Cuando escribimos estás líneas, aún no sabemos si finalmente habrá una invasión rusa de Ucrania, o si todo quedará en un agresivo y peligroso farol por parte del Kremlin para impedir que este país ingrese en la Alianza Atlántica. Al otro lado del nuevo telón de acero, Washington y sus voceros lanzan gritos de alarma, exhortando a los países de la OTAN a que envíen buques, aviones y hombres a la zona.
Es difícil discernir cuánto de lo que está pasando es objetivo, y cuánto se debe a la batalla informativa y propagandística de Washington o de Moscú, pero lo cierto es que los tambores de guerra suenan fuertes y amenazadores, y Europa vive estos días la situación de mayor tensión desde el fin de la Guerra Fría.
En esta peligrosísima situación, las agresivas maniobras de una Rusia que es fiel heredera del socialimperialismo soviético vienen a ser la cerilla encendida al lado del bidón de gasolina. Pero no debemos olvidar quién, con sus intervenciones y «revoluciones de colores», ha convertido a Ucrania en blanco de las iras del oso ruso. Las maniobras de la superpotencia norteamericana para encuadrar al continente en sus proyectos hegemonistas son, por encima de la incendiaria actuación de Putin, la principal amenaza para la paz y la estabilidad de Europa.
Ante la amenaza de guerra, los principales perjudicados son -obviamente- el pueblo ucraniano. Las estimaciones del Pentágono, exageradas o no, hablan de 50.000 muertes y de cinco millones de refugiados -en lo más crudo de un invierno estepario famoso por su crueldad- como el posible coste humano en caso de una eventual invasión rusa. Pero tras ellos, los segundos perjudicados somos el resto de países de Europa. Deberíamos hacer frente a una enorme crisis humanitaria, pero también económica. El cierre del suministro del gas ruso -Rusia es el principal suministrador de Alemania y Europa central- tendría un gravísimo impacto no sólo en el precio de este combustible (de nuevo en pleno invierno), sino por ende en una ya insoportable factura de la luz y en una elevadísima inflación (5% de media en la zona euro), factores ambos de profundo impacto económico y social.
Unos y otros -la disputa entre los intereses norteamericanos, por aumentar su presencia militar en Europa del Este, y los intereses rusos de dominio sobre el espacio ex soviético- ponen en peligro la paz en Europa. Y sin embargo, el rumbo y el tono de este conflicto lo están marcando en la Casa Blanca y el Kremlin, mientras que tanto Ucrania como la propia UE se ven postergados a ser, ora convidados de piedra en las conversaciones diplomáticas, ora vasallos obedientes de los planes de guerra del Pentágono y la OTAN. No podemos dejar la tarea de apagar el incendio a los mismos pirómanos que lo han provocado.
Washington exige a los países de la UE un alineamiento incondicional que atenta contra los intereses europeos. Contra los intereses y la seguridad de sus clases populares, pero también contra los intereses de amplios sectores de las clases dominantes, de unas burguesías monopolistas (alemana, francesa o italiana por ejemplo) que han trabado tupidos intereses económicos o comerciales con Rusia, o que ven cómo la posibilidad de una guerra potencialmente devastadora arruina sus perspectivas de recuperación económica post pandemia.
Ante la posibilidad de que el pulso geopolítico entre la superpotencia norteamericana y el agresivo oso imperialista ruso cruce el Rubicón y se desencadene un conflicto de graves consecuencias para Europa, se ponen de manifiesto con toda claridad las contradicciones entre EEUU y los países del segundo mundo europeo.
Por eso es posible una alternativa de paz y de neutralidad. Porque se corresponde a los intereses de los países y pueblos de Europa.
Las potencias europeas y las instituciones de la UE -el Parlamento Europeo, la Comisión Europea, el alto representante de la UE para Asuntos Exteriores…- deben retirar tropas y abstenerse de enviar más a la zona, para desescalar la espiral de tensión; adoptar una posición autónoma e independiente de la batuta norteamericana, velando por sus intereses; y desplegar una intensa actividad diplomática hasta lograr una solución negociada, base para una paz estable.
En cuanto a Ucrania, la solución es aún más compleja, pero pasa en primer lugar por la retirada de los más de 130.000 soldados rusos que amenazan sus fronteras, por el escrupuloso respeto de su integridad territorial. Por el cese de todo tipo de injerencias -desde políticas a cibernéticas- tanto desde Washington como de Moscú en la vida política ucraniana. Por retomar los acuerdos de Minsk como base de la búsqueda de una paz más firme en el Donbass. Y por el establecimiento de un estatuto internacional de neutralidad para Ucrania, con el que Kiev podría jugar a dos manos con sus vecinos del Este y del Oeste, obteniendo ventajas de ambos.
Un estatuto internacional de neutralidad que saque a Ucrania de la perpetua y peligrosa disputa entre Washington y Moscú, y que permita volver a coser la convivencia y la paz social entre los distintos sectores de la sociedad ucraniana, base para la unidad y la prosperidad del país.