Knoxville, Tenesse. Lisa Edwards, una mujer de 60 años, visiblemente enferma, es detenida por la policía y sacada del hospital al que había acudido al sentir fuertes dolores en el abdomen y asegurar tener el tobillo roto. A pesar de su fuerte malestar, el centro (privado) le había dado el alta al no tener seguro médico, y al negarse Edwards, habían llamado a los agentes.
Las cámaras corporales de los policías graban la terrible escena. “Voy a tener un derrame cerebral”, “no puedo respirar”, «me van a dejar morir», se queja la anciana. «Usted está actuando», se ríe un oficial, y la mete en el furgón. «Por favor, no me hagáis esto, no quiero ir a la cárcel», les suplica Edwards, mientras se cae varias veces al no poder apoyarse en pié. «Vaya peso muerto», se burla otro agente.
Las imágenes grabadas por las cámaras captan también cómo Edwards les pide su inhalador y cómo los agentes le dicen que no lo tienen. Es más, uno de ellos busca en su bolso y le suelta: «¿Quieres un cigarrillo?».
La anciana se desmaya poco después en la parte de atrás del furgón. Vuelve a ser trasladada al hospital, pero fallece al día siguiente.
Lisa Edwards no murió. Lisa Edwards fue asesinada.
Al margen del incalificable trato de los policías, la anciana fue expulsada del hospital por no tener seguro médico. Fue tratada como «mercancía caducada», como «fuerza de trabajo obsoleta», como un «gasto prescindible».
Todos los días, miles y miles de Lisas Edwards son expulsados del acceso a la sanidad en EEUU. Por ser pobres. O se arruinan con facturas de miles de dólares sólo por pedir una ambulancia o ser tratados de urgencia.
Esta es la naturaleza criminal de un sistema al servicio del máximo beneficio de los gigantes de la sanidad privada norteamericana, integrantes de la plutocracia financiera de Wall Street.
Un modelo privado -donde la vida y la salud se reducen al gélido y obsceno cálculo de costes y beneficios- que es el que los grandes capitales norteamericanos buscan implantar, paso a paso y poco a poco, en Europa y en España, degradando y desmantelando la sanidad pública como condición sine qua non para sus inconfesables proyectos.