Este mes se cumple el sexto aniversario del colapso financiero que supuso el inicio de la actual crisis sistémica. La situación presente no solo no permite vislumbrar la luz al otro lado del túnel. Todo lo contrario, el devenir cotidiano está siendo absolutamente despiadado con la mayoría de la población. Además de un empobrecimiento masivo de las clases medias y bajas, sin parangón en nuestra historia reciente, la sensación de absoluta impunidad de aquellos que generaron la crisis ha nublado definitivamente el ánimo de la ciudadanía.
Hay una profunda crisis económica, social y política, pero por encima de todo subyace una honda crisis moral. Las mentiras continuadas, la ausencia de responsabilidades, la inexistencia de un espíritu crítico y libre, se han convertido en la moneda de uso en nuestro devenir cotidiano. Pequeños grupúsculos creen haber conseguido su objetivo, imponer la antidemocracia y el domino de la élite. Llevan años promocionando un cuerpo legislativo débil, un sistema legal obediente y represivo, un sistema de partidos empeñado en reconstituir el sistema existente con el objetivo de favorecer de manera permanente a los intereses corporativos. Sin embargo, tanta avaricia, tanto desprecio a la ciudadanía tiene sus días contados. El colapso total del sistema actual está garantizado, es cuestión de meses.
Ajuste de cuentas
La actual crisis sistémica fue aprovechada por las élites bancarias y ciertos oligopolios, con la ayuda inestimable de sus brazos políticos, para implementar su particular ajuste de cuentas contra la ciudadanía. Para ello contaron con la inestimable ayuda de ciertos tontos útiles, economistas e instituciones académicas que validaron las actuales políticas económicas. No contentos con no prever nada, impusieron su diagnóstico y sus recetas y les dieron un nombre, “reformas estructurales”. ¿A qué suena bien, eh? ¿Quién se va a negar a ser reformista?
El problema es que validaron no unas reformas, sino una transferencia de renta de la ciudadanía a un pozo sin fondo, un sistema bancario quebrado y unos oligopolios que no dejan de sorber la sangre a la ciudadanía. Resulta hilarante que una vez se ha recomendado la austeridad expansiva y la devaluación competitiva, esas mismas instituciones digan ahora que ya vale, dejemos de apalear a la ciudadanía, que la paliza puede haber sido excesiva. Y encima los caraduras avisan de las consecuencias de la desigualdad, ¿verdad que sí señor Gurría?
Urge ya un profundo cambio en los planes de estudio donde se barra definitivamente todas aquellas teorías económicas que, basadas en hipótesis falsas, han legitimado decisiones económicas y políticas que han acabado generando desempleo, pobreza, desigualdades, y un continuo stress medioambiental, y que en el fondo han constituido el germen de la actual crisis económica y financiera. Especialmente perversa ha sido la Escuela de Chicago, validando la eficiencia de los mercados e imponiendo el dogma de las expectativas racionales. Cualquier análisis de series temporales las invalida en menos de un minuto.
Las reformas estructurales a implementar
Cuando se entra en una recesión de balances sólo hay que implementar una “reforma estructural”, una reestructuración ordenada de la deuda y de quien la concedió, el sistema bancario. Se trata de una condición necesaria para la reactivación, pero no suficiente. Será fundamental, por lo tanto, dentro de las reformas a implementar, una reestructuración del sistema bancario global, donde se reduzca su tamaño acorde con la economía real, a costa de gerencia y acreedores.
Pero hace falta mucho más para que no vuelva a suceder lo ocurrido. Se deben poner bajo supervisión pública los principales centros financieros internacionales. Los grandes bancos sistémicos deben trocearse y evitar así el problema de riesgo moral «too big to fail», demasiado grande para quebrar. Finalmente, se debe restablecer la ley Glass-Steagall de separación entre banca de inversión y banca comercial.
Tristemente después de seis años no solo no ha pasado nada de eso, sino que se continúa subsidiando, vía política fiscal y monetaria, a un sistema bancario completamente zombi, con balances inflados, donde aún no sabemos lo que hay dentro, ya ni hablamos del apalancamiento neto vía derivados. Las últimas decisiones del Banco Central Europeo son un buen ejemplo de ello. A cambio, se le ha exigido a la ciudadanía por parte de una clase política mediocre una serie de sacrificios que han terminado desempolvando la pobreza.
Por eso ya no solo basta con reestructurar la deuda y la banca. Hace falta algo más. Parafraseando a Frank Delano Roosvelt, “acumulamos una superabundancia de capitales que nuestros grandes banqueros competían entre sí, algunos de ellos empleando métodos cuestionables, en sus esfuerzos por prestar tales capitales en el país y en el extranjero. Creo que estamos en el umbral de un cambio fundamental en nuestro pensamiento económico popular, que en el futuro vamos a pensar menos en el productor y más sobre el consumidor. Hacer lo que tengamos que hacer para inyectar vida a nuestro orden económico en crisis, no podemos hacerla perdurar por mucho tiempo, a menos que podamos lograr una distribución más equitativa de la renta nacional». Sólo hay un problema de fondo, no se vislumbra en el horizonte ningún Frank Delano Roosvelt.