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Tras lograr una prórroga del Brexit hasta el 31 de octubre, Gran Bretaña respira aliviada por haber evitado el abismo de una salida sin acuerdo y el caos subsiguiente. Pero el nuevo plazo no implica, por el momento, que la solución definitiva esté más cerca. Las incertidumbres y las dificultades para que el actual parlamento británico adopte una decisión final siguen siendo las mismas y todas las opciones continúan encima de la mesa, sin que se atisbe un final previsible. El Reino Unido tiene otros seis meses por delante para decidir, pero ¿para decidir qué?

Para lograr la prórroga hasta el 31 de octubre, la primera ministra británica Theresa May aceptó la petición de la UE de abrir negociaciones con el líder de la oposición, el laborista Corbyn, a fin de explorar un posible acuerdo que pudiera lograr al fin una mayoría en el parlamento, cosa que May no consiguió por tres veces con su pacto alcanzado con Bruselas, que se saldó con tres derrotas sucesivas y humillantes. Pero ha bastado con que May lograra de la UE la citada prórroga para que se demostrara que todo no había sido, una vez más, sino otro paripé. May ha esgrimido que Corbyn exige ahora la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Aduanera, cosa que no está dispuesta a aceptar, y ha dado largas a lo que ella (y el partido conservador) consideran un diálogo contra-natura. De modo que la situación ha vuelto rápidamente a la casilla de salida. 

En una muestra de tozudez que no se sabe bien si raya en la cabezonería sin sentido, o responde a la vieja táctica de resistir hasta el final a ver si los demás se rinden, May piensa en una cuarta presentación de su plan al parlamento, pero esta vez acompañado de un singular y extraño decreto-ley, que recogería ad hoc las aspiraciones, recelos y medidas complementarias que algunos diputados exigen para dar su aprobación. Nadie sabe a priori qué validez tendría y cómo se aplicaría luego ese decreto-ley, y qué valor real podría tener, y si la UE lo aceptaría, pero por el momento es la última jugada de una May acorralada, cuya dimisión es esperada por muchos como la única puerta abierta a una solución final.

May intenta a la desesperada lograr un resultado inmediato, sin esperar a octubre, ya que de otro modo Gran Bretaña podría verse obligada, como miembro que sigue siendo de la UE, a participar en las elecciones europeas del próximo mes de mayo. Esa participación no estaba prevista, y además podría suponer un golpe mortal para el Partido Conservador de la primera ministra, que pagaría duramente en las urnas su incapacidad para llevar adelante el Brexit. Las encuestas ya vaticinan un varapalo histórico para Theresa May caso de ir a las urnas, en unas elecciones para las que ya ha reaparecido el polémico Neil Farage, el antiguo líder del UKIP (partido por la independencia de Reino Unido), al frente de una formación recién creada y que se llama, naturalmente, el Partido del Brexit, que rápidamente se ha convertido en favorito para ganar las elecciones, con su demanda inequívoca de un Brexit duro.

Ni May ni la UE quieren que tal escenario se llegue a producir, pero salvo un milagro (que el parlamento vote lo que ya ha rechazado tres veces), terminará por ocurrir. 

Y, por si faltaba poco, Donald Trump ha anunciado para junio una “visita de estado” a Gran Bretaña, lo que representa una dosis adicional de gasolina para una situación ya bastante explosiva. Trump, que no ha dejado de apoyar en ningún momento la tesis de un Brexit duro y sin acuerdo, y respalda a los diputados conservadores que han bloqueado la alternativa de Theresa May, viaja sin duda con la intención de empujar su plan de una salida incondicional de Gran Bretaña de la UE y la firma de un acuerdo comercial preferente con EEUU, lo que acabaría convirtiendo a Reino Unido en una auténtica “colonia” USA.

La cruzada de Trump

Trump, que aún antes de ser presidente de EEUU ya hizo campaña por el Brexit, y que saludó alborozado el resultado del referéndum y hasta alentó a otros países europeos a seguir el camino de los británicos y abandonar la UE, sigue inpertérrito su cruzada contra una Europa unida en la que ve un obstáculo para el completo despliegue de su política de saqueo y extorsión de sus aliados. Trump pretende para Europa una reedición de lo que ya llevado a cabo en buena medida en América, acabando con todas las alianzas existentes y forzando a todos los países a negociar en solitario con Washington, lo que favorece sus intereses. En Europa, Trump quiere liquidar, en primer término, la hegemonía alemana e imponer  nuevas reglas de “cotización” al imperio: desde las aportación a la OTAN (exige un 2% del PIB como mínimo del gasto militar por país) hasta los aranceles a los productos europeos importados, el no pago de impuestos de sus grandes corporaciones, etc. Pero, sobre todo, trata de revertir la situación interna de la UE, llevando a los gobiernos y al parlamento europeo a fuerzas afines, para intentar doblegar las resistencias que aún encuentra en Europa y bloquear una nueva entente franco-alemana. 

La presencia de Trump en Gran Bretaña en pleno proceso negociador del Brexit es sin duda un anuncio ominoso que añade más tensión e incertidumbre a un proceso que sigue, dos años después del referéndum, sin tener un pronóstico claro. 

Aunque el resto de Europa ha sabido mantener su unidad sin fisuras hasta ahora, un éxito relativo o importante de las fuerzas pro-trumpistas en las elecciones europeas (avanza poco a poco la coordinación entre los Salvini, Le Pen, Orban…. y ahora también Vox) podría representar un aldabonazo que cambiara drásticamente la situación. Entonces Europa se adentraría en un terreno desconocido.

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