«Los bienes materiales -pisos, acciones, préstamos o revoluciones tecnológicas- dejaron de justificar las montañas de dinero que se había pagado por ellos. Como si una aspiradora se lo hubiera tragado, el dinero desapareció; pero no así las deudas contraídas para adquirirlos. Por eso hay una billonaria masa de pérdidas, algunas ya consumadas o reconocidas, otras en forma de deudas aún no reconocidas como impagables, que deambula por el circuito económico sin que se sepa con seguridad en manos de quién recalará la obligación de pagar la factura.»
Los Estados intentaron frenar esa dinámica con rogramas de gasto, que abandonaron, en parte por sus propias convicciones económicas, en parte porque los inversores que les financiaban temieron una crisis de insolvencia. Por eso la máquina se vuelve a parar. Ahora, de nuevo volvemos a la casilla del año 2008, en vísperas de la caída de Lehmann Brothers, y con síntomas de que el enfriamiento ha sido avistado, tímidamente, por los radares del gigante económico chino, la gran esperanza blanca de Europa y EEUU. (LA VANGUARDIA) EL MUNDO.- El parón económico de la primera potencia mundial se suma a lo que se está convirtiendo en una crisis estructural en la UE: Grecia, como punta de lanza del desastre de las cuentas públicas en los países periféricos. Así, mientras que no se acaba de concretar la entrega del tramo de 8.000 millones de euros del rescate heleno que necesita imperiosamente el Gobierno, el FMI hace público que el coste de la crisis de la deuda soberana para el sistema financiero alcanzará 300.000 millones de euros. CINCO DÍAS.- La reunión anual que celebran en Washington el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) ha arrancado con un duro y realista mensaje de advertencia que no se presta a equívocos ni a dobles interpretaciones. El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, reconocía ayer que el fantasma de la segunda recesión que desde hace tiempo planea sobre la economía global adquiere cada día mayores tintes de probabilidad. Al contrario de lo ocurrido en 2008, cuando la llegada de la tormenta financiera cogió a Estados Unidos y a Europa con el pie cambiado, el de ahora constituye un riesgo anunciado. Economía. La Vanguardia Todo el dinero del mundo Manel Pérez Las referencias a la siniestra Gran Depresión del siglo pasado salpican de nuevo las páginas de la prensa. Esta vez asociadas al peligro de que una segunda recesión alcance una virulencia superior a la primera y comparable a la debacle que sigue encarnando la más grave crisis del capitalismo. El causante de la temida recaída sigue siendo el mismo. El fin de la burbuja que desnudó al emperador. Los bienes materiales –pisos, acciones, préstamos o revoluciones tecnológicas– dejaron de justificar las montañas de dinero que se había pagado por ellos. Como si una aspiradora se lo hubiera tragado, el dinero desapareció; pero no así las deudas contraídas para adquirirlos. Por eso hay una billonaria masa de pérdidas, algunas ya consumadas o reconocidas, otras en forma de deudas aún no reconocidas como impagables, que deambula por el circuito económico sin que se sepa con seguridad en manos de quién recalará la obligación de pagar la factura. Sin dinero para alimentar la demanda y condenados a devolver deudas ingentes, los agentes económicos se quedaron sin energía para mantener un flujo económico vigoroso. Los Estados intentaron frenar esa dinámica con programas de gasto, que abandonaron, en parte por sus propias convicciones económicas, en parte porque los inversores que les financiaban temieron una crisis de insolvencia. Por eso la máquina se vuelve a parar. Ahora, de nuevo volvemos a la casilla del año 2008, en vísperas de la caída de Lehmann Brothers, y con síntomas de que el enfriamiento ha sido avistado, tímidamente, por los radares del gigante económico chino, la gran esperanza blanca de Europa y EE.UU. El bloque europeo, dominado por Alemania, se reafirma en la doctrina de la austeridad y el equilibrio fiscal como gran remedio, en tributo a su éxito económico tras la Segunda Guerra Mundial. Pero la mitad de la eurozona está ya casi en recesión, mientras los socios adinerados del norte descartan programas de estímulo compensatorios. Del otro lado, EE.UU. y una parte de la eurozona, la que no tiene recursos ni acceso a los mercados y por tanto no puede imponer su punto de vista, añoran esos estímulos. Los efectos negativos del programa alemán se han puesto de manifiesto ya muchas veces. El problema de los abogados del estímulo es que la lista de necesidades crece sin cesar. Un fondo para frenar la crisis de la deuda europea, de 2 o 3 billones de euros; la recapitalización de la gran banca europea, que los analistas elevan a 90.000 millones; la propia reactivación económica, cientos de miles de millones más… Todo el dinero del mundo. Para sus defensores, se trata de una tarea que sólo pueden acometer los grandes bancos centrales. Pero hasta Bernanke y Trichet son mortales y su capacidad de acción tiene límites. Y los inversores lo saben y por eso huyen. LA VANGUARDIA. 23-9-2011 Editorial. El Mundo Del ‘twist’ a la ‘hipocondría económica’ de los mercados EL ‘TWIST’ es un baile que se popularizó en los años 60 en EEUU. Basado en el rock & roll, tiene una particularidad: los bailarines retuercen de forma acelerada la cadera y las rodillas, pero los pies no se levantan del suelo. Es una frenética vibración para no ir a ningún lado. La Operación Twist que anunció el miércoles la Reserva Federal consiste en un canje de bonos a corto plazo por otros a largo. Tiene como fin rebajar los tipos de interés a largo plazo para estimular las inversiones productivas y, sobre todo, el mercado inmobiliario. Una medida así abarata las hipotecas y, por lo tanto, estimula el crédito y el consumo, pero sin inyectar más liquidez en la economía. Tal vez por eso los mercados reaccionaron con un nuevo desplome a esta medida de estímulo, porque entendieron que, como el baile, era un moverse mucho para quedarse en el mismo sitio y que no resolverá el acuciante problema de crecimiento del país. Las caídas de las Bolsas europeas rondaron el 5% y las primas de riesgo de los países con problemas volvieron a dispararse: la española llegó a 361 puntos básicos y la italiana superó de nuevo los 400 puntos. ¿Por qué? Lo explicó ayer un analista: los inversores padecen de «hipocondría económica» y sobrerreaccionan ante el más mínimo síntoma negativo. Así, lejos de pensar que con medidas como la Operación Twist las autoridades de EEUU están dispuestas a hacer lo que sea para evitar la recesión, piensan en lo mal que estará la situación para que se vean obligadas a tomar decisiones desesperadas que no se conocían desde los años 60. El parón económico de la primera potencia mundial se suma a lo que se está convirtiendo en una crisis estructural en la UE: Grecia, como punta de lanza del desastre de las cuentas públicas en los países periféricos. Así, mientras que no se acaba de concretar la entrega del tramo de 8.000 millones de euros del rescate heleno que necesita imperiosamente el Gobierno, el FMI hace público que el coste de la crisis de la deuda soberana para el sistema financiero alcanzará 300.000 millones de euros. La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, contribuyó a extender el temor al afirmar que estamos peor que en 2008, cuando la crisis de Lehman hizo tambalear las finanzas mundiales, porque los gobiernos se han quedado «sin espacio de maniobra y sin munición». Pero, al menos, después acertó al difundir a través de Twitter su diagnóstico: «Los riesgos han aumentado, pero hay un camino si los países actúan ahora, juntos y con valentía». Es lo que hay que pedir a unos políticos que no están a la altura. En el plano internacional, hay que pensar en el daño que hizo a los mercados la disputa de los republicanos con Obama por la aprobación del aumento del techo de gasto en EEUU. Y en la política nacional acabamos de presenciar cómo el Gobierno socialista ha traspasado al PP la patata caliente de la aprobación de la prórroga de los Presupuestos del año próximo sólo para que unas cuentas que tienen que ser muy restrictivas no afecten a la campaña electoral de Rubalcaba. Empieza la Asamblea Anual del FMI y del Banco Mundial. De ella debería salir un compromiso firme de actuación conjunta y decidida de los gobiernos y de los bancos centrales para evitar el colapso. Sería un primer paso para inyectar un poco de optimismo a unas sociedades que viven en vilo EL MUNDO. 23-9-2011 Editorial. Cinco Días Una bomba de relojería en el sistema financiero europeo La reunión anual que celebran en Washington el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) ha arrancado con un duro y realista mensaje de advertencia que no se presta a equívocos ni a dobles interpretaciones. El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, reconocía ayer que el fantasma de la segunda recesión que desde hace tiempo planea sobre la economía global adquiere cada día mayores tintes de probabilidad, por lo que sería "irresponsable" no actuar en previsión de esa coyuntura. En un ejercicio de impecable voluntarismo, Zoellick volvió a hacer uso de la palabra "improbable" para referirse a ese escenario, pero reconoció ya sin ambages que la creciente multiplicación de signos negativos juega en contra del optimismo. Al contrario de lo ocurrido en 2008, cuando la llegada de la tormenta financiera cogió a Estados Unidos y a Europa con el pie cambiado, el de ahora constituye un riesgo anunciado. En ese sentido, tanto las palabras de Zoellick como el crudo análisis realizado hace unos días por la directora del Fondo Monetario, la francesa Christine Lagarde, deben ser entendidos como un llamamiento urgente a la acción. El diagnóstico ya está hecho: ahora toca actuar y hacerlo con prontitud. La comparación con lo ocurrido en 2008 es un ejercicio útil y necesario, pero la diferencia entre ambas situaciones no es baladí. La entrada en escena de la crisis de deuda soberana -de la que hemos conocido su inicio pero de la cual resulta muy difícil vislumbrar el final-, las perspectivas negativas de las economías -incluidas señales preocupantes por parte de las emergentes-y, sobre todo, la bomba de relojería en que se ha convertido el sistema financiero europeo, con especial exposición de la banca francesa y la alemana, son cartuchos que en estos momentos es absolutamente necesario desactivar. Pese a advertir que se trata de una cifra que debe ser tomada con cautela, los 300.000 millones de euros en que el FMI ha cuantificado el riesgo asociado al deterioro de los activos de deuda soberana en manos de la banca europea dan una idea de la magnitud del problema a que se enfrenta no solo esta, sino el conjunto de la economía europea y, por ende, también global. El castigo bursátil a que están siendo sometidas desde hace meses la mayor parte de estas entidades evidencia que la desconfianza de los mercados no se acaba en los Estados con balances desequilibrados, sino que se extiende con vigor a la banca. A lo largo del último año, más de una decena de entidades financieras europeas han perdido más de la mitad de su valor en Bolsa; cuatro han cedido más del 60%; igual número cede más del 70%; otras dos más del 80% y una última alcanza el 98%. La desconfianza de los inversores internacionales no puede resultar, ni mucho menos, una sorpresa cuando se examina con detalle la naturaleza del incremento del riesgo que soporta el sector, del que 71.000 millones corresponden a deuda italiana y 56.000 millones a deuda griega, y las escasas perspectivas de solución que tanto Gobiernos como organismos internacionales han ofrecido hasta ahora. A estas alturas nadie niega la necesidad de que el sistema financiero europeo acometa un nuevo proceso de recapitalización. La sombra de una cada vez más probable reestructuración de la deuda griega y el oscuro horizonte que ofrece la evolución de las economías hace evidente que ese proceso deberá ir acompañado de una fuerte inyección de fondos públicos. La forma de articular ese respaldo puede suscitar diferencias, pero lo que no puede discutirse es la urgencia de llevarlo a cabo. Tanto el "impulso político colectivo" al que hacía ilusión ayer mismo la directora del FMI, Christine Lagarde, como el mensaje de apoyo al euro que se espera tras la reunión de los ministros del G-20 que se celebrará este fin de semana en Washington, deben servir de acicate para adoptar soluciones efectivas. A lo largo del último año han abundado los discursos y respaldos políticos, pero ahora es imprescindible que estos vayan acompañados de medidas concretas. Y es que, como ha recordado el presidente del Banco Mundial, esta vez no existe la excusa de que el riesgo no se vio venir. CINCO DÍAS. 23-9-2011