Al tiempo que todo el mundo mantiene su atención pendiente de Afganistán y Pakistán, el arco de una crisis de carácter potencialmente explosivo se amplía y se agrava por todo el sur de Asia. La región de Afg-Pak, dado lo que en ella hay en juego, continúa siendo su epicentro. Pero los movimientos sísmicos, de distinta intensidad, se ramifican y se expanden hacia el Océano Índico, abarcando ya prácticamente a la totalidad de la región de Asia del Sur.
Mientras EEUU, militar y olíticamente se la juega en Afganistán, una guerra que cada día empieza a parecerse más peligrosamente para los intereses de Washington a Irak, la inestabilidad y las tensiones, los roces y conflictos hasta ahora limitados al impacto de los talibanes afganos sobre su vecino Pakistán se están extendiendo a una velocidad de vértigo, formando un arco de crisis de 180 grados que arranca en Waziristán –la explosiva región fronteriza entre Afganistán y Pakistán– y concluye en Sri Lanka (la antigua Ceilán), pasando por la dividida provincia de Cachemira, Nepal, las regiones del Himalaya en disputa entre Pekín y Nueva Delhi y los estados del sureste de la India. En Nepal, el gobierno se enfrenta a una nueva ronda de movilizaciones y protestas populares promovidas por el Partido Comunista de Nepal (Maoísta) con el objetivo de impedir que los avances democráticos, nacionales y antiimperialistas conseguidos tras la insurrección de 2006 queden en agua de borrajas. La debilidad política de la coalición del primer ministro la expresa el hecho de que él mismo haya admitido que la alianza se ha formado exclusivamente para impedir que los maoístas vuelvan al poder. Pero esta es una aspiración difícil, ya que los maoístas tienen cerca del 40% de los escaños en la Asamblea Nacional. En la India, los efectos de la crisis económica han hecho aumentar exponencialmente la actividad y la influencia de la guerrilla maoísta (los naxalitas) en el “Corredor Rojo” del sureste del país, hasta el punto que este mismo mes el ejército indio, la policía, los servicios de inteligencia y las autoridades civiles han pasado a coordinar su estrategia y combinar sus recursos para poner en marcha la más grande ofensiva jamás hecha con la intención de erradicar a la guerrilla comunista rebelde de los Estados de Maharashtra, Chattisgarh, Jharkhand, Orissa, Bihar, Bengala Occidental y Andhra Pradesh. En Sri Lanka, la súbita irrupción de Pekín –con unos crecientes vínculos económicos y políticos con el gobierno del actual presidente Rajapakse– en la resolución definitiva del eterno conflicto de los Tigres Tamiles ha encendido la alarma en Nueva Delhi y, sobre todo, en Washington. Para el cual una estructura de poder maleable en la antigua Ceilán es crucial para sus intereses geoestratégicos en esa parte vital del Océano Índico que conecta el Mar Arábigo y el Golfo Pérsico con el Estrecho de Malaca, puerta de entrada al Mar de China Meridional.
Nepal, objeto de disputa
Tras las insurrecciones populares que derribaron al rey Gihanendra en 2006 –caída que arrastró tras de sí una monarquía con más de dos siglos de antigüedad–, Nepal vive instalado desde entonces en una situación de permanente crisis política e institucional, con el añadido de una perspectiva inminente de que pueda trasladarse también al terreno militar. La cuestión no pasaría de ser una crisis interna de escasa relevancia internacional de no ser porque Nepal ocupa el tercio central de la extensa frontera montañosa que separa a los dos colosos asiáticos, India y China. Sumidos, además, en una histórica diputa fronteriza por el control geopolítico del Himalaya oriental, a la que hoy se suma el interés por el dominio de sus inmensas reservas hídricas. En agosto de 2008, de forma inesperada, el Partido Comunista de Nepal (Maoísta) –PCN (m)– arrasaba en las elecciones a la Asamblea Constituyente, encargada de elaborar la nueva Constitución democrática y republicana, obteniendo más de un 40% de los escaños. Su líder, Pushpa Kamal Dahal, más conocido como camarada Prachanda, encabezó el nuevo gobierno al frente de una coalición de izquierdas. Sin embargo, sólo nueve meses después presentaba la dimisión irrevocable de su gobierno ante la negativa del presidente provisional a ratificar la destitución del jefe supremo del ejército –bastión monárquico de las reaccionarias castas dominantes e histórico vehículo principal de intervención e influencia de la India en el país– por negarse a hacer efectivo el plan de paz acordado por ambas partes con la ONU. Acuerdo que preveía el ingreso en el ejercito de los 20.000 miembros de la guerrilla maoísta (que actualmente permanecen en acantonamientos provisionales gestionados por Naciones Unidas), incluyendo un reparto equilibrado de los mandos militares entre el antiguo ejército monárquico y la guerrilla. La prevalencia del poder militar sobre el civil alertó a los comunistas nepalíes sobre las escasas garantías del proceso democrático abierto por la insurrección popular, a menos que consigan limitar la capacidad de control que las antiguas instituciones tienen sobre la vida política nepalí. De ahí que semanas atrás, Baburam Bhattarai, ex ministro de finanzas en el gobierno liderado por los maoístas, haya advertido que si la nueva Constitución no recoge las demandas populares fundamentales que enarboló la insurrección nacional de 2006, podrían regresar a la insurgencia e iniciar nuevamente un conflicto que convierta al país “en otro Afganistán”.
Se acaban los plazos
EL PCN (m) ha dado de plazo hasta este fin de semana para que se recojan estas demandas, o iniciarán una tercera ronda de protestas y luchas populares. Las protestas lanzadas han sido hasta ahora pacíficas, aunque han llegado a colapsar por completo el país. Pero el grupo posee la capacidad de flexionar su músculo militar en caso de considerarlo necesario. Aparte de los 20.000 combatientes armados, los maoístas tienen un grado de encuadramiento de la juventud y de control de los distritos rurales en los que su hegemonía es absoluta, que le permiten manejar todos los desafíos a nivel local. Para ilustrar hasta qué punto la amenaza es real, los diplomáticos occidentales presentes en la capital, Katmandú, se apresuraron a solicitar audiencia con Prachanda el pasado 3 de noviembre –día que se anunciaron las movilizaciones generales–, para expresarle su “preocupación” por las manifestaciones previstas. Mientras tanto, el débil gobierno que ha sustituido al maoísta, se mantiene prácticamente gracias al apoyo sin límites de Nueva Delhi. Injerencia de la India que se intensificó al máximo después de que Prachanda rompiera la tradición secular convirtiendo a China, y no a la India, en su primer puerto de escala después de convertirse en primer ministro. La percepción de que la India está obstaculizando el proceso de paz abierto en 2006 se ha convertido en un clamor en todo el país. Y es que este problema, el de la disputa entre China y la India, se ha convertido, en efecto, en el telón de fondo de la crisis y la inestabilidad nepalí. Para Pekín, encontrar un aliado estratégico en el corazón del Himalaya resulta de una excepcional importancia, dada su actual vulnerabilidad en el Tibet (la región china vecina de Nepal), uno de sus históricos flancos débiles. Por su parte, India no está dispuesta a permanecer impasible ante la presencia en expansión de China en Nepal, al que ha considerado desde siempre como una esfera de influencia propia. Lo que ha proporcionado a Nueva Delhi el pretexto para empezar a hacer movimientos militares, tanto dentro como fuera del Himalaya, encaminados, según afirma, a la protección de sus intereses de seguridad. Concretamente, en las últimas semanas, las agencias de seguridad indias y el propio ministro del Interior han comenzado a insinuar que Nepal se ha convertido en una de las principales fuentes de armas y de canalización de fondos a la guerrilla maoísta india de los naxalitas que actúa en el llamado “Corredor Rojo” del suereste de India. Lo cual nos mete de lleno en la segunda estación del arco de la crisis en el Sur de Asia: los Estados del sureste de la India. En la que nos adentraremos en la siguiente entrega.