Serbia y Kosovo plantean un intercambio territorial y de población

Serbia y Kosovo se plantean intercambiar territorios: Serbia se quedaría con enclaves kosovares donde hay mayoría de habitantes de origen serbio, y Kosovo incorporaría zonas serbias de mayoría albanesa. Un reajuste fronterizo que amenaza con abrir la espita de conflictos étnico-territoriales no resueltos en la explosiva región de los Balcanes.

Mientras potencias como Alemania y la mayoría de los países europeos rechazan el intercambio, la administración Trump parece alentarla.

Dos décadas después de la serie de guerras étnicas que desangraron los Balcanes, la zona sigue siendo una llaga supurante de conflictos larvados bajo una frágil superficie de pacificación. Cualquier cerilla puede volver a hacer saltar por los aires este polvorín.

Una de las fisuras potencialmente más destructivas es la que separa a Serbia de Kosovo. A finales de los 90, después de haber aminorado la cruenta guerra civil de la ex-Yugoslavia, una administración Clinton en sus últimos meses hizo estallar la guerra de Kosovo contra un régimen de Slobodan Milosevic que estaba protegido por una Rusia aún en estado de shock tras la implosión soviética. Washington no solo financió y armó a los independentistas kosovares, sino que la OTAN bombardeó Belgrado para asegurar el nacimiento de un nuevo país cuya única razón de ser para la superpotencia era la de albergar la mayor base militar norteamericana en Europa, Camp Bondsteel. Kosovo nació para ser un enorme portaaviones yanqui incrustado en los Balcanes.

Casi veinte años después, Serbia y Kosovo plantean llegar de mutuo acuerdo a un intercambio de población y territorio, con la vista puesta en una eventual incorporación de ambos en la UE para 2015. Bruselas siempre ha puesto como condición a Belgrado que para incorporarse a la Unión Europea, debe normalizar su relación con Pristina, aunque el asunto es aún más complejo. No todos los miembros de la UE reconocen la independencia de Kosovo: ni Grecia, ni Rumanía… ni España. Tampoco lo hace Rusia, tradicional valedora de Serbia.

El hipotético reajuste fronterizo plantea que unos 55.000 albaneses que viven en el valle de Presevo serbio se reintegrarán en Kosovo, y que a cambio unos 75.000 serbios localizados en su mayoría al norte del río Ibar, que divide la ciudad kosovar de Mitrovica, volverían a tener nacionalidad serbia. Pero este cambio -aunque sea de mutuo acuerdo- plantea ramificaciones altamente inflamables para la región. En la Antigua República Yugoslava de Macedonia hay una importante minoría albanesa (el 25% de la población), que aspira también a incrementar sus vínculos con Albania. Y el gobierno de una de las regiones de Bosnia, la República Srpska, (de mayoría serbia a causa de las limpiezas étnicas de Milosevic en el pasado), ha declarado que de hacerse el canje con Kosovo, ellos se independizarán de Sarajevo para unirse a Serbia.

Es por esto -que varios analistas han considerado «abrir la caja de Pandora»- que hasta 37 ONGs serbias y kosovares -incluyendo varias de la comunidad serbia del norte de Kosovo- enviaron una carta conjunta a Federica Mogherini, la jefa de la diplomacia europea, pidiéndole que se oponga a la propuesta. En ella aseguran que “inevitablemente producirá una reacción en cadena en otros estados balcánicos y llevará a numerosas peticiones de cambios en las fronteras de los Balcanes, lo que abre la puerta a nuevos conflictos”.

Pero más allá de las intenciones de los presidentes serbio y kosovar, este intercambio tiene patrocinadores… y de nuevo transatlánticos. La iniciativa se ha producido después de que el pasado 31 de julio, el ministro de Exteriores serbio, Ivica Dacic, se reuniera en Washington con Jared Kushner, el yerno y asesor del presidente Donald Trump, con quien discutió una posible partición de Kosovo. También después de que Steve Bannon -la antigua mano derecha de Trump que alienta a opciones y gobiernos de extrema derecha en Europa, buscando una política de «costuras abiertas» en la UE- viajara a Belgrado y remarcara que los Balcanes son una “región de importancia estratégica”. Tras su paso por Belgrado, Bannon recibió en su casa a finales de julio al primer ministro de la irredenta República de Srpska.

Frente a la posición de países como Alemania o España, que rechazan de plano el cambio de fronteras entre Belgrado y Pristina, el plácet de la Casa Blanca es abierto. Uno de los principales asesores de Trump, su consejero de seguridad nacional John Bolton, ha declarado que “si las dos partes llegan a un acuerdo, y no excluimos ajustes territoriales, no nos corresponde pronunciarnos y no nos opondremos”. La línea Trump busca crear así una herida más en el costado de la UE, otra fuente de problemas y contradicciones para la UE para ser usada a conveniencia por la superpotencia para imponer los intereses hegemonistas a los vasallos europeos.

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