Se cumple un año y tres meses desde que Putin diera la orden de perpetrar contra Ucrania una brutal agresión imperialista que ha dejado cientos de miles de muertos, ciudades enteras arrasadas, millones de refugiados y un incontable número de dramas humanos.
Desde entonces, han ido saliendo a la luz un sinfín de horrores -ya documentados por decenas de miles- no sólo de los combates, sino de los sistemáticos crímenes de guerra cometidos por las tropas rusas en los territorios ocupados.
Cuando los periodistas occidentales recorren las que han formado parte de la línea de frente en el este o el sur de Ucrania, hay un un retrato que se repite. Pueblos reducidos a cenizas, casas y edificios calcinados o acribillados, coches y tanques hechos trizas en las orillas de la carretera, campos de cultivo -antes famosos por su fertilidad- sembrados ahora de cráteres y de minas antipersona, y sobre todo algunos pocos pobladores que se aferran a las ruinas y a los recuerdos de lo que antes fueron sus hogares, esos pequeños trozos de mundo en los que formaron una familia, en los que criaron a sus hijos o a sus nietos, muchos de ellos ahora refugiados por toda Europa. El número de desplazados internos y hacia el extranjero que ha provocado esta guerra es de más de 13 millones según los últimos datos de la agencia de ayuda al refugiado de la ONU (ACNUR).
Entrevistados por El País, una de tantas parejas de ancianos que intentan reconstruir su hogar de los escombros y las cenizas es Serhii y Olga Portianov, ambos de 72 años, cuya casa en Kamianka -una pequeña localidad de Járkov- fue ocupada por las tropas rusas durante varios meses. Como en tantas otras casas confiscadas, los rastros de los invasores están por doquier: latas de comida tiradas aquí y allá, casquillos y munición por todas partes, pintadas en las paredes, el rastro de lo que fue un nido de ametralladoras… Pero ni rastro de los electrodomésticos, ni de la mayoría de los muebles. Hasta los efectos personales de los moradores -fotografías, retratos, incluso los libros de las estanterías- han desaparecido, o han sido quemados. La vecina de los Portianov, Anna, se desespera cuando encuentra destrozado un libro de una de sus poetas favoritas, Lina Kostenko. «¿Por qué?, que valor militar tiene quemar mis álbumes de fotos o desgarrar mis libros?», se lamenta
Como si de las bárbaros de Atila se tratara, como una horda que tiene por misión borrar todo rastro de lo que alguna vez fue un pueblo lleno de vida, los soldados rusos no sólo llenan de cadáveres y destrucción las zonas que ocupan, sino que también son sistemáticos en el expolio o la destrucción de todo lo que tenga valor -material o sentimental- para los habitantes ucranianos.
Que los ucranianos no tengan hogar al que volver. Tal parece ser la consigna del Kremlin. Una especie de disposición adicional de la Doctrina Grozni, el bárbaro manual de guerra ruso que eleva los crímenes de guerra a centro de su teorema militar.
Casi 80.000 crímenes de guerra documentados… y no son todos
Bucha, Mariúpol, Izium, Kramatorsk… en esta brutal invasión rusa ya hay localidades que quedarán grabadas para siempre en el negro libro de las masacres imperialistas, el mismo al que pertenecen My Lai (EEUU en Vietnam) o Sabra y Chatila (Israel en Líbano). No es un consuelo, pero al menos -y a diferencia de la mayoría de las guerras- esta invasión cuenta con multitud de equipos que tratan de registrarlas y documentarlas.
El Centro para las Libertades Civiles de Ucrania, uno de los ganadores del Premio Nobel en 2022, lleva meses investigando crímenes de guerra. Su equipo se desplaza a zonas recién liberadas para entrevistar a los supervivientes y víctimas de masacres. El Fiscal General de Ucrania, Andriy Kostin, afirma tener documentados 77.500 crímenes de guerra cometidos por las fuerzas rusas en su territorio, por los que ha identificado y acusado a más de 300 invasores rusos hasta ahora, intentando demostrar que es un «acto de genocidio» deliberado.
Entre ellos están los testimonios directos de los que han pasado por los centros de detención y tortura de las zonas que Rusia ocupó, como Jersón. Tras ser liberada por las tropas de Kiev en noviembre, se descubrieron hasta 20 cámaras de tortura, y un millar de supervivientes han denunciado palizas, descargas eléctricas, ahogamiento simulado, desnudez forzada y amenazas de mutilación y muerte. Asimismo, se documentaron más de 60 casos de violación.
A esta labor de documentación, y de manera autónoma, se suman la del equipo de la Corte Penal Internacional (CPI), que ha desplegado en Ucrania a uno de los equipos más grandes hasta ahora, abogados de derechos humanos y equipos forenses, así como las investigaciones de Naciones Unidas e iniciativas por parte de gobiernos de la UE.
«La comisión independiente de expertos enviada por la ONU a Ucrania ha concluido que las autoridades rusas han cometido una gran variedad de violaciones del derecho internacional en diversas regiones del país, muchas de las cuales equivalen a crímenes de guerra”, afirma categórico el informe del equipo de Naciones Unidas, donde se detalla profusamente, entre los crímenes cometidos por Rusia, ataques contra civiles, homicidios intencionados, confinamiento ilícito, tortura, trato inhumano, violación y otros actos de violencia sexual, así como traslados forzosos y deportaciones de niños”. Asimismo “las olas de ataques contra infraestructuras energéticas desde el otoño y el uso de la tortura por parte de las autoridades rusas constituyen crímenes contra la humanidad.
Las «confesiones» de los soldados rusos
Para documentar y probar el horror de la ocupación invasora, no sólo tenemos las pruebas materiales o los testimonios de las víctimas. También hay abundantes transcripciones de las conversaciones de los soldados rusos -interceptadas mientras hablaban con sus familias, y verificadas y publicadas por medios como el New York Times- en las que confiesan los crímenes que las tropas del Kremlin -como cualquier ejército invasor imperialista- cometen contra la población civil.
“Me he convertido en un asesino. Nos dieron orden de matar a todos» dice en una de las transcripciones Sergey a su novia, contándole cómo su capitán ordenó la ejecución de tres hombres que “pasaban por nuestro almacén”.
Otro relata el pillaje: “Todo fue jodidamente saqueado. Se bebieron todo el puto alcohol. Y cogieron todo el dinero …Todo el mundo lo está haciendo”. Y otros relatan a sus familias lo que están acumulando para llevárselo de vuelta a Rusia: dinero, televisiones, maletas, y hasta aspiradoras o picadoras de carne.
Muchos otros muestran su miedo y su pesar por una guerra a la que han ido engañados. «Nos dijeron que era solo una operación especial’, pero en realidad es una puta guerra de verdad”. “No sabía que esto iba a pasar. Dijeron que íbamos a hacer un entrenamiento. Estos cabrones no nos dijeron nada”, dice otra llamada. Muchos otros hablan con miedo: «Estamos perdiendo esta guerra”, “Putin es un loco”, “Hemos perdido a medio regimiento, a 90 hombres” o “cuando vuelva a casa dejaré esta mierda de ejército”.