Al hilo del éxito de la edulcorada y amputada miniserie «23F: El día más largo del Rey», Antena 3 ha decidido dar continuidad a su particular «dramatización» de la Transición Española, esta vez centrándose en la figura del ex-presidente Adolfo Suárez. Las expectativas de un análisis complejo de su proyecto para el país eran bien pocas, en vista del tratamiento de su predecesora, pero el resultado ha sido mucho más decepcionante. Un almibarado retrato «personalista» y plagado de tópicos, en el que en ningún momento aparecen reflejadas ni las tensiones que producían las potencias extranjeras, ni la actitud y las respuestas constantes del pueblo.
Quedó claro desde un rincipio que la familia de Suárez, como suele ser habitual, iba a mantenerse ajena a tal proyecto. Como declaró el propio Adolfo Suárez Illana: "Sólo participo en la vida política de Adolfo Suárez. Así que, sobre la película, dejar claro que la familia no respalda ni apoya ni ha participado en ella, ni se hace responsable." Un escollo más que evidente si se pretende realizar un retrato en profundidad, pero al parecer de poca importancia para los productores. Tampoco ayudaría, desde luego, el incorporar secuencias de marcado carácter sensacionalista, como las escenas de cama de Suárez con Amparo Illana, o el supuesto romance con su asesora Carmen Díez de Rivera. En cualquier caso, no son estos los más flagrantes puntos débiles de la película. Tampoco lo son esos flashbacks de su pasado, en los que se envuelve en celofán la cadena de favores que propició su imparable ascenso dentro de las instituciones del régimen -Miembro de la Secretaría General del Movimiento, procurador en Cortes por Ávila, gobernador civil de Segovia, director general de RTVE…-; siempre avalado por ese “piquito de oro”, al que constantemente se hace referencia en el film. Lo más alarmante es la inexplicable ausencia del pueblo español en todo el proceso. Ni una sola manifestación, ni un solo personaje “anónimo”, excepto la escenita en la que Suárez se acerca a un campesino para escuchar “la voz de la calle”… pura anécdota. Según el film, es el presidente el único que dibuja el programa para la democracia, en una servilleta de bar que le entrega al Rey Juan Carlos. Nada hay de las luchas de poder, de los intereses de Estados Unidos y Alemania, de las visitas de Kissinger, o de los apremiantes intentos de que España ingresara en la OTAN inmediatamente. Precisamente uno de los méritos más importantes de Suárez fue esa determinación por sacar adelante a España con un programa que respiraba demasiada autonomía para las grandes potencias, oponiéndose a nuestra entrada en el Tratado. Sin embargo el problema de la OTAN ni siquiera se menciona en el film. Por el contrario, lo que aparecen son charlas entre coñac para legalizar el Partido Comunista, sin que sus militantes se vean representados en todo el metraje, y una especie de complot para su dimisión, únicamente basado en rencillas subjetivas y “personalistas”, como se encargan de remarcar constantemente. Nada más se sabe de los motivos de su inquietante renuncia. Y por si no había quedado ya bien claro en la anterior mini-serie, la intentona golpista del 81 es única y exclusivamente un asunto del General Armada, que de nuevo vuelve a quedar como “el malo de la película”, casi al estilo de Darth Vader, pero vestido de militar. Si algo hay que destacar de esta maniquea, teatral e interesada revisión de nuestra historia reciente, es precisamente el soberbio trabajo de Ginés García Millán a la hora de interpretar al ex-presidente. El actor murciano calca a ese Suárez los ojos turbios como una charca removida. Dentro de ese gran actor hay más verdad que en todo el guión, aunque también cabe destacar el cuestionable mérito de unos guionistas, que han sabido esquivar el verdadero interés de la historia para tejer una trama “telenovelesca” al más puro estilo de Hollywood. La versión oficial ya la sabemos, quizá haya que esperar algún tiempo hasta que algún director se atreva a contar la verdad.