Y después de meses de hacer girar toda la política catalana y buena parte de la española en torno a la consulta , de subrayar la trascendencia histórica de este reto, de solemnizarlo con una ley y un decreto que costaron meses de preparación, ayer compareció el president Artur Mas y afirmó: «Nadie creía que esta fuera la consulta definitiva, los que no estaban de acuerdo no habrían participado». Así, de un plumazo, el escenario de la consulta se transformó en una precampaña electoral en toda regla, incitada por el propio Mas en su comparecencia y reprochada por los hasta ayer compañeros de viaje del 9-N. Ninguno de ellos, ninguno, compró el «proceso participativo» como equivalente a una consulta con todas las de la ley. Un sucedáneo sobre el que Mas evitó explicar sus bases legales con la excusa de que no hay que dar pistas a un adversario, el Estado, que se mira con cierta tranquilidad este plan b.
El president no tuvo reparo en cargarse lo que hasta hacía 24 horas era un precioso mecanismo de participación democrática creado entre el Govern y los partidos. Aunque el Estado hubiera avalado el 9-N, este «no permitía asegurar al 100%» las garantías democráticas, dijo. Lo único que las permite, sostuvo, es convocar elecciones. Pero con la condición de que se hagan con una lista conjunta (de partidarios de la independencia) y un programa unitario.
En suma, ahora la zanahoria se llama elecciones plebiscitarias. Sí, Mas las citó hace un año y 10 días en una entrevista en Catalunya Ràdio. Pero nunca como el mejor mecanismo. Al contrario, sostuvo que las elecciones plebiscitarias «no es el escenario al que me gustaría llegar. No es el que yo querría, significaría una confrontación total y abierta e intentaré evitar que sea así». Ayer en cambio afirmó que «la consulta con todas las garantías solo se puede hacer mediante elecciones que los partidos y no el Govern transformen en un referéndum».
Mas fue ayer transparente en todo excepto en cómo hacer el sucedáneo de consulta, para el que no se esforzó en dar detalles. Sí fue claro al asumir que el Govern está «un poco más sólo». En efecto, los planes que anunció el lunes como un hecho consumado en el Palacio de Pedralbes a ERC, ICV-EUiA y a la CUP no han satisfecho a ninguno de estos socios. Es más, ni a su compañero de federación, Unió, le gusta nada ir a unas elecciones anticipadas con lista única independentista.
¿Por qué dio Mas el paso? Convergència, que le dedicó un caluroso aplauso en la reunión de la ejecutiva de ayer, cierra filas porque entiende que sí, que toca ir a elecciones anticipadas por la independencia. Y si el «proceso participativo» del 9-N obtiene más o menos participación o más o menos reconocimiento, es algo aparentemente secundario.
SECRETISMO / Oficialmente, no. Mas pidió ayuda para llevar a cabo una iniciativa que no tiene decreto que la ampare, basada en 20.000 voluntarios, sin participación de los municipios (sólo 265 habían mostrado abiertamente su apoyo a organizar la iniciativa, pese a que más de 900 votaron mociones favorables) y con más secretismo si cabe que el 9-N propiamente dicho. Las garantías democráticas, según admite el propio presidente de la comisión de control del 9-N hoy en EL PERIÓDICO, han menguado todavía más. Y el Estado estudia si recurre contra un sucedáneo que mantiene urnas, papeletas y la misma pregunta que el Gobierno entiende que vulnera las competencias de la Generalitat.
Pero la batalla de Mas es otra. Se llama pulso con ERC, a la que ayer criticó veladamente, y también a los otros socios de esta aventura llamada 9-N. Los criticó por no haber asumido que hacer la consulta sí o sí (como sigue exigiendo ERC y la CUP) «significa chocar contra las rocas y hacerse daño, para no conseguir absolutamente nada». Lo decía el líder de un Govern y un partido que hasta ayer sostenían que había margen para hacer la consulta. Lo que sí que ha quedado perjudicado es el pacto de gobernabilidad con ERC. Los presupuestos del 2015, en el aire, según admitió el conseller del ramo, Mas-Colell. Pero eso parece ahora secundario. Ahora el escenario se llama elecciones. Y ahí es donde no todos en Convergència -y menos en Unió- entendían del todo que Mas esgrimiera este cartucho, con la curiosa fórmula de que han de ser los partidos los que le pidan tal convocatoria con lista unitaria.
ERC exigió ayer que en todo caso esta lista debe incluir un único punto: la independencia, pero con una declaración unilateral inmediata. Convergència en cambio quiere un periodo de negociación con el Gobierno tras el cual, si ello no da frutos, se proclamaría el Estado catalán. Esta batalla CDC-ERC es exactamente la misma que al inicio de la legislatura cuando negociaron la consulta. Mas se resistía, y Unió en especial, a poner fecha a la consulta. Pocos recuerdan una resolución de la anterior legislatura que planteaba que la consulta se hiciera «preferentemente» en estos cuatro años.
La batalla volverá a estar en los calendarios. De poco parece que servirán las apelaciones de Unió a agotar el mandato previsto hasta el 2016 para que el Govern se ocupe de cuestiones como el paro o la crisis.
«La lista única está más verde que madura», asumió Mas, con lo que daba pie a la pregunta: ¿Por qué entonces lanzar un espantajo, como hizo él mismo en su comparecencia? «A partir de hoy se abre una nueva etapa», solemnizó. Etapa en la que Mas será una pieza clave del tablero. En principio, él debería encabezar la lista, según los planes de CDC. «No ha de haber condiciones previas», introdujo él mismo. Así, pues, sucedáneo de consulta a la vista, con mucho aroma electoral.