«Escribo desde Brasilia, capital de Brasil, donde no festejo los 200 años del inicio de la guerra de independencia de México y de muchos otros países de América Latina (AL), la mayoría de los cuales iniciaron procesos independentistas por una circunstancia externa: la imposición de José Bonaparte (Pepe Botella) como monarca en España (1808). La madre patria perdía su independencia y sus súbditos en los virreinatos entraban en crisis que, después de largas y cruentas guerras, desembocaría en la independencia política. Nuestros territorios coloniales se volvieron estados formalmente soberanos que, en los hechos, estaban muy lejos de serlo»
Hoy el anorama de AL presenta una polarización tanto en lo político como en lo económico. Mientras Brasil, Bolivia, Venezuela, Argentina, Ecuador, Paraguay y Uruguay, con matices y grados muy diversos, protagonizan una nueva gesta independentista que busca recuperar la autodeterminación nacional, México, junto con Colombia y algunos países de Centroamérica, sigue en la subordinación económica, política y hasta militar. Mientras el primer grupo de países ha dicho no a una parte del Consenso de Washington, reivindicando el papel del Estado en la economía y defendido la soberanía sobre los recursos naturales, México sigue siendo obediente y, por tanto, no libre. (LA JORNADA) THE WASHINGTON POST.- Pese todos los titulares sobre el Tea Party y la ira ciega de los votantes, la historia más inquietante de las elecciones de este año se encarna en una extraña combinación de números y letras: 501 (c) (4). Esa es la denominación legal de los comités de promoción que están absorbiendo muchos millones de dólares corporativos anónimos, haciendo de este ciclo electoral de los más secretos desde los años del Watergate. Como Michael Luo publicaba en The Times la semana pasada, la batalla por el Congreso está siendo en gran parte financiado por un pequeño grupo de individuos ricos y empresas cuyos nombres no pueden ser conocidos por el público. Y todo el peso de ese gasto –que en su mayor parte van a los candidatos republicanos– aún no se ha dejado sentir en esta campaña. México. La Jornada Reflexiones sobre un bicentenario sin independencia Juio Boltvinik Escribo desde Brasilia, capital de Brasil, donde no festejo los 200 años del inicio de la guerra de independencia de México y de muchos otros países de América Latina (AL), la mayoría de los cuales iniciaron procesos independentistas por una circunstancia externa: la imposición de José Bonaparte (Pepe Botella) como monarca en España (1808). La madre patria perdía su independencia y sus súbditos en los virreinatos entraban en crisis que, después de largas y cruentas guerras, desembocaría en la independencia política. Nuestros territorios coloniales se volvieron estados formalmente soberanos que, en los hechos, estaban muy lejos de serlo. Nuestras historias de los siglos XIX y XX muestran las vicisitudes trágicas de esta paradoja. Las historias de AL tuvieron fuertes paralelismos políticos en dicho inicio y se repetirían en el Siglo XX, en lo económico, con la industrialización sustitutiva de importaciones y, hacia el final de dicho siglo de nuevo con el vuelco al neoliberalismo que significó una rendición de hecho de las soberanías nacionales. Hoy el panorama de AL presenta una polarización tanto en lo político como en lo económico. Mientras Brasil, Bolivia, Venezuela, Argentina, Ecuador, Paraguay y Uruguay, con matices y grados muy diversos, protagonizan una nueva gesta independentista que busca recuperar la autodeterminación nacional, México, junto con Colombia y algunos países de Centroamérica, sigue en la subordinación económica, política y hasta militar. Mientras el primer grupo de países ha dicho no (la desobediencia sagrada a la que cantó loas muy justas Erich Fromm) a una parte del Consenso de Washington, reivindicando el papel del Estado en la economía y defendido la soberanía sobre los recursos naturales, México sigue siendo obediente y, por tanto, no libre. Imitando a los EEUU de la era de Bush, Calderón declaró la guerra al narcotráfico, como Bush la había declarado al terrorismo. Quiso sentirse grande haciendo lo mismo que Bush. Esas guerras, ya sabemos, son una manera de restringir las libertades cívicas más elementales. Calderón carece de la más mínima autoridad moral para encabezar los festejos del bicentenario de la Independencia por su semejanza con Pepe Botella (gobernante impuesto) y porque no ha promovido la independencia del país, sino por el contrario, su creciente subordinación a EEUU. En agudo contraste, Lula ha convertido a Brasil en una economía pujante y en nueva nación líder en el concierto mundial. En la carta de invitación al Seminario Internacional sobre Gobernanza Global (razón por la cual me encuentro en Brasilia), se señala en una frase cargado de significados: “Los tiempos actuales empiezan a delinear la formación de un nuevo balance de fuerzas internacionales, con un profundo cambio en el tono de las relaciones norte-sur. Analistas sugieren que, dentro de algunos años, las economías emergentes pueden representar la mayoría absoluta de la población y de la actividad económica mundial, imponiendo un nuevo mundo multipolar”. El cambio de tono en las relaciones norte-sur (presente de manera notable en el grupo de países sudamericanos antes mencionado) no ha tocado a México. Al contrario se ha marcado más el tono tradicional de la relación. Brasil forma parte del grupo de economías emergentes llamado los BRIC (Brasil, Rusia, India, China). El nombre BRIC lo acuñó el negativamente célebre grupo de inversión Goldman Sachs, el cual predijo que la participación del crecimiento de las economías de estos 4 países en el crecimiento mundial, podría pasar de 20 por ciento en 2003 a 45 por ciento en 2025, y su participación en el PIB mismo de 10 por ciento a 30 por ciento. Para 2025, Brasil sería la cuarta economía más grande del planeta contra el octavo lugar que ocupa en 2010. México conservaría su lugar 13 mundial. Más impresionante: mientras en 2006 el PIB per cápita de México era de 1.4 veces el de Brasil, en 2010 ya son iguales, según esta misma fuente. Si hace 20 años (1989 en México y 1990 en Brasil) el nivel de pobreza que mide la CEPAL era casi igual en ambos países (48 por ciento en Brasil y 47.7 por ciento en México), en 2008 la pobreza era sustancialmente más baja en Brasil (25.8 por ciento) que en México (34.8 por ciento). De particular interés resulta comparar México con Brasil durante el periodo de Lula que comenzó en enero de 2003 y terminará al finalizar el año. En 2003 los niveles de pobreza de ambos países eran casi iguales, pero mientras Lula logró disminuir la pobreza en 13 puntos porcentuales en cinco años (de 2003 a 2008), en México sólo hubo una reducción de 4.6 puntos. Es necesario advertir que, después de 2008, con el estallido de la crisis mundial en la que México ha sufrido el mayor efecto negativo de toda AL (gracias a la ausencia de política económica anticíclica y a su casi total dependencia del mercado de EEUU) y Brasil siguió creciendo (gracias a su vigorosa política anticíclica de estímulos al mercado interno y a la diversificación de sus mercados), aunque a un menor ritmo, la pobreza siguió creciendo en México y seguramente siguió disminuyendo en Brasil, ampliándose así la brecha entre ambos países. No es descabellado suponer que la proporción de la población viviendo en pobreza, tal como la mide la Cepal, sea ya en 2010 de casi el doble en México que en Brasil. La libertad no consiste sólo en no ser esclavo, ni tampoco en no verse sujeto a coerción directa para hacer lo que se hace. El capitalismo inventó un látigo más sutil: el látigo del hambre, desposeyendo a la población de todos los medios de producción que le permitían obtener su sustento, obligándolo a vender su capacidad de trabajo por un salario para sobrevivir. En estos casos, lo que le arranca su libertad al ser humano es la necesidad. El verdadero opuesto de libertad es necesidad. La independencia política formal de un país no se convierte en libertad individual ni en auténtica soberanía nacional cuando se depende económicamente del exterior. Así como para casi todos nosotros vender nuestra fuerza de trabajo no es una elección libre sino una opción forzada, una opción única, un país sin soberanía económica no toma decisiones libremente, sino que se ve forzado a seguir lo que se le impone del exterior. México es hoy mucho menos libre que Brasil. LA JORNADA. 17-9-2010 EEUU. The New York Times La elección secreta Pese todos los titulares sobre el Tea Party y la ira ciega de los votantes, la historia más inquietante de las elecciones de este año se encarna en una extraña combinación de números y letras: 501 (c) (4). Esa es la denominación legal de los comités de promoción que están absorbiendo muchos millones de dólares corporativos anónimos, haciendo de este ciclo electoral de los más secretos desde los años del Watergate. Como Michael Luo publicaba en The Times la semana pasada, la batalla por el Congreso está siendo en gran parte financiado por un pequeño grupo de individuos ricos y empresas cuyos nombres no pueden ser conocidos por el público. Y todo el peso de ese gasto –que en su mayor parte van a los candidatos republicanos– aún no se ha dejado sentir en esta campaña. Las corporaciones gozan del poder para derramar este dinero anónimo en las elecciones gracias a las decisiones de la Corte Suprema y de la Comisión Electoral Federal en los últimos dos años, culminadas en el dictamen sobre Citizens United a principios de este año. El efecto ha sido drástico: en 2004 y 2006, prácticamente todos los grupos independientes que recibieron donaciones de campaña electoral pusieron de manifiesto a sus donantes. En 2008, menos de la mitad de los grupos informaron de sus donantes, según un estudio publicado la semana pasada por el grupo de vigilancia Public Citizen. Este año, hasta ahora, sólo el 32 por ciento de los grupos lo han hecho. La mayor parte del dinero ha ido a operadores republicanos como Karl Rove, que han puesto en marcha organizaciones 501 (c) (4) exentas de impuestos. En teoría, estos grupos, con nombres como Encrucijada Americana y Red Americana de Acción, tienen el propósito falsamente inocuo de promover el bienestar social. El valor de estos operativos políticos es que son un embudo para las donaciones anónimas de campaña. El grupo del Sr. Rove, Encrucijada Americana, espera gastar 50 millones de dólares, y ya tiene en marcha la publicidad contra los candidatos demócratas en California, Pennsylvania, Nevada y otros estados. La Red Americana de Acción, dirigido por Norm Coleman, el ex senador republicano por Minnesota, ha gastado 25 millones, dirigidos contra los senadores demócratas Patty Murray de Washington y Russell Feingold de Wisconsin. La Cámara de Comercio de Estados Unidos, todavía escocida por su fracaso para detener la reforma de salud, está gastando 75 millones de dólares para derrotar a los legisladores que la aprobaron. Sus donantes no tienen que declararse. (Los sindicatos están tratando de hacer lo mismo para los demócratas, pero no puede recaudar ni de lejos tanto dinero.) La nueva era secreta comenzó con la decisión de 2007 del Tribunal Supremo en el caso Wisconsin Right to Life, que eliminó las restricciones federales sobre la unión del gasto de las empresas y la política justo semanas antes de una elección. La Comisión Electoral Federal (FEC) interpretó la decisión en el sentido de que a menos que un anuncio diga expresamente, "elija a John Doe" (como si eso importara), no hay que revelar a los donantes corporativos. Entonces la decisión sobre Citizens United legalizó totalmente este tipo de donaciones conforme a la Primera Enmienda. Esa nueva protección ha llevado al florecimiento de los grupos (c) (4), que saben que no serán investigados por una estancada FEC o por el Servicio de Impuestos Internos que tiene asuntos más importantes que tratar. La decisión sobre Citizens United, paradójicamente, permitía una mayor divulgación del apoyo de los donantes, pero los republicanos del Senado han bloqueado un proyecto de ley que eliminaría el escudo secreto. Sólo un voto impide su aprobación. Esa ley va a regresar para otra votación en el Senado. Los dos senadores republicanos de Maine, Susan Collins y Olympia Snowe, quizás quieran leer una reciente encuesta realizada por los ciudadanos de Maine para Elecciones Limpias, que mostró que el 80 por ciento de los votantes del estado apoyan la revelación pública. Es demasiado tarde para que una nueva ley tenga efecto alguno sobre el pantano oscuro de este año electoral, pero todavía hay esperanza de que el Congreso permitirá que el sol brille sobre las elecciones de 2012 y más allá. THE NEW YORK TIMES. 19-9-2010