El sorprendente anuncio del presidente filipino Duterte de alejarse de EEUU y acercarse a Pekín amenaza con provocar, en contra de lo que se podría prever, un aumento de la tensión en la región de Asia-Pacífico.
Rodrigo Duterte anunciaba al término de su visita a China a mediados de octubre que su país estaba dispuesto a abandonar su longeva y estrecha relación con Estados Unidos, al no considerarlo ya su aliado prioritario.
La decisión es especialmente relevante en tanto que afecta directamente a uno de los puntos potencialmente más explosivos en el mundo como es la región de Asia-Pacífico, y en particular al Mar Meridional de China.
Una zona que durante décadas se ha mantenido en un precario equilibrio geopolítico, pero que ahora ha pasado a una situación de confrontación, cada vez más abierta, entre China y sus vecinos. Con el telón de fondo de la política de “reequilibrio” en Asia, diseñada por el Pentágono con el objetivo de tratar de contener el ascenso de China al rango de gran potencia mundial.
A este fin, además reorientar sus fuerzas militares globales hacia la región, concentrando en ella el grueso de su fuerza militar, Washington está azuzando las rivalidades y disputas territoriales con los países vecinos buscando que Pekín se enrede en conflictos locales que traben, dificulten o retrasen su imparable emergencia de los últimos 15 años.
O espadas o bastos
Gane quien gane las inminentes elecciones presidenciales USA –algo que cuando salga a la calle la revista se supone que ya debemos saber, si no ocurren incidencias del tipo de las “papeletas mariposas” de Florida en el año 2000–, una cosa está clara y es uno de los puntos claves en que coinciden los dos candidatos. El aumento de la presión, el cerco y la contención de China va a ir a más, la agresividad se va a multiplicar y la concentración del 60% de sus fuerzas armadas avanzará a un ritmo mayor, Washington presionará con insistencia renovada a sus aliados para que aumenten sus capacidades militares y buscará azuzar todavía más las disputas territoriales con Pekín de los países vecinos que controla, concentradas de forma especial en el Mar Meridional de China
Nada más finalizar la visita de Duterte a Pekín, el Pentágono enviaba al destructor Decatur a patrullar sin autorización en el territorio marítimo chino en torno a las islas Xisha, violando gravemente la soberanía territorial e intereses de seguridad, así como la ley china y la legislación internacional.
De pivote a catalizador de inestabilidad
Desde el fin de la IIª Guerra Mundial, el océano Pacífico ha sido, básicamente, una especie de “lago norteamericano”, por recuperar el concepto (“Spanish Lake”) que utilizaron los ingleses para definir la hegemonía marítima española en dicho océano durante los siglos XVI y XVII.
Con sus bases en los territorios estadounidenses de Hawai y la isla de Guam, a los que había que sumar un sinfín de grandes y pequeñas bases militares repartidas por Japón, Filipinas, Corea del Sur, Singapur o Australia. Y con tratados de seguridad militar (Indonesia, Thailandia o Malasia entre otros), la hegemonía militar yanqui en la región ha sido completa durante décadas.
Sin embargo,el fin de la Guerra Fría, que dejó convertida a EEUU en la única superpotencia hegemonista, trajo consigo consecuencias no deseadas.
En primer lugar la incontenible emergencia de China, que de ser un país atrasado económicamente y semiaislado internacionalmente, ha pasado a convertirse en la segunda potencia económica del mundo y desplegar una vasta red de alianzas políticas, económicas y militares por todo el globo, y en particular en Asia.
En segundo lugar, la tendencia de distintos países de la zona a recuperar parte de su perdida independencia o autonomía política de Washington. Como mostraron el cierre de las bases de Subic Bay y Clark, situadas en Filipinas frente a las costas chinas o el fuerte crecimiento de las tendencias en Seúl a la reunificación con Corea del Norte o en Japón y Taiwan a la reconciliación con China.
En tercer lugar, las opciones tomadas por la clase dominante yanqui en las dos últimas décadas para tratar de revertir (o al menos contener) su declive, han dado el resultado exactamente opuesto.
EEUU sigue siendo la potencia hegemónica, sí, pero su poder global disminuye de forma constante. Mientras crece el poderío, en todos los terrenos, de los rivales capaces, a la vuelta de unas pocas décadas, deponer en cuestión y desmoronar su hegemonía.
De todos estos factores, sin duda el primero, la emergencia de China, es el principal. Dotado de una creciente fortaleza económica y de una independencia política y militar incontrolable por Washington, Pekín ha empezado a expandir su influencia y crear las condiciones para asegurar sus intereses estratégicos más vitales.
Y el primero de ellos rodearse de un círculo seguro que le permita desarrollar el macro-proyecto de la Nueva Ruta de la Seda cuyo desarrollo, previsiblemente, va a marcar la primera mitad del siglo XXI. Proyecto que contempla dos ramales. La ruta terrestre con dos vías que enlazarían directamente a China con Europa occidental a través de las repúblicas centroasiáticas y Rusia y con Europa oriental a través de Pakistán, Irán y Turquía. Una ruta que tras el fracaso y estancamiento de EEUU en Afganistán y la alianza Pekín-Moscú que ha excluido de Asia Central a los norteamericanos parece prácticamente asegurada.
El otro ramal, el de la vía marítima, que uniría China con el puerto griego de El Pireo (del que las empresas chinas ya son sus principales propietarios) a través de Malasia, India, el Mar Rojo y Turquía, es donde está concentrando sus esfuerzos EEUU para tratar de evitar su éxito. Y es para ello que le resulta imprescindible mantener a toda costa la hegemonía marítima en Asia-Pacífico.
Toda cara tiene su cruz
Esta es la razón de fondo de que Washington se haya dedicado a jugar un papel agresivo y a agitar un entorno de turbulencias en el marco de las disputas territoriales del Mar Meridional de China, siendo en la actualidad el principal “catalizador de inestabilidad” en la región. Reforzando su presencia militar, instando a la ampliación y renovación armamentística de sus aliados más seguros en la zona, azuzando a los países vecinos a intensificar sus disputas y reclamaciones a China.
Pero esta estrategia norteamericana para mantener su supremacía tiene también su envés. Y no va a hacer sino incrementar la necesidad y la voluntad de China para fortalecer su defensa nacional y la determinación por defender sus propios intereses.
A medida que EEUU intensifica sus acciones agresivas, China aumenta las patrullas aéreas y marítimas militares necesarias y fortalece el desarrollo de sus capacidades de defensa. En cuestiones que afectan a su soberanía y seguridad nacional, a la paz y la estabilidad del Mar Meridional, China no va a permitir que Estados Unidos actúe desenfrenadamente. Y este es un factor de inestabilidad, tensión y conflicto que, triunfe Trump o Clinton, todo apunta a que va a ir a más en los próximos meses y años.
Anónimo dice:
Excelente información y/o análisis interesante que demuestra la caída de EE.UU como única fuerza militar que ha estado imponiendo sus razones (de negocios) por todo el planeta asesinando y desvalijando a todo aquel que alzara la voz para defender su soberanía. Genocidas sin fronteras, impunidad por sus fechorías que alguna vez tendrán que pagar.