«Todo el mal que podía hacer ya nos lo ha hecho», decía Rafael Hernando, jefe de filas del grupo parlamentario del PP. No es así. El mal anda suelto. Y emerge como un Guadiana. Todos los partidos tienen algún muerto en el armario. La única forma de atajar un problema es enfrentarse a él. Pero no se ha hecho.
El Partido Popular vive estos días previos a la elaboración de las principales listas electorales unos momentos de enorme turbulencia, de intenso ‘ruido mediático’ que, indudablemente, también perjudican muy seriamente a la formación. Fiel a la norma de la casa, el presidente del Gobierno optó por repetir el esquema Cañete, quien casi perece en el intento. No se desvelan las listas hasta el último momento. Para no dar bazas a los rivales, dice ese genio llamado Arriola. O, también, para evidenciar de quién es el ‘dedazo’ que quita y pone cabezas de cartel.
Cañete apenas tuvo tiempo de recuperarse de un desgraciado desliz. Casi no llega. En Madrid, una plaza fuerte de enorme simbolismo para el partido, solo se escucha ruido y furia. El ‘fuego amigo’, el navajeo, la guerra sorda ha convertido al pivote central de la estructura del partido en un tambaleante mástil. Nunca le agradó a Rajoy la lideresa madrileña,Esperanza Aguirre, quien amagó con hacerle frente en el congreso de Valencia. También ha tenido serias dudas con Ignacio González, al aparecer enfermo de contagio por haber sido su lugarteniente eficaz durante años. Una lealtad que le honra. González había logrado, tras severos esfuerzos, recuperar algo de la confianza epidérmica del presidente. Lo que ahora sale a la luz ya era conocido. Y González es el mismo que el de hace un año, con más experiencia de gestión y mejores datos económicos en su mochila. Pero mientras unos le movían la silla el presidente optaba por mirar hacia otro lado. Al cabo, las cosas, al final, se arreglan. O no.
En las últimas semanas, el actual presidente de la Comunidad madrileña ha sido objeto de una intensa labor de zapa, mediante la aparición un rosario de noticias perjudiciales para su legítima ambición de encabezar las listas por su demarcación. En pocos días, el asunto se ha enredado en forma ostensible. La cizaña iba creciendo mientras Rajoy insistía en que «nosotros ni nos inmutamos». El partido vivía en Madrid una pesadilla cruel. La imagen del PP madrileño se deterioraba por momentos. Lo que debía ser un ariete, una torre inexpugnable se convertía en un cráter de desolación. Madrid era el ejemplo de la recuperación, de la forma de gestión de un partido que tuvo que renunciar desde el principio a su programa y sus valores. Los militantes más veteranos llamaban a Génova. Había que acortar los plazos, designar cuanto antes a los candidatos. «Los tiempos los maneja el presidente», escuchaban. Como con Bárcenas. Algo tan aparentemente sencillo está a punto de dinamitar una de las plazas clave de la formación. Restañar las heridas, recuperar la imagen, superar las batallas intestinas va a llevar tiempo. Y siempre quedarán las cicatrices.