En la puerta del Palacio Quemado, sede del gobierno en Bolivia, un tenso cara a cara, tan histórico como revelador de los nuevos tiempos que corren en América Latina
Con firmeza y gravedad, el presidente Luis Arce sostiene la mirada al el jefe golpista, el general Juan José Zúñiga, exigiéndole que se entregue a la Policía Militar y que deponga las armas en cumplimiento del orden constitucional. El dedo del presidente le muestra la salida.
El gorila parece mantenerse firme, negándose a entregarse, pero va bajando la cabeza hasta encontrar el suelo. Tras unos instantes, gira el cuerpo, queriendo irse. Y finalmente se marcha, entre gritos de «golpista».
Hace algunas décadas, esta escena no hubiera podido siquiera producirse. Arce hubiera sido bombardeado en su Palacio de la Moneda, llamando quizá a abrir las futuras alamedas.
Hoy la imagen es distinta. La firmeza del gobierno del Movimiento al Socialismo hace que el general salga con el rabo entre las piernas, para horas más tarde ser detenido por sedición. Ya no es tiempo de gorilas.
Algunos pensarán que este tenso cara a cara fue el punto de inflexión del fallido Golpe de Estado, pero por significativas y emocionantes que sean las imágenes no es así.
Esta asonada ha sido derrotada durante décadas, en Bolivia y en América Latina.
Este golpe de Estado ha sido derrotado porque sus padrinos en Washington, los centros de poder hegemonistas, ya no tienen el poder de hace décadas. Ya no pueden quitar y poner gobiernos con una llamada a la Embajada, a golpe de gorilas militares y torturadores sacados de la Escuela de las Américas. Su declinante poder en América Latina persiste y es temible, y pueden hacer caer ejecutivos con la táctica del golpe blando. Pero ya no es el tiempo de los gorilas. Ya no funcionan los Pinochet ni los Videla.
Este golpe de Estado en Bolivia ha sido derrotado porque la lucha popular boliviana ya derrotó en 2020 -a lo largo de meses de duro enfrentamiento contra la presidenta golpista Jeanine Añez- el perpetrado el año anterior contra Evo Morales. A la primera ocasión que tuvo para retornar a las urnas, los bolivianos reeligieron al Movimiento al Socialismo y a Luis Arce como presidente.
Este golpe de Estado ha sido derrotado a lo largo de las décadas en las que se ha ido forjando un amplio, fuerte y organizado movimiento popular y revolucionario en Bolivia, construyendo el Movimiento al Socialismo, los sindicatos o las organizaciones indígenas que sostienen a un gobierno que defiende la soberanía nacional frente al hegemonismo norteamericano y la oligarquía vendepatrias, que nacionaliza los recursos naturales para redistribuir la riqueza, que lucha por mejorar las condiciones de vida de las clases populares.
Este golpe de Estado ha sido derrotado porque la madre de todos los gorilas golpistas, la superpotencia norteamericana, está en su ocaso imperial, y en esta irreversible decadencia ha sido puesta por la lucha de los países y pueblos del mundo, que le golpea y agobia sin cesar, haciéndole retroceder, privándole de espacios de dominación, control y explotación, acelerando su agonía. Un ocaso generado por una lucha global entre la que los pueblos de América Latina tienen un lugar de honor.
Hace algunas décadas América Latina era el «patio trasero» de Washington. Hoy en el continente hay una mayoría de gobiernos que -en todo o en parte- se resisten a los mandatos de EEUU, luchan por conquistar la independencia o mayores cuotas de soberanía, y por un progreso propio y autóctono, redistribuyendo la riqueza en beneficio de sus clases populares. Una Iberoamérica cada vez más integrada, fuerte e independiente, dispuesta a jugar un papel digno y propio en el nuevo orden multipolar.