Mañana debe saberse cuántos países se apuntarán a formar parte del capital del nuevo Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), impulsado por China. En todo caso serán más de treinta, y entre ellos figurarán todos los grandes Estados europeos: Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España.
El proyecto pretende erigirse en pieza alternativa a las instituciones de Bretton Woods, hegemonizadas por su principal contribuyente, EE UU, en donde los republicanos presionan para que no aumente la presencia de los países emergentes, tal como está previsto desde hace tiempo, en los órganos de gestión de esas entidades. Y más concretamente se presenta como la contrafigura regional de una de ellas, precisamente la menos polémica, el Banco Mundial, que muestra carencias en la financiación del desarrollo.
El banco en ciernes tiene una evidente faceta política, como reconoció el Tesoro norteamericano al subrayar que el bloqueo conservador “amenaza” la influencia internacional de la superpotencia. Y, de hecho, aunque intentó frenar el entusiasmo de algunos de sus aliados (como Reino Unido, su sostén geoestratégico por antonomasia) por encaminarse a Pekín, apenas ha podido alegar en su contra la probable debilidad de los esquemas de funcionamiento del BAII y la previsible laxitud de sus criterios financieros en la concesión de créditos: argumentos que han parecido menores ante la oportunidad de negocio.
Las cifras que se manejan para la próxima institución son relevantes. Se dotará de un capital en todo caso superior a los 50.000 millones de dólares, y quizá se acerque a los 100.000. Las necesidades de financiación de la región asiática para la próxima década se cuantifican en dos billones de dólares solo para mantener el actual ritmo de crecimiento y de hasta ocho billones para financiar las infraestructuras inmediatamente necesarias.
No está asegurado el éxito del nuevo ente como alternativa global, dadas las asimetrías económicas, sociales y políticas de sus socios iniciales, y el poder aún relativo de su principal impulsor. Pero está claro que, tras la creación del Nuevo Banco de Desarrollo fundado por los países del grupo BRIC en julio pasado (con sede en Shanghái), la presión para que Washington abra la mano a la reforma de los organismos de Bretton Woods empieza a hacerse irresistible. Cuando no se integra la novedad, esta suele acabar engullendo lo establecido.