Enrique Vila-Matas acaba de regresar de un viaje por México y Argentina, donde ha presentado su última novela, «Dublinesca». En el DF de la mano del también escritor Juan Villoro, y en Buenos Aires en el marco de la Feria del Libro porteña.
Existe el tóico de que usted es un autor más comprendido y leído en Hispanoamérica que aquí, en España. ¿Sigue siendo así? No me dedico a medir estas cosas, pero sospecho que cuanta más gente hay en todas partes comprendiendo algo de mí, menos me acuerdo de que aquí tardaron en querer comprender que yo no les comprendía a ellos. Es usted un gran retratista. Riba, el protagonista de “Dublinesca”, ¿no busca siempre “ser otro”, una nueva identidad? Si es así, ¿por qué esa búsqueda? Nunca he sido un buen retratista ni he pretendido serlo. Pero en Dublinesca me propuse el retrato, el dibujo de un hombre que personaliza el fin de una época, al modo de esos personajes de Joseph Roth que personifican el fin del imperio austro-húngaro. En la medida de lo posible, trato de ir variando de registros. Entiendo que tengo vocación de ventrílocuo. Ahora creo un personaje. Y el próximo libro voy a hacerme pasar por alguien incapaz de crear personajes, etc. ¿Qué reto se propuso con esta novela? Resolver una preocupación y un enigma, que curiosamente sólo conseguí resolver en las últimas líneas de la novela, unas décimas de segundo después de que preocupación y enigma hubiera sido resueltos por el propio lector. Pero bueno, ya se sabe que no deben contarse los finales de las historias. Riba tiende a leer todo lo que le ocurre como un texto literario. ¿Existen fronteras entre la vida y la literatura? Primero está la vida, y después la vida que llevamos fuera de la literatura. Para mí, sólo en tercer lugar está la vida que leemos como un texto literario. Pero también ésta es vida. En su estilo el cuento, la crónica, el sueño y el ensayo se cruzan. ¿Qué posibilidades ve en el uso de la crónica? No soy aficionado a las crónicas. Dublín, Nueva York, París…. ¿Qué significado tienen las ciudades en sus novelas? ¿Le sirven para construir sus personajes? Creo ver en cada una de esas ciudades una señal, una llave para descifrarlo todo. Eso hace que me acerque a ellas como si una diosa me hubiera dejado encantado. Después, siempre vuelvo a Barcelona. En “Dublinesca, de alguna manera, parodia el tono apocalíptico del fin de la “Galaxia Gutenberg”. ¿Cree entonces que esa época acabó? No, salvo que yo sea el último escritor de esa época. ¿Quiénes son esos personajes anónimos, borrosos, que aparecen a lo largo de la novela? Personas que piensan que el paraíso no basta. Algunos críticos y amigos suyos como Echeverría ponen entre paréntesis su última etapa, advirtiendo del riesgo de que acabe siendo usted un escritor comercial ¿Cree que son injustas o desmesuradas estas críticas? Creo que el número de inteligencias honradas que se obsesionan con un solo clavo es infinito.