Atrapada entre dos matones imperialistas; entre una potencia invasora -Rusia- que busca quedarse con el territorio anexionado, y postrarla en el mayor grado de indefensión posible; y una superpotencia «aliada» -EEUU- que de la mano de Trump busca obligarla a aceptar una humillante capitulación, y que le exige además entregar sus recursos minerales y energéticos. Esta es la encerrona a la que se enfrenta Ucrania
Tras varias semanas de conversaciones en Arabia Saudí, el 18 de marzo Trump y Putin acordaron un alto el fuego parcial y limitado, restringido a ataques a infraestructuras energéticas ucranianas, y sólo de 30 días. El acuerdo incluye también un pequeño intercambio de prisioneros de guerra -de sólo 175 militares rusos, por el mismo número de ucranianos- así como el inicio de «negociaciones técnicas» para lograr mayores acuerdos de cese de hostilidades, especialmente en el Mar Negro.
El presidente ucraniano Volodímir Zelenski dio el visto bueno a esta primera tregua, pero muy poco después se demostró que una vez más todo lo que firma el Kremlin puede volverse rápidamente papel mojado. Apenas a 48 horas de haberse firmado el acuerdo, Rusia y Ucrania volvieron a cruzar ataques, después de que Kiev denunciara una andanada de ataques rusos a lo largo de Ucrania, incluidas infraestructuras civiles y energéticas.
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Extorsión mafiosa desde Washington
La respuesta de la Casa Blanca a esta ruptura de la tregua por parte de Moscú ha dejado perplejos a los ucranianos. En una conversación telefónica, Trump le dijo a Zelenski que la mejor manera de obtener medidas de defensa para el sector energético de Ucrania es que traspase las centrales atómicas de su país a compañías estadounidenses.

“Si no quieres que te las ataquen, véndenoslas». Así lo corroboró luego Mike Waltz, consejero de Seguridad Nacional: «La propiedad americana de estas plantas sería la mejor protección para estas infraestructuras”. Ni la mafia siciliana es menos sutil.
Esta grosera extorsión ha causado estupor en Ucrania, pero no es la primera. «Tras el chantaje del acuerdo de los minerales» -dijo TSN, el principal informativo de Kiev- llega ahora una nueva oferta de Trump que parece aprovecharse de la debilidad de Ucrania. Y efectivamente, el gobierno de Zelenzki ha sido obligado a firmar con Washington un acuerdo por el que Ucrania cede a un fondo común dirigido por EE UU el 50% de los ingresos de sus yacimientos de minerales estratégicos, del petróleo y del gas natural.
Ahora Trump redobla su «oferta que no puede rechazarse». Ucrania teme que la nueva condición de EEUU para mantener su «protección» militar sea que Kiev le traspase la propiedad de sus cuatro plantas nucleares, todas de titularidad estatal: Jmelnitski, Rivne, Sur Ucrania y la más conocida de todas, la de Zaporiyia, la mayor de Europa y actualmente bajo ocupación rusa.
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Putin: muchas exigencias, ninguna concesión

Independientemente del cumplimiento o no de la tregua de 30 días, el acuerdo alcanzado entre EEUU y Rusia tiene ya un profundo significado político.
Primero, es la primera vez que Trump y Putin se reúnen para discutir los términos de su «paz imperialista» para Ucrania. La misma conversación ya ha rehabilitado al presidente ruso como interlocutor válido para Washington, rompiendo definitivamente el aislamiento internacional que desde Occidente se impuso a Moscú tras el inicio de la invasión.
Segundo, son varios los medios estadounidenses -como ‘Semafor’ y ‘The New York Times’- que insisten en que Trump estaría considerando reconocer la provincia ucraniana de Crimea como territorio ruso para dar un impulso a las negociaciones. Esto daría una enorme baza a Moscú, que ya tiene el viento completamente a favor para imponer incluso mejores concesiones de las que se pensó en el primer momento.
Putin mantiene un ambicioso listado de exigencias para dar luz verde a un cese de hostilidades más extenso. Además de mantener sus anteriores condiciones -la no adhesión de Ucrania a la OTAN y un acuerdo para no desplegar tropas occidentales en este país, junto al reconocimiento internacional de la soberanía rusa de Crimea y las otras cuatro provincias invadidas por Rusia- el Kremlin ahora añade el fin permanente de la ayuda militar y del suministro de inteligencia a Kiev, lo que dejaría a Ucrania indefensa ante una eventual nueva invasión rusa en el futuro.
Se trata de un trágala muy difícil de aceptar para Ucrania, más aún cuando ni Washington ni Moscú han ofrecido -ni siquiera como borrador- garantía alguna de seguridad para el país invadido.

En las conversaciones con Trump, el presidente ruso ha reiterado una y otra vez su exigencia de alcanzar una solución que atienda “los intereses legítimos de Rusia en el ámbito de su seguridad” y sea “integral, sostenible y a largo plazo”. Traducido al lenguaje orwelliano del Kremlin, esto quiere decir no sólo una Ucrania desarmada, sino -como ocurría antes del Euromaidan- con un gobierno afín a Moscú.
Este es el estilo maximalista -todo exigencias, ninguna concesión- de negociación propio del Kremlin. Y más cuando saben que al otro lado del Atlántico hay un inquilino de la Casa Blanca dispuesto a humillar al país invadido a costa de “repartirse los activos ucranianos”.
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Dar alas a los matones: ¿una receta para la paz?

Algunas voces -desde la ultraderecha pro-Putin, o desde sectores de la izquierda- se congratulan de que Trump y Putin estén comenzando a dar pasos para dar carpetazo a este «conflicto», como llaman ellos a esta invasión imperialista. Sus argumentos para defender lo que no es otra cosa que una componenda entre dos potencias imperialistas para repartirse un país como Ucrania siempre giran en torno a la «defensa de la Paz».
¿Puede haber una Paz duradera en Ucrania cuando se otorga tanta ventaja a la potencia agresora, cuando -en los hechos- desde Washington se acepta como un «hecho consumado» la anexión de un 20% de su territorio, y además se deja al país invadido completamente indefenso y a los pies de los caballos de futuras intervenciones militares por parte de Moscú?
Aunque en el corto plazo, es posible que Rusia se tome un tiempo para reforzarse militarmente -los tres años de invasión le han costado cerca de 100.000 bajas, según diferentes fuentes, entre ellas gran parte de sus tropas de élite, y un importantísimo desgaste de medios bélicos- esta concesión de Washington a Moscú dará alas a Putin para proseguir en su proyecto imperialista.
La Rusia imperialista busca recuperar bajo su dominio exclusivo el espacio territorial de las antiguas repúblicas exsoviéticas, desde Bielorrusia al oeste hasta el Pacífico, pasando por blindar su dominio sobre las repúblicas exsoviéticas de Asia Central y el Cáucaso. Ello les permitiría -a través del control de la mitad del Mar Negro- proyectar poder sobre Oriente Medio y el Mediterráneo. Para ello el control de Ucrania -un decisivo «pivote geopolítico»- es una clave de bóveda. Con Ucrania, Rusia es una potencia euroasiática. Sin Ucrania, sólo asiática.
La «paz» que persigue Trump para Ucrania es la «victoria parcial» que desde hace mucho persigue Putin. Y es un billete seguro para futuras agresiones rusas, en Ucrania o en el resto de Eurasia.