombas”, lo cierto es que la caída de las ventas es ya una realidad constatable. Y la combinación de la subida de costes y la caída de ventas anuncian una espiral muy peligrosa. Que puede ser especialmente dañina en el segmento de las pequeñas editoriales.
¿La solución? Quizá lo principal sea apelar a los lectores mismos. Ellos tienen en sus manos el arma decisiva en este combate. Apostar por las pequeñas editoriales independientes, correr a la hora de leer los mismos riesgos que ellas corren al editar, no limitarse a las lecturas “de confort” sino dar cabida a lo nuevo, es una parte importante de la solución. A la postre, comprar los libros de estas editoriales es una decisión política.