Wajdi Mouawad es un autor de origen libanés, crecido en Canadá, que ha desarrollado su última etapa como creador en Francia y se ha convertido en una figura central de la escena europea. ‘Todos pájaros’ es una extraordinaria historia de amor que transcurre entre una musulmana y un judío, rodeados de dolor, enfrentamiento y atentados.
Mario Gas dirige a Aleix Peña, Candela Serrat, Manuel de Blas, Pere Ponce, Anabel Moreno y Lucía Barrado dentro de un elenco de diez artistas, con Vicky Peña sustituyendo a Nuria Espert, que tuvo que abandonar los ensayos.
Una obra que habla de la identidad, y que transforma al espectador porque lo transforma todo. Nada acaba como empezó. Un reto escénico de tres horas, con un montaje minimalista que se combina con la imagen proyectada.
Un despliegue coral que vale la pena disfrutar con serenidad para descubrir un proceso complejo que aborda la identidad como eje central. Fantástica.
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Es una obra desgarradora que está permanentemente en transformación, ¿cómo se gestiona un proceso donde hay que sostener tal intensidad en la interpretación?
Pues dejándose llevar por el texto. En las buenas obras de teatro, todo está en el texto y hay que dejarse transcurrir por ellas. En mi opinión, Wajdi Mouawad nos propone un mosaico difuso de problemáticas, de situaciones personales, encastadas en un telón de fondo de conflicto social. Pero lo que presenta son personas con unas problemáticas personales muy diversas que, a lo largo de la función, va estrujando, va conjugando, hasta que ese mosaico se compone de una forma coherente y visible a ojos y oídos del espectador.
Los personajes van teniendo apariciones y desapariciones emocionales, personales, sociales, que él maneja con gran maestría. Es en esta especie de papilla convulsa en la que él sitúa a los personajes, donde nosotros los intérpretes, bajo la dirección de Mario y siguiendo el hilo narrativo de la función, nos apoyamos y nos dejamos ir para ir dando esta visión poliédrica que él propone de estos conflictos. Todo para que llegue al espectador de un modo muy percutante.
‘Son personajes de una sola faceta que se vuelven estructurales’
Tu personaje pasa de ser una madre israelí, judía, de una enorme frialdad, sarcasmo, y aparentemente lateral, a ser un eje vertebrador de la historia. Es como el ‘macguffin’ de Hitchcock, algo aparentemente sin importancia que te sorprende como un pilar central de la historia.
Sí, efectivamente, es así. Los personajes jóvenes al principio tienen una realidad muy patente y muy palpable, y los personajes mayores, el abuelo y la abuela, que al principio están vistos únicamente en una faceta, a lo largo de la función se van descubriendo y se convierten en estructurales.
Mi personaje, esta mujer judía que vive en Jerusalén, de repente se ve asaltada por su pasado, que le hiere pero del que intenta mantenerse al margen, Se encuentra a su nieto que le reclama una serie de cosas que vuelven a su memoria, a su realidad cotidiana. Es una historia que ella vivió y de la que se ha mantenido ajena por el dolor y por la necesidad de no confrontar determinadas cosas, en contradicción con la postura que tenía su marido.
Es un personaje muy bonito de conjugar porque afloran esos otros aspectos de la historia, de su personalidad, de su dolor, de lo que ha tenido que hacer, a lo que ha tenido que renunciar, y se convierte a ojos del espectador en esta otra persona llena de ternura, de amor y de dolor.
El punto de partida es un judío y una musulmana que se enamoran, pero no para de dar vuelcos. ¿Crees que una historia como la de Israel y Palestina necesita desgarrarse para poder mover las cosas?
Mouawad intenta hacerlo y creo que lo consigue, en parte debido a eso que tú comentabas de los macguffins. Aparte del drama enorme, del telón de fondo del conflicto judío-palestino, tiene unas hechuras de obra de suspense, porque va desvelando aspectos de la realidad con una cierta pauta, casi de novela negra, de cosas de las que el espectador va enterándose para poder componer este rompecabezas.
‘Mouawad rodea la historia para poder llegar al eje central’
Es un planteamiento que no va directamente, de un modo preconcebido o de un modo directo, al corazón del conflicto. Lo que hace es darle vueltas, rodearlo para ir centrando realmente el eje de lo que él cree que es el conflicto de esto. Es una cuestión de dramaturgia, es una cuestión de su modo de escribir.
La realidad la conocemos todos, por desgracia es la que es, pero los puntos de vista que él sostiene, aparte de un personaje del pasado, una aparición, el resto de personajes son todos judíos y únicamente hay un personaje palestino. Las distintas maneras de afrontar la manera de ser judío, la manera de participar en la vida, la manera de participar en el conflicto humano, personal y social, son muy diversas. Juega a muchas cartas y creo que finalmente consigue centrar el tema a partir de sensaciones o de emociones, de sensaciones personales. Consigue poner el dedo en la llaga de la realidad, en la cruda realidad.
La historia empieza con un truco para ‘ligar’ en el que se usa algo aparentemente casual pero con un elemento mágico. Pero parece que le da naturaleza a la historia que se teje con casualidades mágicas que permiten desentrañar lo que pasa.
Ten en cuenta que el joven judío es científico y todo está también planteado de un modo cuántico. Nos habla del Big Bang, de seres que están aquí y que están allí al mismo tiempo, como el gato de Schrödinger. Una especie de dualidad que nos mantiene a todos en realidades paralelas. O sea que sí que hay aspectos mágicos o de azar, pero él los conjuga también con esta otra posibilidad de qué es verdad y qué no es verdad, o si pueden coexistir dos verdades.
Hay muchas dualidades en esta obra. Hay mucha cara y cruz que se juega al mismo tiempo. Y, de hecho, todos los personajes acaban como un calcetín vuelto del revés, en un extremo distinto del que habían empezado con convicción y con gran seguridad. Todos son parte de esos pájaros cuánticos que están aquí y allí al mismo tiempo. Aunque, aparentemente, estén en un solo lado.
Es una virtud de la obra, que mantiene al espectador continuamente entre el aquí y el allí, entre lo que puede ser y lo que es. Y, finalmente, lo que podría ser.
‘Conjuga una realidad cuántica en la que coexisten dos verdades’
Y todo en torno a la identidad, utilizando las distintas maneras de ser judío, de sentirse judío, pero también distintas maneras, en realidad, de ser musulmán o de sentirse musulmán.
Sí, sí. Él plantea, en boca de uno de los personajes, que la identidad de grupo es el campo de batalla. Es, realmente, uno de los terrenos sobre el que, aparentemente, asentados con firmeza, podemos patinar más.
Porque el grupo, a veces, no responde a lo que son nuestras inquietudes verdaderas, nuestra naturaleza, incluso, en el caso de uno de los personajes que se cree muy firmemente anclado en una identidad de grupo y que, finalmente, no es de ahí, no pertenece a eso. En casi todos los personajes pasa esto.
¿No crees que es un atrevimiento lanzarse con un proyecto tan coral y con una obra, en fin, por la extensión, por el tiempo, tan ambiciosa?
Sí, probablemente desde el punto de vista de la producción, por así decir, es complejo y es arriesgado. Somos diez actores y actrices. Hoy en día es, bueno, difícil o no habitual, pero tendría que serlo, a mi modo de ver. Sobre todo en los teatros públicos sería recomendable que se hicieran obras con mucha gente.
La productora, Pilar Izaguirre de Ysarca, se ha lanzado con valentía, porque le gusta la obra, cree en ella y le parece que vale la pena. Es la segunda vez que yo sepa que monta un espectáculo de Mouawad. Hace unos años montó ‘Incendios’, que también era una obra muy compleja.
La duración también es complicada, son tres horas, pero bueno, es que Mouawad es abundante y su punto de vista es muy rico, muy prolífico, y necesita este tipo de trama para desarrollar su planteamiento. Necesita todos estos personajes para dar puntos de vista diversos. Y sí, tanto desde el punto de vista de la autoría como de la producción y también de la dirección, es de una gran complejidad y hay que tener valor para echarlo adelante.
‘Mario Gas siempre plantea sus montajes desde la desnudez’
¿Por qué un escenario tan minimalista?
Mario Gas siempre plantea sus montajes desde la desnudez, desde el menos es más. Un espacio neutro o ambiguo que dé cabida a distintas sensaciones de lugar y de espacio que en esta obra hace falta porque está continuamente cambiando de tiempo, cambiando de lugar. Tiene una narrativa muy poliédrica y se van solapando épocas y espacios.
La primera escena empieza en esa biblioteca y súbitamente pasa, tras una evocación, a un hospital, ¿cómo trasladar al espectador? Mario siempre gusta de disponer de un espacio neutro en el que puedan acogerse los distintos ambientes por los que va transcurriendo la obra y los distintos tiempos.
Luego además hay un ambiente sonoro, hay unas proyecciones que también sitúan imágenes de la televisión, pero también son un telón de fondo ambiental y emocional. Mario prefiere sugerir todas estas cosas y que sea el espectador el que se vaya haciendo una composición de lugar de estas sensaciones que va proponiendo el autor a través de la obra.
¿Crees que contar una historia como esta contribuye a que el espectador y la sociedad se deje transformar un poco por el arte?
El arte debe jugar este tipo de apuesta. Que la sociedad pueda moverse o variar su punto de vista no lo sé, pero creo que el espectador, en su más interior conciencia, puede percibir distintos puntos de vista, distintas notas del acorde de la realidad y mi deseo es que así sea. Siempre cuando participamos en obras de teatro que son sustanciales tenemos esa voluntad, ese deseo. Lo que se consiga o no se consiga, más allá de las virtudes de la apuesta en escena, ya depende de la pulsión que cada espectador o que cada sociedad, cada ciudad, cada país, tenga en su postura colectiva o en su postura individual. Eso siempre es un misterio y está más allá de nuestras posibilidades y de nuestras capacidades. Pero la cultura y el teatro deben ser un espejo, deben ser un arma para modificar la realidad cuando esta no es buena, más en este caso, con un conflicto tan flagrante, tan terrible, tan sostenido en el tiempo, que además, en el último año y pico, se ha desarrollado hacia márgenes insostenibles de crueldad y de falta de humanidad.
‘El teatro debe mostrar todos los colores’
¿Crees la Cultura que tiene que ser un motor de la sociedad para enfrentarse y parar un genocidio como el que se está cometiendo?
Absolutamente. Creo que la cultura debe ponerse del lado de la verdad, del dolor de los que sufren, del intentar mejorar las cosas. A veces tenemos la sensación de ser sísifos, con la piedra cuesta arriba para que la piedra vuelve a caer. Pero creo que no debemos cejar, por pequeña que sea la aportación, por mínimo que pueda aparecer el esfuerzo, todos los esfuerzos de la Cultura deben ir en ese sentido.
Y tiene que ser amplia de miras y tiene que abrir abanicos. En esta obra, por ejemplo, yo creo que se abren abanicos. Simplemente expone. Pero yo creo que el espectador, al acabar, se sitúa en un lugar muy concreto. No debe ser la cultura o el teatro algo esquemático, en blanco y negro. Tiene que abrir posibilidades, tiene que exponer puntos de vista, tiene que mostrar todos los grises, tiene que mostrar todos los colores que hay. Y no es equidistancia porque quien hace sufrir a la sociedad que quede patente.