Raúl Incertis, anestesista de MSF en Gaza

Un día suficientemente bueno en Gaza

Hablamos con el médico Raúl Incertis, conocido ya por su testimonio tras cuatro meses en un hospital de Gaza y por la pasión con la que habla de sus médicos

Compartimos una cena tras una mesa redonda el pasado agosto, sobre el Genocidio en Palestina. Raúl Incertis transmite tanta serenidad como valentía sus actos.

Médico anestesista y cooperante humanitario con una amplia trayectoria en contextos de crisis y emergencias internacionales. Ha trabajado en distintos países con organizaciones de referencia como Médicos Sin Fronteras, participando en misiones de alto riesgo en Oriente Medio y África.

En Gaza no solo ejerció como cirujano de urgencias, atendiendo a centenares de pacientes en condiciones extremas de escasez de recursos, sino que también llevó a cabo un trabajo de documentación forense. Con autorización del Ministerio de Sanidad gazatí y siguiendo protocolos internacionales, recopiló más de doscientas fotografías clínicas que hoy constituyen un testimonio gráfico fundamental para organismos de derechos humanos y tribunales internacionales.

Raúl Incertis se ha convertido en una voz clave para dar a conocer la realidad del pueblo palestino desde la perspectiva médica y humanitaria. Su testimonio combina la rigurosidad científica con la sensibilidad de quien ha compartido la vida cotidiana de una comunidad bajo asedio, subrayando el valor de la solidaridad, la fe y el sentido de comunidad de la población gazatí.

Su labor lo convierte en una de las voces españolas más autorizadas en la denuncia del Genocidio y del sufrimiento en Gaza, y en la defensa de una atención sanitaria digna en escenarios de guerra.

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¿Cómo fue lo de pedirle a Mónica García, la ministra de Sanidad, que entregara tu informe?

Aproveché la ocasión porque fue ella quien me convocó una reunión yo ya tenía prácticamente terminado el informe. Solo faltaba añadir las fotografías; mi hermano se encargó de la edición y le pedí que se diera prisa, pues tenía esta oportunidad. Finalmente lo concluimos e imprimí cuatro copias: una para ella, otra para Pedro Sánchez, otra para Santiago Abascal y otra para Feijóo, todas con dedicatorias.

La ministra de Sanidad, Mónica García, haciendo entrega a Alberto Núñez Feijóo del informe de Raúl Incertis

El motivo principal fue la indignación que sentí al regresar a España. Casi el mismo día escuché a un político de derechas decir que lo que ocurre en Gaza no es un genocidio. Lo he seguido oyendo desde entonces. Cuando alguien que ha estado allí escucha algo así duele, no porque la experiencia me convierta en experto en Derecho Internacional, sino porque los expertos —la ONU, la Asociación Internacional de Estudios sobre el Genocidio, académicos del Holocausto, muchos de ellos judíos— ya han afirmado que lo es. Negarlo no es una opinión respetable.

Me duele siempre, pero más aún cuando lo hace alguien que representa a millones de votantes. Mucha gente le cree y eso es grave. Esa rabia fue lo que me llevó a elaborar y entregar el informe.

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¿En qué consiste el informe?

Es un testimonio fotográfico con intención forense. Documenta de manera descriptiva, sin juicios de valor, las heridas de los pacientes atendidos. Los médicos extranjeros debíamos rellenar a diario un formulario de la Organización Mundial de la Salud (OMS) con el número de pacientes, patologías, localización de heridas, tipo de arma, operaciones realizadas, edad y sexo. Además, contábamos con permiso para fotografiar.

Yo reuní más de 200 pares de imágenes: una foto del paciente o de la lesión junto a la historia clínica, resumida en un pie de foto. Es un documento descriptivo, no interpretativo. La Comisión de Investigación de la ONU utiliza este tipo de material como prueba en informes que pueden llegar a la Corte Penal Internacional. Todas las fotografías conservan sus metadatos, lo que garantiza su autenticidad.

“Es un testimonio fotográfico con intención forense”

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¿Eso corresponde a todos los pacientes que atendiste en cuatro meses?

No, en absoluto. Es solo una mínima parte. Atendí a centenares, quizá más de un millar. Documentarlo todo era imposible porque la prioridad era atender a los heridos. Además, la comisión me pidió centrarme en mujeres y niños. Muchas veces hacía fotos en medio de la atención, pero lo esencial era salvar vidas.

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¿Cada cuánto hablas con los médicos y compañeros de allí?

Todos los días. Esta mañana recibí un audio de una estudiante de Medicina que está con sus padres en Gaza, en una casa semidestruida, pensando en desplazarse al sur por los bombardeos. Un enfermero me envió un vídeo del ataque a un edificio. También mantengo videollamadas con amigos, como Sanad, un niño al que conocí en la UCI. Además, seguimos en contacto a través de varios grupos de WhatsApp: del hospital, del quirófano y de amigos cercanos. Paso muchas horas respondiendo, lo cual es difícil emocionalmente. Nos comunicamos en inglés, ya que la mayoría lo domina mejor que en España.

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¿Por qué decidiste ir a Gaza?

La primera vez fui en una misión con Médicos Sin Fronteras. Llegué el 2 de octubre de 2023, y Gaza era un lugar hermoso, con paseo marítimo, restaurantes, universidades. El 7 de octubre estalló todo. Durante tres semanas vivimos situaciones terribles: cambiamos cinco veces de refugio, nos alojamos en escuelas de la UNRWA, pasamos hambre y sed, y fueron los gazatíes quienes nos protegieron. Salí con un sentimiento enorme de indignación, deuda y culpa. Desde entonces lo único que quise fue volver.

No pude hacerlo hasta abril de este año, así que mientras tanto trabajé en el Líbano. Pero desde aquel 7 de octubre todo me ha empujado de nuevo hacia Gaza. Allí, además de presenciar atrocidades, conocí a personas con una hospitalidad y una talla moral que no encuentro en Occidente, donde predomina más el individualismo. En Gaza viven en comunidad, incluso en medio del horror.

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Sorprende cómo hablas del rechazo que sienten a maldecir a los israelíes.

Sí. Nunca escuché insultos ni expresiones de desprecio hacia ellos, ni en el hospital ni en las conversaciones cotidianas. Una vez, tras la muerte de unos niños, empecé a maldecir y me pidieron que no lo hiciera, que no estaba bien. Algunos me explicaron que están demasiado ocupados sobreviviendo como para gastar energías en maldecir, y además consideran que no sirve de nada.

Muchos tienen una fe profunda en el Islam, que prohíbe maltratar a los seres humanos y ordena un trato preferente a cristianos y judíos. Viven su fe de forma intensa y coherente. Eso influye mucho en su manera de afrontar el dolor.

“En Gaza nadie está solo: la comunidad lo sostiene todo«

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Entonces, pese al horror y un dolor inimaginable, lo que domina es la resistencia, no la venganza, ¿no?

No soy antropólogo, pero está claro que la cantidad de huérfanos y víctimas marcará a futuras generaciones. Sin embargo, si mañana cesaran los bombardeos, se reconstruyera Gaza y hubiera oportunidades de empleo, el número de personas que buscaran venganza sería mucho menor. La opresión perpetua, la destrucción de hogares y la falta de futuro sí alimentan deseos de venganza.

Aun así, lo que encontré fue una sociedad cordial, incluso con médicos estadounidenses que trabajaban con nosotros. Diferencian claramente entre gobiernos y ciudadanos. No es una sociedad ultrarreligiosa en el sentido fanático, sino profundamente vital y comunitaria.

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¿Hay un patrón en las heridas y los asesinatos?

Sí, un patrón diario y sostenido. Los soldados disparan a matar en zonas que deberían estar evacuadas. En los repartos de comida los ataques son constantes. Eso demuestra intencionalidad. Además, al no respetar los principios del derecho internacional humanitario —la distinción entre civiles y combatientes, y la proporcionalidad en los ataques—, también se evidencia esa intención.

Las cifras de muertos, la destrucción de la infraestructura sanitaria, el daño físico y emocional al pueblo palestino apuntan a un genocidio. Incluso soldados israelíes lo han reconocido en medios como Haaretz o Breaking the Silence.

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¿Cómo se sostiene el peso de tanto dolor?, ¿cómo se hace con esos medios?

En Gaza los profesionales llevan casi dos años sin parar y la mayoría ha perdido a familiares. Viven hacinados en campos de desplazados.

Resisten por instinto de supervivencia y por sus hijos. También por el sentido de comunidad: allí nadie está solo, las familias se apoyan mutuamente. Y por la fe, que les da fuerza espiritual. Aun así, están exhaustos y destrozados, aunque sin estas dos últimas bases —comunidad y fe— la tasa de suicidios sería mucho mayor.

“Les digo: que pases un día suficientemente bueno en Gaza”

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¿Qué piensas que se puede hacer desde aquí?

Como ciudadanos podemos actuar en dos planos: la verdad y la justicia. La verdad implica informarse bien: leer informes de la ONU, seguir a periodistas palestinos en redes, consultar medios rigurosos como Middle East Eye, Haaretz o Breaking the Silence.

La justicia implica participar en manifestaciones, apoyar campañas de boicot y utilizar herramientas como la aplicación No Thanks para evitar productos de empresas vinculadas con el genocidio. También se puede presionar a colegios profesionales, universidades o empresas para que rompan vínculos con instituciones israelíes.

Y, por supuesto, ayudar económicamente a grandes ONG como Médicos Sin Fronteras, a organizaciones pequeñas que trabajan en Gaza o directamente a familias mediante campañas de crowdfunding.

Otro aspecto importante es acercarse a la comunidad musulmana en España, combatir la islamofobia y conocer su cultura. En ciudades como Valencia se celebran eventos culturales relacionados con Palestina que ayudan a estrechar lazos y a descubrir el valor del sentido de comunidad.

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¿Cómo te despides cuando hablas con ellos?

Les digo: “Que pases un día suficientemente bueno en Gaza”. No puedo desearles un buen día, porque no los hay, pero al menos un día lo menos malo posible. También suelo desearles seguridad en nombre de Allah. Aunque yo no sea una persona de fe, es una forma de enviarles ánimo y acompañarles en su dolor.

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