Las relaciones entre Washington y Ankara llevan tensas desde hace muchos años, pero los últimos acontecimientos las han llevado a un momento especialmente crítico. En un momento delicado para la divisa turca, Donald Trump ha lanzado un contundente ataque contra la economía del país al anunciar una fuerte subida de los aranceles para el aluminio y el acero turcos. Una maniobra norteamericana calificada de «misil económico» por Erdogan, que ha contestado devolviendo el golpe y advirtiendo que Turquía podría “cambiar de amigos y socios” si Trump sigue por ese camino.
Los problemas de la lira venían de largo. A pesar de que la economía turca registró un crecimiento del 7,4% el año pasado, la elevada inflación (11% en 2017) y la fuga masiva de capital extranjero, han socavado la estabilidad de un país que en los últimos 20 años ha escalado puestos hasta convertirse en un polo económico regional (su PIB casi se quintuplicó en 12 años).
La lira turca había perdido un 35% de su valor frente al dólar en lo que va de año, pero justo en el momento en que el desplome se hacía crítico -con caídas de más del 20%- Donald Trump se lanzaba al ataque anunciando una severa subida de aranceles.
Al contrario que con la guerra comercial dirigida contra China o la UE, en esta ocasión Washington no puede esgrimir como casus belli ninguna balanza comercial. El año pasado fue favorable para EEUU en 3.300 millones de dólares. El ataque tiene una lectura claramente geopolítica.
La respuesta del Gobierno de Erdogan no se ha hecho esperar, denunciando la guerra económica contra Turquía, decretando subidas de hasta un 140% a mercancías USA por valor de 470 millones de dólares y llamando a la población a movilizarse, pidiéndoles “cambiar los dólares y el oro que tengan bajo el colchón en una batalla nacional por la lira” para frenar el desplome desbocado de la divisa.«Las contradicciones entre EEUU y una Turquía de Erdogan cada vez más activa y autónoma son de largo calado. La tendencia es a que se agudicen cada vez más»
Pero la respuesta de Erdogan no se ha quedado ahí. En un artículo enviado al New York Times, el mandatario otomano pone en entredicho la relación de Turquía con EEUU y la OTAN. “Nuestros países se mantuvieron hombro con hombro contra los desafíos comunes durante la Guerra Fría y después de ella», dice Erdogan, pero «si el Gobierno estadounidense no respeta la soberanía de Turquía, nuestra colaboración podría correr peligro». Si Washington sigue comportándose de “forma irrespetuosa», entonces Turquía «buscará nuevos amigos y socios», escribe Erdogan, refiriéndose sin nombrarlos a Rusia, Irán… y China, países con quienes el Gobierno turco mantiene unas relaciones cada vez más fructíferas.
Un sultán que se aleja de la órbita.
El motivo «oficial» de la administración Trump para lanzar esta ofensiva económica contra Turquía es la liberación del pastor protestante norteamericano Andrew Brunson, detenido por el Gobierno Erdogan por su supuesta vinculación con la guerrilla kurda. Erdogan exige su intercambio por el imán Fetulá Gülen, afincado en EEUU y considerado el muñidor del fallido golpe de Estado de 2016. Pero este motivo es apenas la punta del iceberg de un profundo trasfondo geopolítico.
Turquía no es un país cualquiera. Es un pivote geopolítico, una nación que por su situación geográfica, alianzas, movimientos y cambios internos, puede afectar a regiones claves (Oriente Medio) o a jugadores activos (Rusia, y en menor medida a Irán). “Turquía estabiliza la región del Mar Negro, el acceso ruso al Mediterráneo, equilibra a Rusia en el Cáucaso, sigue ofreciendo aún un antídoto contra el fundamentalismo musulmán y es el pilar sur de la OTAN”, dice Brzezinski, uno de los más importantes estrategas norteamericanos. EEUU mantiene varias bases de gran valor estratégico en Turquía, especialmente la de Incirlik, profusamente utilizada por el Pentágono en sus operaciones en Siria, y que es sede de una parte fundamental del sistema de defensa de misiles contra Irán.
Desde que accedió al timón de Turquía, Recep Tayip Erdogan se ha caracterizado por una línea que -sin cuestionar en principio la pertenencia a la OTAN- se ha orientado en hacer avanzar a Turquía por un proyecto autónomo que ha chocado frecuentemente con los intereses y planes norteamericanos. Aunque su mandato se ha arropado de rasgos fuertemente autoritarios, la prosperidad económica que ha conseguido la Turquía de Erdogan le ha permitido dotarse de una sólida base de masas (un 52% de los votos en las recientes elecciones) y un importante respaldo de los sectores más dinámicos de la oligarquía financiera otomana.
En los últimos años, según Turquía se iba alejando de la órbita norteamericana -y establecía relaciones «prohibidas» con Moscú, Teherán o Pekín- las contradicciones con Washington se han ido agudizando. Las fricciones dieron un salto cualitativo tras el intento de Golpe de Estado de julio de 2016, de factura inequívocamente norteamericana, y en cuya sala de máquinas se encontraba el clérigo Gülen, protegido por la administración Obama.
En los primeros meses de su mandato, Trump se esforzó en restablecer las buenas relaciones con Erdogan: apoyó al mandatario turco en su victoria en el referéndum de reforma constitucional que multiplicaba su poder, y lo recibió en la Casa Blanca, queriendo simbolizar el cambio de tono respecto a Obama y la voluntad de volver a acercar a Turquía a la órbita de la EEUU… y a un eventual «frente mundial antichino».
Pero las profundas contradicciones de fondo no permitieron continuar este idilio. La participación de EEUU en la guerra de Siria apoyándose en las milicias kurdas enojó profundamente a Ankara, y el acercamiento de Erdogan al Kremlin -a quien llegó a comprar un sofisticado programa armamentístico incompatible con los sistemas de la OTAN- y las buenas relaciones con Irán irritaron enormemente a los halcones de Washington.
El pasado octubre Washington suspendió durante casi tres meses la concesión de visados en Turquía tras de la detención de un empleado de su consulado en Estambul acusado de espionaje. Ankara respondió con las mismas medidas.
Más allá de la resolución de este conflicto económico, las contradicciones de EEUU con Turquía son de largo calado. No parece que la tendencia es a que se aminoren… sino más bien todo lo contrario.