Hasta hace pocas semanas, Ucrania estaba perdiendo, lenta pero inexorablemente, la guerra contra Rusia. Pero ahora este esquema ya no está tan claro.
Nadie esperaba la maniobra -audaz, osada, una apuesta de todo o nada- de Ucrania, que identificando la debilidad de la defensa de la frontera sur de Rusia, ha lanzado una incursión que en pocos días ha conquistado más de 1.000 km2 de la región rusa de Kursk.
¿Qué objetivos persigue esta arriesgada maniobra?
Al inicio del verano, Putin ya tenía donde quería a Kiev. El Kremlin había enfilado a los defensores en un frente fijo en el Donbás, donde la superioridad militar de Moscú estaba haciendo perder, cada día y cada semana, terreno a una Ucrania cada vez más desgastada en número de tropas, y que mira nerviosa el desenlace de las elecciones norteamericanas, de cuyo resultado puede depender el fin -o una merma significativa- de la asistencia militar de EEUU.
Después de que la heroica resistencia ucraniana hiciera fracasar su invasión relámpago en 2022, el Kremlin ha optado por la paciencia y los números, transformando la guerra en una de desgaste donde la superioridad en hombres y material de Rusia -fortalecida con los refuerzos de Irán y Corea del Norte- terminaría por desbordar a una Ucrania a la que le cuesta cada vez más reponer las bajas.
En esta estrategia de desgaste, el Kremlin no duda en usar a sus tropas -muchos de ellos soldados novatos, reclutados a la fuerza de la regiones más recónditas de la Federación Rusa- como carne para una picadora. Según fuentes de inteligencia occidentales, las bajas rusas llegaron a superar los mil hombres diarios en julio, con más de 70.000 soldados probablemente muertos o heridos entre mayo y junio. De acuerdo a este ritmo de bajas, el más intenso desde que comenzó la invasión, por cada baja ucraniana habría seis rusas.
Con todo, la balanza se inclinaba a favor de Rusia. En dos años y medio, Ucrania acumula ya un notable número de bajas (según EEUU, unos 70.000 soldados muertos y 120.000 heridos) que a diferencia de los rusos, cuesta mucho reponer.
Putin contaba con esto, y con que un cambio de aires en los apoyos internacionales de Ucrania -sobre todo en Washington- forzara a Kiev a sentarse en la mesa de negociaciones, con una correlación de fuerzas favorable a Moscú y con una Ucrania forzada a aceptar el chantaje de «paz por territorios».
Pero como ocurrió en los primeros meses de su invasión, el líder del Kremlin había subestimado a los ucranianos.
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Un golpe inesperado
El 6 de agosto, unidades mecanizadas y de asalto -entre 10.000 y 15.000 soldados, entre los que están los más veteranos de la guerra- se lanzaban a una sopresiva incursión relámpago que en pocos días ocupaba más de 1.000 kilómetros cuadrados de la provincia rusa de Kursk.
Nadie, absolutamente nadie, en el Kremlin había previsto esta contingencia. Nadie había detectado la acumulación de fuerzas en el lado ucraniano de la frontera, lo cual deja por los suelos a la inteligencia militar rusa. No es la primera vez que comandos ucranianos cruzan la frontera para realizar ataques puntuales o sabotajes, y de hecho, así caracterizaron el ataque al principio. Pero lo que ha ocurrido no tiene nada que ver: es la primera vez desde 1941 que Rusia sufre una invasión en su propio suelo.
¿Cuáles son los objetivos de Ucrania con esta arriesgada operación? Al menos, se pueden vislumbrar tres.
El primero y más evidente es obligar a Rusia a tener que detraer tropas de los frentes de invasión -en el Donbás, pero también en Zaporiyia y Jersón- no sólo para contener el avance de la incursión en Kursk, sino para poder fortalecer unas fronteras con Ucrania que han demostrado estar insuficientemente defendidas.
Kiev busca que con esta reorganización de fuerzas, Moscú detenga su constante avance en el Donbás, pudiendo ganar tiempo los defensores para reemplazar unidades desgastadas en este frente y para recibir la nueva ayuda militar prometida por la OTAN (aviones de combate F-16, especialmente). Pero para poder lograr tal cosa, Kiev debe poder mantener su ocupación en Kursk algunas semanas más, algo que parece difícil.
La incursión busca obligar a Rusia a tener que detraer tropas de los frentes de invasión para poder fortalecer unas fronteras con Ucrania insuficientemente defendidas.
Un segundo objetivo puede ser mejorar las opciones de Ucrania de cara a unas futuras negociaciones, en las que Rusia se iba a presentar con toda su fuerza. La incursión ucraniana también puede capturar rehenes que luego podrán ser intercambiados por sus prisioneros de guerra.
Un tercer objetivo se ubica en la localidad fronteriza rusa de Sudzha, ahora en manos de Ucrania. Allí se ubica una estación clave de Gazprom en el tránsito de 40 millones de metros cúbicos de gas ruso hacia países como Hungría, Eslovaquia o Eslovenia. Ucrania no quiere cerrar el grifo, pero mantener bajo control esta estación de medición de gas es otro as en la manga de Ucrania de cara a unas eventuales negociaciones.
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Una misión arriesgada, que ya ha dado frutos.
Se trata de una operación enormemente arriesgada, donde un error ucraniano puede conducir a un desastre. Una incursión así sólo se puede lograr con movimientos mecanizados muy veloces, sin poder asegurar los flancos y aumentando las dificultades logísticas a cada kilómetro de avance (tanto para reabastecerlas con comida, munición y combustible, como para poder atender a los heridos y reparar las averías del material empleado), lo que implica la posibilidad de que un contraataque ruso los embolse y corte su retirada, lo que costaría a Kiev perder decenas de miles de sus mejores hombres.
Pero con esta incursión Ucrania ya ha conseguido una primera victoria en varios planos. Políticamente, ha humillado al Kremlin, demostrando que son capaces de explotar imaginativamente las debilidades de un invasor que cuenta con la superioridad militar. Han demostrado que el chantaje nuclear de Putin -que había amenazado con usar armas atómicas en el caso de que Ucrania pisara suelo ruso con armas de la OTAN- no era más que un farol. Han relanzado la moral de las tropas y de la población ucraniana.
Y han dejado claro que en esta guerra, los defensores ucranianos no han dicho aún su última palabra.
Castellano dice:
Por fin una buena noticia en este tema.