Hace tres días, el presidente del país más poderoso del mundo daba positivo en coronavirus, una enfermedad que se ha empeñado en minusvalorar, la campaña electoral se llenaba de dudas y el mundo permanecía espectante. Y 72 horas después -tras darse a sí mismo el alta en el hospital militar donde es el comandante en jefe- Donad Trump ha regresado a la Casa Blanca, se ha quitado la mascarilla y ha escrito en Twitter: “No tengan miedo a la covid. No dejen que domine su vida”. Hay que reconocer que en la salud y en la enfermedad, Trump es fiel a sí mismo.
El verdadero estado de salud del presidente norteamericano es un secreto de Estado. Fue ingresado en el Hospital Militar Walter Reed el viernes 2 de octubre y se sabe que tuvo fiebre alta, pero no la temperatura. Necesitó oxígeno complementario. Los médicos le administraron dexametasona, un esteroide para casos graves. Ha recibido hasta tres potentes tratamientos de antivirales experimentales. Pero ¿es negativo, ha eliminado el virus de su cuerpo en solo tres días? ¿es contagioso? ¿cómo responderá su cuerpo a tratamientos tan agresivos?. No se sabe, pero cualquiera que sepa algo de medicina no podría dar respuestas tranquilizadoras.
Trump ha regresado a la Casa Blanca, contagiado, rompiendo todo tipo de protocolo de seguridad sobre el coronavirus. Ya lo hizo antes de abandonar el hospital, dando un paseo en su coche blindado frente a los seguidores que le aclamaban en la puerta del Walter Reed, un baño de masas que ha puesto en riesgo al personal de seguridad que le acompañaba.
También en su breve confinamiento hospitalario ha tenido tiempo para quitar importancia al virus. “He aprendido mucho del covid. Esta es la verdadera escuela, y lo capto, lo entiendo, es una cosa muy interesante y les contaré sobre ello”, dijo.
Una «experiencia muy interesante», ha dicho de una enfermedad que se ha llevado la vida de más de 215.000 estadounidenses -casi cuatro veces más que en la guerra de Vietnam-, que acumula 7,6 millones de contagios (2,5 millones activos) y que sigue propagándose sin control en muchos Estados. Y en un país en el que hay 29 millones de personas sin seguro médico.
La lista de declaraciones despreciativas hacia la Covid, cuando no rayanas en el negacionismo, es larga, muy larga. Empezaron en febrero, cuando dijo que “El coronavirus está muy controlado en EEUU. ¡La Bolsa comienza a estar muy bien! (…) Un día, como si fuera un milagro, desaparecerá”. Semanas más tarde, ya en marzo decía: “Se perderá más gente si ponemos al país en una recesión masiva. Total, cada año mueren de la gripe 37.000 personas y este año vamos a tener 50.000”.
En mayo, cuando las cifras de incidencia de la Covid en EEUU ya estaban desbocadas, el presidente cambió de táctica, pasando a tildar de «virus chino» al SARS-CoV-2, y a asegurar que disponía de evidencias que demuestran que el nuevo brote de coronavirus fue creado en un laboratorio de Wuhan. “Puedo llamarlo Kung Flu” (juego de palabras entre Kung-Fú y Flu, gripe en inglés), dijo en un mitin.
Pero no han sido solo palabras, sino hechos. Trump ha atacado con dureza a los alcaldes y gobernadores que abogaban por tomar medidas más restrictivas. No solo se ha negado a llevar mascarilla, sino que las ha ridiculizado y ha organizado actos multitudinarios con sus seguidores sin guardar las normas de seguridad.
No es ignorancia, ni negligencia, ni desvaríos. Trump decía una cosa en público y otra muy diferente en privado. En un libro, el periodista Bob Woodward revela que el presidente conocía la gravedad de la situación desde finales de enero. “Esto se transmite respirando el aire. También es más mortal que incluso la gripe más ardua (…). Esto es más mortal, esto es una cosa mortal”, confesaba al reportero el 7 de febrero.
Trump y la clase dominante norteamericana han tomado una decisión de clase consciente y deliberada respecto a la Covid-19. La que definía Paul Krugman como “morir para salvar el Dow Jones”.