Syriza debe mantener el gobierno El pasado jueves 21 de agosto, el primer ministro griego Alexis Tsipras presentaba su dimisión convocando nuevas elecciones generales para el próximo mes de septiembre. La fracción abierta en el seno de Syriza, cuando en la votación del tercer rescate 45 diputados de los 149 que posee la coalición de izquierdas votó en contra no dejaba más opción que el adelanto electoral. Con él, el gobierno de Syriza, al que las encuestas siguen dando un 34% de apoyo popular, busca revalidar su mayoría parlamentaria. Quienes hoy celebran con alborozo el «fracaso» de Tsipras es más que probable que lo tengan de regreso en pocas semanas como presidente de una coalición y un gobierno más fuerte todavía. Quienes, dentro de Syriza (o en la izquierda radical europea) han abandonado la coalición, criticando a Tsipras poco menos que de cobarde al que «le han temblado las piernas» a la hora de la verdad, ahora tendrán que explicar a los votantes griegos a quién van a votar como primer ministro y si van a dejar que Syriza pierda el gobierno a manos de las viejas fuerzas del bipartidismo.
Se equivocan, y mucho, quienes piensan que el ensañamiento de la troika contra el gobierno de Syriza es un síntoma de fortaleza, y no manifestación de debilidad y temor a que el ejemplo del pueblo griego, la determinación y voluntad que están mostrando por defender su soberanía se propague. Están ciegos quienes creen que la imposición de unas condiciones draconianas al gobierno de Syriza a cambio de abrir la financiación del BCE y poner fin al corralito es una victoria alemana sin paliativos. Más bien lo ocurrido ha sido lo contrario: la dureza de las condiciones es fruto directo del triunfo del NO en el referéndum griego, que ha tenido el efecto de un auténtico terremoto político en el corazón franco-alemán del proyecto imperialista de la UE. «Los disidentes de Syriza han conseguido lo que anhelaban los enemigos del pueblo griego: la caída del gobierno de Tsipras»
Sus consecuencias han ido mucho más allá de lo esperado. Ha multiplicado las contradicciones en el seno de los enemigos, ampliando las discrepancias entre Washington y Berlín, abriendo importantes fisuras en el seno del gobierno alemán y dando fuerza al eje París-Roma de oposición a la inflexibilidad germana. Como ha dicho el mismo Tsipras, “No lamento la decisión. No estamos exultantes pero tampoco en duelo. Tengo la conciencia limpia porque es lo mejor que pudimos lograr bajo el actual equilibrio de poderes en Europa, bajo las condiciones de asfixia económica y financiera que nos impusieron”.
“El actual equilibrio de poderes”, es decir, la correlación de fuerzas en Europa es la que es y no se puede cambiar en dos días. Tampoco en siete meses de gobierno. El gobierno de Syriza, acosado económica y asfixiado financieramente por la troika, con imposición del corralito incluido, se ha visto obligado a hacer concesiones, sí. Como cualquiera que está en condiciones internacionales de aislamiento y de extrema debilidad interna de su economía. Lo más importante en las negociaciones con Bruselas era mantener la unidad en torno al gobierno de coalición antihegemonista formado por Syriza. La “pureza” ideológica de los disidentes ha conseguido justamente lo que más anhelaban los principales enemigos del pueblo griego y para lo que han empleado munición de grueso calibre: la caída del gobierno de Tsipras. Esperamos y confiamos en que la mayoría del pueblo griego sabrá valorar la actitud de unos y otros en la inminente cita electoral.
Resulta por lo demás paradójico –por no decir insultante– que los 25 diputados que han roto Syriza para formar un nuevo partido denominado Unidad Popular, se hayan organizado en torno a una plataforma llamada Iskra, el nombre del periódico fundado por Lenin en su exilio en Suiza. ¿Es que acaso los escisionistas desconocen cómo fue precisamente Lenin quien defendió más cerradamente el Tratado de Brest-Litowski entre el nuevo Estado revolucionario soviético y Alemania, el Imperio Austro-húngaro y el Imperio otomano?
En el Tratado, la Rusia soviética aceptaba ceder un tercio de su población y su territorio –la mitad de Bielorrusia, Polonia, Finlandia, Lituania, Estonia, Letonia, Ucrania y varios enclaves estratégicos del noreste de Turquía y el oeste de Georgia, donde además se concentraba el 75% de su industria– y pagar 6.000 millones de marcos de la época a Alemania como compensación por los gastos de guerra. En aquel momento, argumentaba Lenin, lo más importante era mantener el nuevo poder soviético al precio que fuera. Poniendo como ejemplo que no tiene nada que ver entregar el dinero y las joyas ante el asalto de unos bandidos para seguir vivos y poder seguir luchando contra esos bandidos en mejores condiciones, que unirse a ellos para colaborar en otros asaltos. Y que quien no sea capaz de ver esto no tiene ni idea de marxismo ni de política revolucionaria.
Salvando las distancias, esto es lo que está ocurriendo en Grecia. Unos bandidos (el FMI, Berlín, la troika) han asaltado al pueblo griego. En las actuales condiciones, resistirse al asalto equivaldría al suicidio político. Entregar el dinero que reclaman los bandidos para seguir acumulando desde el gobierno la fuerza política necesaria para enfrentarlos con garantía de victoria en el futuro es la única política realista y revolucionaria.