Con tres Goyas, incluyendo el de Mejor Película, Isabel Coixet ofrece un delicado homenaje al coraje, a la firmeza frente a la opresión y a la sutileza.
Acaba de volver de Madrid, e Isabel Coixet me atiende por teléfono claramente cansada. Son muchas entrevistas y muchas horas. No pensaba conceder más y le agradezco la deferencia que tiene conmigo y con el equipo de Foros21.
Con más de veinte películas, desde la primera que rodara en 1984, Isabel Coixet es ya una de las mejores directoras de nuestro país, con un enorme prestigio internacional. En los últimos tiempos ha tenido que sufrir presiones y descalificaciones ajenas al mundo del cine y a su trabajo, por defender lo que considera justo frente a la opresión. Todo nuestra admiración y todo nuestro apoyo.
Y eso es La librería, un homenaje al coraje. Una extraordinaria y delicada pieza que uno no puede perderse. Un disfrute exquisito por cada plano y el hilo que los recorre de principio a fin.
¿Crees que es significativo que siendo Handia la más premiada, el Goya a Mejor Dirección y Mejor Película haya ido para La librería?
Ha pasado en esta edición lo que pasó con La vida secreta de las palabras. Aunque esto son tan solo teorías a posteriori. Handia es una película hecha con mucho dinero, efectos especiales, producción… y muy bien hecha. Es una película preciosa y yo soy muy fan del cine de Jon Garaño y Aitor Arregi. De hecho, cuando salió Loreak me pareció una película preciosa. Sin embargo, creo que La librería es una película más redonda, aparte de que ha tenido más del doble de recaudación, la ha visto mucho más gente, y eso también influye.
Pero insisto, son conjeturas a posteriori. Cuando ya me habían dado el Goya a la Mejor Dirección, estaba en el backstage y ya me iba. No quería ni mirar cuál era la Mejor Película porque pensé que iba a ser Handia.
La librería podría resumirse como: ‘coraje, y defender lo que uno considera justo, aún en un ambiente hostil’. Aunque las formas sean extraordinariamente suaves, en el fondo es la firmeza frente a la represión
Es una idea que tengo desde pequeña. Desde que se forman los grupos sociales en la infancia, quieres pertenecer, no quieres ser diferente. Y hay momentos en la vida en los que hay que decidir. Cuando leí La librería sentí que todas las cosas que yo había sentido desde niña estaban en esa película.
‘Sé que no soy como ellos y espero ingenuamente que lo acepten’. Si eliges ser fiel a ti mismo antes de querer pertenecer a determinado grupo, te van a castigar. Hay un momento de la película que me gusta mucho porque define la naturaleza del personaje. Cuando ella está al final con sus dos abogados y le están diciendo que la casa ha sido declarada no apta para vivir, y ella, con una vocecita, dice: ‘pero yo vivo allí, yo soy alguien, y no es tan húmeda’. Lo define todo. Ves una realidad horrible frente a ti, pero hay algo del niño que has sido que te dice que no puede ser que una injusticia tan flagrante se vaya a cometer. Y eso ha conectado con mucha gente, que en la vida cotidiana se ha visto reflejada en ese momento crucial, en el que por mucho que veas que es injusto vas a tener que tragarte la injusticia.
«Todo lo que había sentido desde niña estaba en esa película»Ayer hablaba de esto con Loquillo volviendo de Madrid, de ese momento en el que tienes que decidir. ¡Que tampoco lo decides!, es lo que piensas.
Hay mucha contención en las formas, la Inglaterra de los años 50, la pausa y los tiempos de las escenas… el beso que le da en la mano Mr. Brundish a Florence es muy potente. Tan sutil, pero con tanta pasión contenida.
Es que esas formas me encantan. Uno de los referentes que yo tenía es Lo que queda del día, la relación entre Anthony Hopkins y Emma Thompson. Hay algo ahí latente que nunca se manifiesta. Me atrae mucho. La película tiene algo que teóricamente lo sabía, y de alguna manera apartaba a la hora de dirigir. Aparentemente no pasa nada en la película, pero todo lo que pasa está fuera de campo. Todas las fuerzas que mueven a la protagonista a ese final, no las vemos. Solo tenemos apuntes. No me gusta el brochazo, ni como espectadora. Me gusta esa manera de contar las cosas, el contraste entre todo lo que bulle en el interior de una persona y de una sociedad, y esas formas que apenas dejan translucirlo.
¿Por qué Lolita? Es una provocación, en ese pueblo, el párroco… ¿es un desafío?
Prevalece que es un buen libro. ‘Esta es una buena novela’. Probablemente no está de acuerdo con lo que dice y piensa que es peligroso, pero es una buena novela. Y es la única vez que busca la ayuda de alguien, con el señor Brundish, para reforzar que es una buena novela. Es una gran novela de un maestro de las palabras como es Nabokov, y eso es lo importante.
También ruedas el silencio culpable, con esas figuras detrás de las ventanas, y la cámara que se aleja… de quienes comparten el terreno de los opresores.
Dudé mucho en poner esos planos, en subrayar algo que para mí es claro, y que está en las cosas más sutiles. Es la modista que le dice que nadie se va a fijar porque no es nadie. Es aquello de criticar a quienes se salen de lo establecido. Pero es que en la vida si no te sales de lo establecido no haces nada.
Es como cuando hay quien dice: ‘no estoy de acuerdo con lo que pasa en las reuniones del colegio, pero no quiero que estigmaticen a mi hijo’. Pero es que si no haces nada y no dices nada, ellos van a creer que todo es estupendo. Esto está en mi ADN.«Tus cosas importan si tienen que ver con lo que pasa en el mundo»
Siempre recuerdo una anécdota. Yo iba al Montessori. Mis padres hicieron muchos esfuerzos para que fuéramos a ese colegio. A mi el fútbol me horrorizaba y me aburre. No lo entiendo. Recuerdo en uno de esos juegos de niños que te preguntan si eres del Barça o no. Yo dije que a mí no me gustaba el fútbol. Recuerdo como si fuera hoy que me empujaron y me tiraron al suelo. Y yo me levanté y dije (Isabel simula la voz de una niña pequeña) ‘sí, soy del Barça’. Ese momento marcó mi vida, porque me dio tal vergüenza el haberlo dicho, incluso hoy recordándolo. Ahí ya está La librería.
Hay tres personajes muy potentes, los de Emily Mortimer, Bill Nighy y Patricia Clarkson. Pero sorprende el de la niña. ¿Por qué le has querido dar un papel especial?
Tuve muchas dudas porque en la novela la niña acaba siendo cómplice del mundo de Violeta Gamart (Patricia Clarkson), pero a la vez veía un potencial de semilla de cambio. Si esta niña no se engaña sobre lo que le rodea, no se engañará sobre Florence. Se trata de creer en el relevo, de tener esperanza en el futuro, en que algo de lo que Florence ha sembrado fructificará. Y eso para mí era fundamental, porque si no apaga y vámonos.
Para inquietar a los lectores que no la han visto y animarles a verla… ¿hay algo de Un lugar en el mundo? Renunciar a todo antes de permitir que ellos se lo queden.
La referencia que yo buscaba es la de Fahrenheit 451, que se menciona en la película, aunque no en la novela. Es una obra que marcó mi adolescencia. La novela de Ray Bradbury y la película de Truffaut. De hecho Julie Christie, que sale en la película, es la voz en off de La librería, la mujer que la niña será en el futuro.
Pero el planteamiento de Luppi en Un lugar en el mundo es el mismo que se hace la niña en La librería. No va a permitir que La librería se convierta en un sitio vacío de alma.
Es fantástica la escena en la que Mr Brundish se enfrenta a Violete Gamart. Dos personajes, aparentemente de una misma clase social, pero que toman posiciones absolutamente enfrentadas.
Al final lo importante es qué se decide individualmente. Pero cuidado, hablamos de un misántropo que se enfrenta demasiado tarde. Lo hace por amor, pero es alguien que ha decidido que el sistema de valores que impera no es el suyo, y como no ve cómo cambiarlo se encierra. En el momento en el que sale y se enfrenta, es demasiado tarde.
Decía Paco de Lucía que le gustaba pensar que siempre hacía el mismo disco. ¿Coixet hace siempre la misma película, un sistema de valores que defiendes en cada una de ellas?
Hay una coherencia orgánica, aunque parezcan muy poco coherentes. Mis películas siempre están muy impregnadas del momento vital en el que he estado. Cuando escribí La vida secreta de las palabras acababa de volver de Mostar. Estuve tres meses haciendo un documental sobre víctimas de la tortura, y la última cosa que quería es hacer una película sobre lo que había vivido. Pero uno escribe y las cosas afloran. Hay imágenes, actitudes, miradas, gestos, que te persiguen, y he aprendido a dejarlas aflorar. Había gente muy próxima a mí que había muerto dejando niños pequeños y me preguntaba cómo reaccionaria si me pasara a mí. Hice una película sobre la manera ideal de reaccionar ante la muerte. Que no es la mía, porque seguro que no reaccionaría tan bien.
Ayer no termina nunca está impregnada de una amiga mía que perdió a su hijo muy joven, y cómo lidiar con el dolor de toda la gente que en ese momento se estaba yendo fuera y se estaba quedando sin trabajo. Que todavía están sin trabajo. Estaba rodeada de traductores que de repente se habían quedado sin libros para traducir. Con un cineasta, por mucho que quiera mirarse el ombligo y hablar de sus cosas, tus cosas no son nada si no tienen que ver con la vida de los demás y con lo que pasa en el mundo. Tienen poco valor, salvo que tengas una imaginación desbordante, que no es mi caso.
Lo cierto es que no eludes las contradicciones. En un acto que organizamos con José Hierro dijo que “escribía porque necesitaba escribir” ¿Necesitas contar historias y que abran camino?, desde Elegy a Talking about Rose.
Supongo que sí. Tengo una necesidad. Desde luego, como activista soy un desastre, pero retrato bien a los activistas. El documental del Chad corresponde a la lucha de mi pareja, que se ha pasado 17 años de su vida para conseguir que juzguen y sea condenado el dictador del Chad, Hissène Habré. De toda esa lucha, el personaje de Rose me parecía un personaje precioso, un mito. Una mujer que estuvo ocho meses encerrada en una celda con 60 hombres. Puedes imaginar qué es lo que pasó allí. En una sociedad en la que las mujeres son menos que nada, el hecho de que la gente la recuerde, cuando además tenía una gran conciencia de sí misma y de su lucha, y de que ella pasaría a la historia. Hay una voluntad muy clara y muy extraña, porque de verdad que en esa sociedad las mujeres no pintan nada. Una historia muy bonita que me hubiera gustado que fuera más larga, pero se hace lo que se puede.
¿Cuál es el camino que debe coger el mundo de la cultura en España? Hay dos dimensiones, la cultura que debe estar siempre frente al poder, está claro, pero como industria debe también crear riqueza. Es evidente que la política de subvenciones a la cultura debería ser radicalmente otra, pero ¿se debería apostar por una potente industria cultural independiente y apoyar a los creadores?
Hay algo básico. Los responsables de cultura deben amarla de una forma genuina. Lo que no se puede es poner matemáticos que se ocupen del cine, o veterinarios que se ocupen de la literatura. Y cuando eso se ha hecho, como es el caso de Jorge Semprún, las cosas han ido de otra manera. Hace falta alguien que apoye y eleve a la cultura de manera genuina.
Luego están los equipamientos culturales, que es algo que me preocupaba en La librería. Violete Gamart quiere poner un centro cultural, pero ¿la cultura necesita centros culturales?, no, necesita amor a la cultura. No necesitamos ciudades de la cultura, como la de Santiago de Compostela. ¿Inversión inmobiliaria vacía?, macrocentros en los que no se puede pagar ni la electricidad.
Luego está el submundo de las redes sociales, que le quitan tiempo a los niños y a los adolescentes para disfrutar realmente de las cosas, de una película, de un libro…
green hornet el de la cia dice:
La entrevista me ha cambiado la opinión de «pequeño-burguesa-progre» que tenía de Coixet(es que donde esté Matrix o el cine americano…..),al igual que Julio Medem(con «Lucía y el sexo me quedé sopa y no me acuerdo de nada)