Estos últimos meses llevamos asistiendo en Estados Unidos a una oleada de manifestaciones en el ámbito político, social, académico y artístico en defensa de los derechos de la mujer. A los movimientos #metoo, o #timeisup siguió un “all-black-dress-code” en el acto de entrega de los Globos de Oro que las estrellas de Hollywood secundaron con una impecable unanimidad, conscientes de que en un acto de este tipo con su barroquismo visual, vestir de negro riguroso supone un poderoso simbolismo de rechazo.
La caída del execrable Harvey Weinstein, coloso del mundo de Hollywood, impensable hace sólo unos meses, y la cobertura mediática que se le ha dedicado a las voces de las víctimas, ha marcado un punto de inflexión en torno a la reconsideración de la mujer como ciudadano de pleno derecho.
Hace unos días, el 20 de enero, se ha estimado que cientos de miles de manifestantes (mayoritariamente mujeres) en todo Estados Unidos acudieron a una marcha conmemorando la primera Women March del año pasado que se ha repetido con un éxito idéntico, con el mismo apoyo tanto de políticos como de personalidades de la cultura norteamericana. Esta marcha ha recogido además reivindicaciones políticas más concretas, como la de los derechos de los inmigrantes, los de los colectivos LGBT y la igualdad laboral, convirtiéndose de forma natural -ya que el presidente Trump encarna una amenaza para todos y cada uno de estos colectivos- en una de las mayores manifestaciones en contra del gobierno de las últimas décadas.
También ha habido voces muy puntuales en Europa en contra de este masivo movimiento, como el manifiesto firmado por un centenar de actrices e intelectuales francesas el mes pasado alertando del puritanismo creciente o de cómo se coarta la libertad sexual del hombre forjando un nuevo término “el mujerismo” heredero del oprobioso “feminazi.”
Con todo el respeto que merecen críticas, visiones diferentes, peligros futuros y daños colaterales (que por supuesto existen y será necesario encararlos y definirlos apropiadamente) todo lo que no sea apoyar sin ambages este poderoso cambio de época y de mentalidad debería dejarse para un futuro (que espero sea muy próximo) cuando la violencia sexual no sea una causa de mortandad en cualquier país del mundo y su prevención una penosa parte de nuestra rutina diaria como mujer. Por otra parte, la masculinidad tiene ahora un momento inmejorable en el que cuestionar y repasar sus narrativas. Prueba de que este tema todavía no es tomado seriamente por los hombres como un asunto que les atañe directamente es el mínimo índice de afluencia masculina a estas manifestaciones multitudinarias.
Al margen de los análisis y los datos objetivos a veces aparecen símbolos poderosos que nos conmueven y nos hablan íntimamente, casi en un susurro, de la barbarie que vivimos. Así me pasó hace unos días cuando por casualidad leí un anuncio en el que se ponía a subasta el nicho superior al de Marilyn Monroe, aquí en el Westwood Memorial Park de Los Ángeles, donde descansan sus restos, anunciándolo como “¿Quién no quiere pasar toda la eternidad encima de Marilyn Monroe? Se abre la subasta”
La profunda obscenidad de este anuncio me llegó como un símbolo de la agresión a la mujer: la intromisión unilateral en el espacio físico de la víctima, la hipersexualización, la mercantilización del cuerpo como un objeto de consumo, la banalización del acto, y por añadidura, la falta de respeto hacia los muertos.
Pensé en arrebatar sus restos y enterrarlos en un lugar anónimo y recóndito cerca del Pacífico, allí donde hizo su primera sesión de fotos, cuando todavía se llamaba Norma Jean. Pensé en que un mito sólo puede dialogar con otro mito. Que esta Venus del Olimpo de Hollywood debería descansar bajo un arrayán, el árbol de nuestra Venus mediterránea, que sus raíces la invadieran amorosamente hasta confundirla con la tierra, en un sereno e íntimo abrazo. Que el cuerpo tantas veces profanado, incluso después de la muerte, fuera arrullado por el Pacífico, a salvo al fin de los depredadores. Que le alcance el eco de este movimiento de solidaridad y de entereza de tantos que rechazamos rotundamente el abuso de poder sobre la mujer, las agresiones y el uso comercial de su sexualidad, que nos avergüenza compartir espacio público o intelectual, trabajo o familia con aquellos que humillan y abusan alegando derechos históricos adquiridos, amparados por la falta de una legislación eficaz, banalizando la agresión, educando y alentando implícitamente a otros a repetirla.
Que descanse en paz, bajo la sombra fragante del arrayán de Venus, esa mujer que es todas las mujeres. Porque quizá alguna vez fuimos Marilyn. Pero siempre seremos Norma Jean.
Verónica García Moreno
Orientalista e hispanista trabaja como Teaching Associate en el departamento de español y portugués de UCLA, (Los Ángeles). Su investigación explora el elemento áraboislamico en la identidad española del siglo XIX y XX, desde la escuela africanista hasta las vanguardias y los nacionalismos periféricos.
green hornet dice:
Pues si Verónica,lo del anuncio es de poco respeto a las mujeres.Te pongo una frase de Bob Dylan:»¿quién mató a Norma Jean?.La sociedad»