En el ascenso de un mundo multipolar donde las potencia occidentales, con EEUU y la Vieja Europa a la cabeza, ven mermados su poder e influencia, cada vez más países africanos se están sacudiendo los viejos yugos imperialistas, están estableciendo intensos vínculos -económicos, comerciales, políticos, y diplomáticos- con los BRICS y otras naciones del Tercer Mundo, nuevas relaciones bilaterales comparativamente más beneficiosas para ellos que el draconiano y depredador trato que siempre les ha deparado Occidente.
Dos recientes vídeos se ha hecho virales. En el primero, Hage Geingob, presidente de Namibia -un extenso país del África suroccidental, enclavado entre Sudáfrica, Botsuana y Angola- se reúne con el embajador de Alemania, Herbert Beck. En un momento del encuentro, el europeo se queja de la «excesiva presencia de chinos» en Namibia, alegando que «son cuatro veces más que, por ejemplo, los alemanes» que acuden a este país. «Señor. ¿qué problema tiene usted con eso? ¿Por qué ahora eso supone un problema?», interrumpe -correcto pero firme- el presidente namibiano al diplomático.
«Europa lo considera un ‘problema’, pero no lo es para nosotros. Los chinos no vienen aquí a jugar, que es lo que hacen los alemanes, por cierto. Los alemanes pueden venir aquí como quieran, sin visado, les hemos puesto alfombra roja. Pero muchos de nuestros ciudadanos sufren acoso racista en Alemania, incluso nuestros funcionarios con pasaporte diplomático», espeta Geingob al circunspecto embajador. «¿Y me habla de los chinos? ¿Por qué no hablamos de Alemania y de cómo nos tratan allí? Desde luego los chinos no nos tratan de esa manera».
En el segundo corte, se puede ver al flamante presidente francés, Emmanuelle Macron -de gira por varios países africanos- dando una rueda de prensa junto a Félix Tshisekedi, su homólogo de la República Democrática de Congo, la nación más grande del centro del continente. “Debéis respetar a África. Tenéis que dejar de tratarnos y hablarnos con tono paternalista, como si siempre tuviseis razón y nosotros no”, le dice -ante las cámaras- el congoleño al visiblemente incómodo galo, que intenta excusar «lo que dice la prensa francesa». «Señor Presidente Macron, no me refería a ningún periodista, sino a las declaraciones de su propio Ministro de Exteriores, Le Drian», le corta Tshisekedi ante una sala que comienza a aplaudir.
No son casos aislados. Estos dos episodios -grabados ante las cámaras- son altamente significativos. La UE -y particularmente sus dos cabezas dominantes, Alemania y sobre todo Francia- están perdiendo poder e influencia en un continente donde tradicionalmente las potencias europeas, junto a EEUU, han sido actores internos decisivos para quitar y poner gobiernos, o para llevarse a precio de saldo las ingentes riquezas naturales.
El pasado mes de noviembre, rodeado de estudiantes que coreaban consignas contra el neocolonialismo, el embajador de Francia en Níger tuvo que salir apresuradamente de una conferencia en la principal Universidad del país. En enero, Mali ordenaba la expulsión del embajador galo de su territorio. Poco después, Burkina Faso seguía sus pasos y anunciaba a París el plazo de 30 días para retirar todas sus tropas (unos 400 soldados) del país.
A mediados de febrero, Argelia también retiraba a su embajador en Francia, acusando al Elíseo de intromisión en asuntos internos argelinos, y afirmando que bajo ningún concepto Argel permitirá la «violación de su soberanía nacional».
Y por último, pero no menos importante, en la última Cumbre de la Unión Africana del 6 de febrero, se expulsaba a la delegación de Israel -que asistía como «miembro observador» con gritos de solidaridad con Palestina.
Al calor de un nuevo orden multipolar, África se pone de pie, se fortalece… y se sacude las viejas cadenas. Los pueblos africanos quieren prosperidad y libertad, y sus naciones, soberanía e independencia. Y no hay fuerza sobre la tierra capaz de contener eso.