La jornada de ayer consistió en un aluvión contradictorio y dramático de noticias en las que, por la mañana, Tsipras había humillado la testuz y aceptado con reservas las exigencias de la Troika, mientras que por la tarde decidía mantener el referéndum y la campaña a favor del no.
Lo que se dice un día patagónico, de ésos en los que por la mañana llueve, luego hace sol, por la tarde nieva y al caer la noche graniza. Desde que Syriza llegó al poder, las informaciones sobre Grecia se imparten con musiquilla de tiovivo, como dando a entender que el suyo es un gobierno poco serio. Sin embargo, el tono bufo viene de unos años atrás, más o menos desde que Mario Draghi, actual presidente del Banco Central Europeo, colaboró para que la banca griega ocultara el escándalo de su déficit.
En Bruselas se negocia a cara de perro, igual que en esas partidas clandestinas de póquer donde dejan salir a uno de los jugadores a la calle en plena noche, a ver si encuentra un fiador que le preste un puñado de euros con los que igualar las apuestas. Sin embargo, el montón de billetes sobre la mesa es tan enorme y las expectativas de ganar tan bajas que a los gángsters les da un poco igual. Ya no saben si quieren ver a Tsipras salir de la partida desnudo en un tonel, como en las viñetas, o de rodillas suplicando otro plazo, o con los pies por delante. Se la suda muy mucho la desesperación de los griegos haciendo cola en los cajeros, rebuscando en las basuras, pidiendo limosna en las esquinas. A esto ha quedado reducida la Unión Europea y sus rimbombantes principios de igualdad, libertad y fraternidad: a una timba de banqueros.
En realidad ya sabíamos que la Unión Europea no valía para otra cosa que no fuese jugar al monopoly. El Himno a la Alegría de Beethoven le viene demasiado grande y sonó a pachanga durante las masacres de los Balcanes. El cambio de moneda -el dinero del monopoly- consistió en un tocomocho continental, un redondeo brutal donde subió todo excepto sueldos y pensiones. No se puede construir un futuro común donde sólo hay rencillas inmemoriales, imperios en ruinas, agravios históricos y heridas sin cerrar. Tsipras se equivoca al decir que el referéndum significa volver a los valores europeos. No hay tales valores, nunca los hubo fuera del papel. El auténtico legado de Europa es una resaca de sangre, un parchís truculento donde ayer mismo los alemanes intentaron dos veces imponer su ley a cañonazos y al final lo van a conseguir a base de préstamos. Por algo los británicos, pragmáticos como ellos solos, dejaron un pie fuera de la balsa europea.
Para los negociadores, el problema no es que Tsipras haya cambiado de estrategia en medio del juego: es que ha cambiado de juego en mitad de la estrategia. Empezó jugando al póquer, después se pasó al ajedrez, cuando le falló la apertura sacó unas fichas de dominó, antes de que lo ahogaran tiró un cubilete de dados y al final ha pedido el comodín del público. A la célebre frase “Es la economía, estúpido”, él ha respondido con “Es la política, capullo”. Por si quedara alguna duda, la crisis griega ha revelado al mundo la obscena verdad: no era la Unión Europea sino el IV Reich.