Si hasta entonces todas las encuestas daban como ganadora indiscutible a Dilma Rousseff, ahora, a un mes escaso de las elecciones, ya no parece tan claro. ¿Muestra de democracia o enésimo intento de quebrar el frente antihegemonista en el mundo hispano?
Nada más conocerse la designación de Marina Silva como nueva candidata del PSB, se desataba una auténtica oleada de apoyos proveniente de la mayoría de los grandes medios de comunicación y los mercados financieros. Antigua ministra de Medio Ambiente con Lula, el programa político de Marina Silva constituía una auténtica incógnita hasta que la presión por su remontada en las encuestas la obligó a empezar a definirse. «Todo contra Dilma, Lula y el PT es la consigna lanzada por Washington» Y al hacerlo, su aura de “demócrata radical, izquierdista y defensora del medio ambiente” ha empezado a desmoronarse. Sus primera declaraciones sobre cuál sería su política exterior en caso de ganar la presidencia son sumamente reveladoras de la línea y los intereses que defiende. Como dice el sociólogo de la Universidad de São Paulo, Emir Sader, “las políticas internas y la política exterior están estrechamente asociados. Una define el lugar del país en el mundo, el otro, la relación con las fuerzas internas. La política exterior de subordinación absoluta a los Estados Unidos por parte del gobierno Fernando Henriquez Cardoso correspondió estrechamente con el modelo neoliberal interno. La política exterior soberana del gobierno de Lula está inextricablemente relacionada con el modelo interno de crecimiento económico con distribución de la riqueza y la expansión del mercado nacional mediante el consumo popular”. Para Marina Silva, Brasil debe “bajar el perfil de Mercosur y poner el acento en los tratados bilaterales”. Tras esta formulación, nada inocua, se esconde en realidad todo un programa de torpedear los avances en el frente de unidad antihegemonista que Iberoamérica ha alcanzado en la última década. “Bajar el perfil de Mercosur” -la organización de integración económica que agrupa a Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay, Venezuela y Bolivia, siendo Estados asociados además, Chile, Colombia, Perú, Ecuador, Surinam y Guyana- equivale a decir que Brasil debe empezar a descolgarse también del resto de organismos como la CELAC o Unasur. Este es, en esencia, el programa máximo al que hoy en día puede aspirar Estados Unidos: mover a Brasil como fuerza clave de estas alianzas antihegemonistas, dando golpes mortales a Mercosur y Unasur y, en consecuencia, debilitando también las posiciones de los BRICS. “Todo contra Dilma, Lula y el PT” es la consigna lanzada por Washington. “Echar al PT y al bolivarismo del gobierno”, en palabras de la propia Marina Silva, el objetivo.Pero esto en Brasil no puede hacerse desde una derecha abiertamente conservadora. Había que encontrar una fórmula en apariencia izquierdista, defensora de la “sociedad civil frente al Estado” para vender lo viejo como nuevo, lo oligárquico como democrático, lo antipopular como popular. Este es el indigno papel que se ha prestado a jugar la antigua ministra de Lula. El 5 de octubre, día de las elecciones, es de esperar que la mayoría del pueblo brasileño se lo haga saber.