En su primer discurso televisado como presidente del Gobierno, Adolfo Suárez pronunció una de sus frases para la Historia. «Hay que elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal«. Éste fue el compromiso que Suárez adquirió ante los españoles en 1976. Adecuar la política antigua a la modernidad de la calle, asumiendo la profunda transformación de la sociedad española, ávida en aquellos años de democracia y participación política.
Mira por dónde, ahora que tanto hablamos de la Transición -unos para adorarla y otros para darla por superada- resulta que el actual presidente del Gobierno también se ha referido a lo «normal» como categoría política.
Lo que Mariano Rajoy pretende, sin embargo, es justamente lo contrario de lo que buscó Suárez. Rajoy quiere llevar a la categoría política de la calle lo que a nivel de su partido, de su Gobierno y de su visión política es simplemente normal. Es decir, quiere que la «gente normal» considere políticamente «normal» la férrea disciplina que ha impuesto en el PP, la ausencia de cualquier indicio que pueda considerarse siquiera sea de lejos un rasgo de democracia interna o de controversia enriquecedor y la elección a dedo de los candidatos electorales.
Rajoy pretende elevar en la calle a la categoría de «normal» lo que para él es «sencillamente normal»: los incumplimientos de su programa electoral, el aumento de la desigualdad, el abuso de la mayoría absoluta, la precariedad laboral, los autos judiciales que dejan en evidencia la caja b del PP, los desahucios de familias con abuelos y niños, la falta de justicia para los miles de estafados con las preferentes, la exclusión social de miles de personas, la falta de sensibilidad de algunos de sus ministros, los casos de corrupción y la defensa de los imputados. En España es «normal» que el gobernador del Banco de España identifique la política económica del Gobierno del PP con el «patriotismo» y que el fiscal pida el archivo de la causa de las tarjetas black en lo que afecta a Spottorno, ex jefe del Rey anterior. Con todo respeto hacia Rajoy, a muchas personas estas cosas no nos parecen normales, sino anormales.
El presidente del Gobierno expresa implícitamente un lamento al apelar a la normalidad. Él sabe que la normalidad se ha alterado en este país. Y no acaba de entenderlo muy bien. Podemos y Ciudadanos no caben en su esquema político ni en su marco mental. Pero la respuesta adecuada a estos fenómenos no es la suya, sino la de Adolfo Suárez. Adecuarse a la realidad de la calle y no pretender que sean los ciudadanos quienes se ajusten a la mentalidad del Gobierno. Porque la «gente normal» ha sufrido y está sufriendo mucho. La crisis ha mordido sus carnes, o las de su familia, o las de sus amigos, o las de sus vecinos. Que es lo que a Rajoy no acaba de entrarle en la cabeza porque desde su despacho no escucha más que gritos de entusiasmo procedentes de su Oficina Económica, donde todos los días hay fiesta. Un día se descorcha el champán porque nos pagan por colocar deuda y al siguiente porque el PIB va como una moto. Si las previsiones siguen al alza, crececemos más que China el año que viene.