“Mejor de lo esperado”. Los grandes medios dedican positivos titulares a la valoración de la cumbre del G7 en Biarritz, y elogiosas palabras a su anfitrión, que supo manejar la coreografía diplomática. En el cónclave, donde se han tratado puntos controvertidos entre EEUU y sus principales aliados, un contenido Donald Trump ha sorprendido por no hacer lo del año pasado en Canadá: irse dando un portazo. En cambio, la cumbre ha alcanzado algunos consensos -aunque coyunturales y difusos- en importantes temas geopolíticos, tales como el comercio global, Irán… ¿Cuál es el balance?
La noticia no solo es que esta cumbre del G7 no haya sido un nuevo fracaso, como muchos esperaban. Ha supuesto una (momentánea) distensión en varios focos de inestabilidad mundial, tales como la guerra comercial entre EEUU y China, o la ofensiva sobre Irán. Hasta el punto que se ha comenzado a hablar de una posible cumbre entre Donald Trump y el presidente iraní, Hasan Rohaní, aunque muchas fichas deben moverse en el tablero aún para eso.
El G7 convoca a los mandatarios de Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, el Reino Unido, Italia y Canadá. El anfitrión es rotatorio y este año le tocaba al presidente francés, Emmanuel Macron, organizar el encuentro. El escenario ha sido Biarritz, en el país vasco francés. A algunas sesiones acudieron los líderes de Sudáfrica, Burkina Faso, Egipto, Ruanda, Senegal, India, Chile y Australia, (y el presidente español, Pedro Sánchez, como cooperante en la seguridad de la reunión), en lo que se aproximaba más a un G20 que a un G7.
Cuando se fundó en 1975, el G7 representaba a las naciones occidentales más industrializadas del mundo, que de conjunto sumaban el 70% del PIB global. Hoy no llegan al 50%. El G7 es en realidad el cónclave donde EEUU se encuentra con las potencias imperialistas aliadas, las naciones del Segundo Mundo que forman parte, a un nivel u otro y con mejores o peores relaciones, de su órbita de dominio hegemonista.
Las anteriores reuniones del G7 -sobre todo en los gobiernos de Obama o de Bill Clinton- acabaron con acuerdos, fruto de una línea de «hegemonía consensuada», donde la superpotencia, a modo de ‘primus inter pares’ establecía la línea general y el marco de los acuerdos, pero reconocía en cierto grado los intereses de otras burguesías monopolistas.
Todo eso ha saltado por los aires con un Donald Trump que con la consigna «América First», se muestra poco o nada dispuesto a consensuar sus objetivos, imponiendo una recategorización de los “vasallos” en base a su supeditación a los intereses y mandatos norteamericanos.
El año pasado, en la cumbre del G7 en Canadá, Trump abandonó de forma prematura y abrupta la reunión, que se había desarrollado de forma notablemente tensa. La razón oficial fue que el presidente norteamericano debía volar a Singapur para preparar su reunión con el líder norcoreano que se produciría días después, pero todos captaron el mensaje. Un ministro francés dijo entonces que «el G-7 empezaba a ser más bien un G-6+1».
Este año en Biarritz, Macron ha preparado minuciosamente la cumbre para que no se escenifique un nuevo descarrilamiento que evidencie la cada vez menor utilidad que para la administración Trump tiene el cuestionado G7. Antes del comienzo del cónclave, Macron invitó a un almuerzo de dos horas a Trump, donde fue suavizando el terreno y presentándole puntos de unidad y divergencia.
Y lo cierto es que la táctica del Elíseo parece haber funcionado. A pesar de los numerosos puntos de fricción, Trump ha exhibido en esta ocasión su talante más contenido y dialogante: ninguna declaración altisonante, ningún gesto degradatorio, ningún tuit incendiario.
Otros factores han hecho de este G7 uno muy diferente al del año pasado. Italia ha roto su acuerdo de gobierno con la ultraderechista Liga y parece encaminarse a un ejecutivo mucho más moderado. El canadiense Trudeau ha perdido empuje, lo mismo que una Merkel en decadencia. Japón ha mantenido un perfil bajo. Reino Unido estrena a un Boris Johnson que afronta la fase final del Brexit, y que a pesar de tener una gran sintonía con Trump, se alineó con sus (todavía) socios europeos en la mayoría de cuestiones.
Aunque al principio la cumbre eludió una declaración final, considerada casi imposible al existir tantas diferencias, finalmente se ha conseguido consensuar una -redactada por el mismo Macron- lo suficientemente general y ambigua para que todos puedan suscribirla. Recoge declaraciones de intenciones sobre Comercio Global, Irán, Ucrania, Libia o Hong Kong.